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Opinión Editorial


No llores por mi Argentina


Publicación:23-09-2020
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Para Argentina, al igual que todas las naciones, la fórmula es muy clara: sin inversión no hay crecimiento económico

Es el título de una hermosa canción cuya letra fue compuesta por Tim Rice inspirada en los emotivos discursos de María Eva Duarte Ibarguren de Perón y popularizada en la obra de Andrew Lloyd Webber.  La canción evoca a los años 1946 a 1952 cuando Evita, como le decían cariñosamente, y su esposo Juan Domingo gobernaban la República Argentina.  Ese matrimonio marcó un antes y un después en la historia de ese país, el cual sigue dividido entre peronistas o justicialistas, defendiendo las causas de los “descamisados” y la oposición. Para enmarcar los ideales peronistas, obliga considerar que terminaba la segunda guerra mundial, India conseguía su emancipación de Inglaterra y comenzaba la guerra fría con la guerra de Corea.  Era el momento justo para un nuevo comienzo y Evita estremeció el statu quo con su frase: “Donde existe una necesidad, nace un derecho”, ayudando a millones a través de programas sociales. Quizás solo le faltó mencionar que todo derecho conlleva una obligación.

Argentina, con una población de 44.5 millones, es el cuarto país más poblado y el más austral del Continente Americano. La tierra del controvertido Maradona, ostenta la tasa de alfabetización en jóvenes más alta de América Latina. Más aún, en la provincia de Neuquén, según el Departamento de Estado de EE.UU., se encuentra el segundo yacimiento de hidrocarburos no convencionales con más recursos de gas en el mundo. La cuna del tango, del primer Papa latinoamericano, del bife de chorizo y de las espectaculares pampas, en 1896 llegó a hacer gala, según un estudio de “Maddison Historical Statistics” del Producto Interno Bruto (PIB), más alto del mundo. Así es, Argentina fue un ejemplo de progreso y de buenas prácticas que atraía talentos e inversiones de todo el mundo, fue la tierra de oportunidades.

A pesar de todo el contexto anterior, su PIB cayó de USD$642.7 a USD$449.7 millardos, mientras que la inflación subió de 25.68% a 53.55% entre 2017 a 2019, erosionando el poder adquisitivo de los argentinos. Como consecuencia de la crisis multidimensional argentina, agravada por las volátiles e irresponsables políticas socialistas de un nuevo gobierno peronista, ha experimentado un ominoso éxodo masivo de empresas. 

La aerolínea LATAM, después de 15 años de estar lidiando con sindicatos envalentonados por el peronismo, suspende en forma definitiva sus vuelos nacionales y deja el país. La aerolínea argumentó que su costo de operación era 41% más alto y su productividad 30% menor, comparado con otros 26 países del continente. American Airlines igualmente clausuró una de sus rutas a Argentina y terminó su programa de recompensas con una tarjeta de crédito local. 

El motivo subyacente fue la narrativa anti empresarial puesta en práctica donde, en vez de ver a las empresas como aliados, el gobierno los trató como adversarios, como la mafia del poder. La pandemia no ha sido el factor determinante, solo agravó la situación y favoreció la decisión de mover las operaciones a países con mayor certeza para la inversión.  La fábrica de recubrimientos automotrices Axalta y la pinturera BASF, han dicho que se van. La armadora Honda también le dice adiós a la fabricación de autos en Argentina y Volkswagen y Ford suspendieron sus proyectos de inversión. La empresa mexicana Alsea ha cerrado algunos Starbucks y ha dicho estar buscando alternativas para amainar el riesgo de los controles de cambio y precios en un país complicado y poco rentable. La tienda departamental más grande de Suramérica, Falabella, también ha comprado un vuelo solo de ida del país. Caray, parecería que todas estas empresas, con el corazón en la mano, le cantaron al unísono a la nación austral: “No llores por mi Argentina”.

Los sentidos empresarios han dicho que la gota que derramó el vaso fue el regreso de un gobierno peronista de izquierda encabezado por la dupla Fernández, Alberto y Cristina, como presidente y vicepresidenta. A diferencia de los electores, a quienes van a invertir les inquieta que, un aumento desproporcionado del gasto público gubernamental con políticas distributivas, dificultará el pago del servicio de la deuda que suma el 85% del PIB. A los dolidos inversionistas les preocupa que la administración Fernández, con corte ideológico, haya amenazado con expropiar a las empresas exportadoras de soya, hubiese aumentado impuestos, prohibido los despidos y limitado el acceso a dólares. Ninguna de esas acciones abona a generar un clima de confianza para atraer o retener a la infiel y apátrida, pero muy necesaria, inversión directa extranjera.  

Para Argentina, al igual que todas las naciones, la fórmula es muy clara: sin inversión no hay crecimiento económico y, sin crecimiento, no habrá impuestos que soporten un gasto social y una mejora en la calidad de vida de los ciudadanos. Con ello en mente y ante una inminente guerra en curso por atraer las cada vez más escasas inversiones, quizás sea prudente recordarles a los gobiernos con ideología socialista, la frase de Winston Churchill: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y la prédica de la envidia; su virtud es la distribución igualitaria de la miseria”.



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