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Opinión Editorial


La perturbación de todas las cosas


Publicación:24-01-2021
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Los periodistas escriben y reflejan la perturbación de todas las cosas que suceden en el mundo.

Los periodistas escriben y reflejan la perturbación de todas las cosas que suceden en el mundo. El 24 de enero, es decir, el día de ayer, se conmemoró la publicación de la Encíclica “Rerumomniumperturbationem”, donde el Papa Pío XI, transcurriendo el año 1923, declaró a San Francisco de Sales, como patrón de los escritores y periodistas.

México junto con Afganistán es uno de los países máspeligrosos para ejercer la libertad de expresión a través del ejercicio del periodismo. Atrapados porlaguerra entrelos cárteles y la ineficiencia de gobiernos corruptos, los periodistas de investigación, se juegan la vida con cada reportaje que publican. Hay que ser valiente para ejercer el periodismo, pero también osado y, algunos, hasta temerarios, considerando los riesgos que implican las denuncias contenidas en sus publicaciones.

Veinte periodistas han muerto durante el período del actual gobierno federal, los protocolos de seguridad que ofrece el gobierno no han sido tan efectivos como deberían de ser, y los periodistas viven realmente en una situación crítica por el nivel de riesgo de su labor, aunado a sus malas condiciones laborales

Veracruz, Guerrero y Tamaulipas, entre otros, son entidades federativas particularmente difíciles para los periodistas; la búsqueda de la verdad de los hechos y su denuncia, ha sido siempre una decisión que implica valor, pero las represalias siempre están ahí, esperando un momento álgido de intolerancia para actuar en contra de la integridad de los informadores.

Los tiempos de San Francisco de Sales, doctor de la iglesia católica, eran distintos a los actuales pero también eran riesgosos; transcurrieron durante la época de la fundación de la ciudad de Nuestra Señora de Monterrey, durante el siglo XVI e inicios del siglo XVII, en la Europa convulsionada por la Reforma Protestante de Lutero, y posteriormente radicalizada aún más por Calvino y sus seguidores.

Los reinos vinculados con las fronteras entre Alemania, Suiza y Francia, vivieron situaciones que trajeron consigo el experimento de la república calvinista, donde posteriormente, lospríncipes de Sayona trataron de recuperar Ginebra, tomado previamente por los calvinistas. En este contexto de tensiones políticas y fracaso militar, es donde Francisco de Sales se llena de valor para recuperar, basado en su fe, a los fieles ginebrinos que cuatro décadas antes, desde los tiempos de Calvino, se convirtieronhostiles al Papa y rechazaron el culto católico.

Francisco de Sales fue osado, y trabajó en la ciudad de Chablais, donde la población rechazaba su presencia, por lo que el ahora doctor de la iglesia, entonces obispo de Ginebra, decidió utilizar la imprenta a su favor y, a través de la escritura, elaborar panfletos que reflejaban sus ideas sobre la religión, una lucha a través de la palabra impresa, entre la verdad de la fe católica para develar las falsedades de las creencias reformistas calvinistas, apuntaladas originalmente por Martín Lutero tiempo atrás.

Fue este trabajo como incipiente escritor, divulgador panfletario de ideas, que le permitió recuperar la confianza de parte de la población. Posteriormente continuó su trabajo publicando libros tan importantes como:    Introducción a la vida devota (1608), Tratado del Amor de Dios (1616), entre otros, que son aún hoy en día de importancia para los creyentes católicos, y especialmente la lectura de las Controversias (1672), que son el compendio del trabajo de divulgación de la fe vía la escritura impresa, que permitió contener los avances de la Reforma Protestante en Francia.

