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Opinión Columna


La fábrica de gente tóxica… ¡Huye!


Publicación:20-09-2018
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Ser una persona tóxica es el resultado de una actitud negativa arraigada por malas experiencias, por traumas, por inseguridades desarrolladas, producto de frustraciones, fracasos y depresiones que no se han enfrentado correctamente. Este tipo de personas no solo se hacen daño a sí mismas, sino al entorno que los rodea. En muchos de los casos, es tanta la negatividad que contagian a otros, activando en ellos conductas nocivas reprimidas, que están a la espera de un pequeño empujón para liberarse ó incluso simplemente como respuesta de hartazgo al agente transmisor de la toxicidad. Estas personas son dañinas y son la manzana podrida de la que todos deberíamos huir, o ignorar en el peor de los casos, para evitar así que nos afecten sus actitudes. Pero: ¿Qué pasa cuando esa manzana está demasiado cerca, o peor aún, cuando esa persona tóxica es tu padre, tu madre, o alguien dentro de tu círculo familiar más cercano?.

Si bien ser padre no es tarea fácil porque no se nace con un instructivo para serlo, y quizá, si ese instructivo hubiese sido integrado desde el origen de la humanidad, en algún momento se volvería obsoleto por los constantes e impredecibles cambios de conducta que experimentamos la raza humana.

Podría decirse que la mayoría de los padres buscan lo mejor para sus hijos. Ya sea en lo material o emocional, tratan de cubrir las necesidades y proveer lo necesario para alcanzar el estado que creen óptimo en la medida de sus posibilidades; pero a pesar de este esfuerzo, y las mejores intenciones, hay quienes se quedan en el camino de ser buenos padres y no por falta de ganas o interés en serlo.

Aunque ser buen padre o no serlo, no es el tema de este artículo, sí está directamente relacionado con ser un padre tóxico o una madre toxica, ya que este tipo de personas experimentan ciertas conductas que afectan de forma intrínseca su desempeño parental.

Hay diferentes conductas de los padres tóxicos que conviene tener claras, ya sea porque eres padre o madre y pudieras presentar dichos comportamientos; o porque como hijo, pudiste estar expuesto a un ambiente así. Vale la pena ser honestos, hacer autocrítica y un análisis de estas conductas, pues la exposición a ellas pueden tener un impacto negativo en quienes nos rodean, o aplicado en forma vertical, nos podrían ayudar a entender ciertos conflictos emocionales que arrastramos desde temprana edad, y el entenderlo puede ayudarnos a tomar acciones para superar o aprender a manejar conductas nocivas.

Una de las conductas tóxicas más común es querer realizarse en los hijos. Hay personas que crecieron con algún deseo que nunca pudieron cumplir, y los transfieren a la educación que dan a sus hijos, quieren verse realizados en ellos, para que sean lo que no pudieron ser, ya sea en lo profesional, en cuestiones deportivas o artísticas.

Sin darles la opción de decidir, van induciendo a los hijos desde pequeños en alguna actividad para generar cierto gusto en ella; si el niño en algún momento decide romper con esta actividad, hay padres que hasta se llegan a sentir decepcionados porque sienten que su hijo (a) les ha fallado. Claro, el sentimiento es de doble frustración, primero en su propia vida por el sueño no cumplido, y después por no poder realizarlo por medio de su hijo. Esta conducta de padres tóxicos es muy frecuente, lamentablemente pocos están conscientes de lo tóxico que están siendo con sus propios hijos.

Hay madres que su amor se vuelve obsesivo, posesivo, quieren controlar todo lo que sucede en la vida de sus hijos; para ellas este control es una manera de proporcionar seguridad y protección; desde que nacen extreman precauciones, a tal grado de desarrollar manías; cuando van creciendo

quieren controlar a qué juegan, quiénes son sus amigos; en una edad joven o adulta quieren influir y decidir qué deben estudiar, cómo se deben vestir, peinar, cuánto y qué deben comer; evalúan a toda persona que tiene contacto con sus hijos, ninguna mujer merece a su hijo o ningún hombre es lo suficientemente valioso para su hija; este amor asfixiante puede llegar al punto de crear dependencias emocionales y limitar en muchos casos la autonomía y desarrollo pleno de los hijos; las madres tóxicas no son capaces de identificar y respetar los límites.

Otra conducta tóxica son los extremos en la educación. Hay padres que optan por una educación dura, demasiado rígida, son inflexibles bajo el criterio que de esa forma están disciplinando a sus hijos, preparándolos para ser autosuficientes en el futuro; suelen ser muy críticos con lo que hacen sus vástagos, y les exigen niveles de excelencia llevados al extremo; si bien la disciplina es buena y forja un carácter independiente, por otro lado están criando niños en un ambiente frío, con pocas demostraciones de amor, donde no se permite cometer errores y a la larga serán personas que desarrollen inseguridades, poca tolerancia, y no serán capaces de manejar la frustración, entre otros efectos negativos de una disciplina dura.

La otra cara de esto es la disciplina suave, donde el niño hace lo que quiere, no hay reglas y crecen con libertades que a su corta edad no tienen la capacidad de controlar, generando así un carácter acostumbrado a no respetar normas, ni límites, y pasar por encima de quien sea para obtener lo que se quiere; no conocen el significado del esfuerzo, esperan que todo el mundo esté a su disposición y servicio; los padres que aplican este tipo de “amor” no están conscientes del impacto negativo en la vida de sus hijos.

Hay padres que imponen su autoridad, intereses y necesidades, por encima de los sentimientos, emociones, intereses y necesidades de sus hijos; impiden que éstos se expresen libremente, dejando pasar así la oportunidad de escuchar y detectar sentimientos negativos que demandan atención, y emociones, que si no son escuchadas, pueden llevarlos a un estado de depresión. A la larga esta conducta desarrolla en ellos la incapacidad de expresar sus emociones; cuando hay discusiones o diferencias no se les permite expresar sus puntos de vista o los hacen sentir una culpa innecesaria. Incluso, el niño, al no recibir esa oportunidad de aclarar alguna situación, puede ser forzado a recibir regaños o castigos injustamente, creando traumas que a la larga afectarán el desarrollo emocional y psicológico como adulto.

Los padres tóxicos, en la mayoría de los casos no están conscientes que de alguna manera fueron educados en un entorno tóxico y que ellos están simplemente replicando el modelo con el que fueron criados; otros están muy conscientes de no querer reproducir una educación tóxica como la que recibieron .

Lo grave de la educación tóxica, es que los niños están en pleno proceso de aprendizaje y crecimiento, definiendo su personalidad. Una educación tóxica puede ocasionar daños a veces irreversibles en los niños o jóvenes.

Para evitar ser partícipes de una fábrica de gente tóxica, se debe tener claro que un hijo nunca será responsable de la felicidad de sus padres. Un amor posesivo y manipulador es destructivo. La educación debe pasar por matices duros y suaves, pero nunca definirse en los extremos. El escuchar y dejar a los niños expresarse, puede ser la mejor herramienta para medir cuando se va por un buen o mal camino; pero para lograr esto, se debe ganar y cuidar la confianza, porque una vez perdida es difícil recuperarla.

Si por el contrario eres un hijo que ha crecido en un ambiente tóxico y quieres romper el ciclo, la mejor forma de enfrentarnos a una madre, un padre o a cualquier familiar “tóxico”, es marcar tus límites y hacer un proceso de análisis y autocrítica para dejar de tener comportamientos tóxicos que puedan estar dañándonos a nosotros mismos y a quienes nos rodean, pues definitivamente sólo hay algo peor que la gente tóxica, y es… ¡Vivir con ellos!

Twitter: @cristobelizondo

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« Redacción »
Cristóbal Elizondo


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