Hay varias historias que se cuentan sobre las experiencias de Francisco de Sales durante su trabajo como obispo de Ginebra, una de ellasfue la de un monje benedictino que llegó a su confesionario una tarde nublada y fría del mes de noviembre de 1622. El monje llamado Víctor, oriundo de Weil am Rhein, vivía actualmente en Ginebra, pero ya no pertenecía a la orden benedictina, había sido expulsado por la Santa Inquisición acusado de hereje. Según su relato, se salvó de milagro, realmente pensaron que estaba muerto en la sala de tortura, y con ello lo habían echado fuera del monasterio, pensándolo muerto. La lucha entre los príncipes y los obispos de la región del Rin era encarnizada, bajo el principiode “Cuius regio eiusreligio”, los príncipes aprovechaban la ruptura con la Iglesia Católica, para apropiarse de los grandes latifundios que rodeaban y sostenían los monasterios. La Reforma Protestante se había convertido en un jugoso negocio inmobiliario para la monarquía alemana, que aprovechaba el momento de caos y guerra en contra del Papa para recuperar los espacios cedidos previamente a la Iglesia.  En esta situación crítica de conflicto, los monasterios se volvieron el último reducto para defender los intereses de la Iglesia, y allí es donde aparece la triste historia de Víctor. Un monje de tez pálida, con ojos diminutos que parecían dos pequeñas aceitunas negras, flaco, de complexión verdaderamente frágil, sus huesos podrían transparentarse a través de su piel, sus diminutos pies los cubría con unasviejas sandalias de cuero de carnero que ataba con tripas de gato para que le ajustaran bien.  Una mañana se llevó a cabo una revisión por parte de las autoridades monásticas para identificar a traidores a la Iglesia Católica. La celda de Víctor fue inspeccionadaminuciosamente, y allí adentro, seencontraroncon un manuscrito con los postulados de Lutero, y con el título de Las noventa y cinco tesis de Wittenberg. A partir de ese momento, el monje benedictino no volvió a ver la luz del día durante años, él lo vivió como toda una eternidad; lo trasladaron al fondo de la edificación, donde lo azotaron durante varias semanas, de manera sistemática, al mediodía recibía decenas de latigazos. Cayó con fiebre y el castigo no pudo continuar, sus verdugos esperaron a que llegaran las autoridades del Santo Oficio. Una vez allí, procedieron a interrogarlo nuevamente, la tortura era sencilla pero siniestra, a diferencia de la anterior, ésta no dejaba huella física. Le llamaban el Terror de la Pañoleta o el Tormento del Agua, se trataba de un paño de seda que utilizaban las mujeres paracubrir su cabeza al asistir a misa, el cual empapaban mientras el torturado, yacía sujetado amarrado a una escalera,  boca arriba, con la cabeza inclinada 45 grados hacia el suelo. Una vez el paño atorado en la garganta, vaciaban lentamente hasta ochocántaros de agua, empapando el pañuelo para simular un ahogamiento inminente. Los verdugos eran compañeros del monje, eran otros religiosos que se encargaban de las torturas y los castigos.  El tratamiento para los  Religionnairesera sistemático, cada día lo montaban en esa escalera que se inclinaba hacia un bastidor, con la cabeza estirada hacia el suelo, introducían fuertemente el pañuelo hasta lo profundo de la garganta y, Víctor, sin poder cerrar su boca, comenzaba a sentir cómo el agua entraba y empapaba ese objeto suave y escurridizo, que sentía que se deslizaba cada vez más adentro de su garganta, sin que pudiera evitar la sensación de morir ahogado.  La tortura duró semanas, hasta que un día Víctor no pudo más, y el agua se coló hasta el fondo de los pulmones. Fue esta la historia que escuchó detenidamente y en llanto San Francisco de Sales, durantevarias horas o tal vez menos, cuando pudo recuperarse del impacto que le ocasionó, escuchó que el monjebenedictino le decía que todo había sido en vano, “¡Nunca fui un hugonte!”, jamás había sido detractor de la Santa Iglesia, solo había leído los textos reformistas por curiosidad intelectual, como ahora lo había hecho con entusiasmo al leer los panfletos escritos por su interlocutor y confesor católico. Cuando terminó el monje de hablar, San Francisco de Sales, enjugó sus propias lágrimas, el relato lo había conmovido profundamente, y quiso ver nuevamente el rostro de quien se confesaba del otro lado; abrió larejilla de madera que divide el confesionario, pero no había nadie allí, el reclinatorio de madera estaba vacío, los pasillos de la iglesia solos, y la noche caía profunda y silenciosamente sobre la ciudad de Ginebra.



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Arturo Delgado Moya

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