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Opinión Editorial


Emociones y política


Publicación:18-02-2021
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El político debiera tener un alto grado de racionalidad, se espera que sea “lo mejor que hay en el barrio y en cada casa”

Es posible hablar de madurez emocional a nivel social. Una comunidad madura se refleja en el nivel de su política, instituciones, ambiente y relaciones entre los individuos. La predominancia de la dignidad y derechos humanos, así como la visión al bienestar social proyectan un buen equilibrio emocional.

Nuestras actitudes, creencias, opiniones y juicios se basan en información y en sentimientos que son determinantes para la toma de decisiones. Según algunos estudiosos el 70 por ciento del comportamiento humano se basa en emociones y sólo el 30 por ciento es racional. 

Cuando extrapolamos esto al ring político, advertimos que este es un reflejo de la vida cotidiana ya que las decisiones, declaraciones y comportamientos de los gobernantes o congresistas son altamente polarizados en sus emociones, sin una clara racionalidad que respalde sus argumentos.

Tenemos muchos ejemplos de decisiones irracionales a través de los líderes, baste recordar los berrinches de Trump, su muro y todas las acciones discriminatorias que durante su gestión realizó. De AMLO tenemos muchas, su aeropuerto, su tren maya, su terquedad por la energía no limpia; o en el Congreso, las peleas hasta llegar a los golpes o los diputados con lenguaje “florido”. No se trata de que todos estén de acuerdo en todo, ni evitar las expresiones emocionales, lo que llama la atención es el proceso internalizado que se sigue en la toma de decisiones, la incapacidad de un diálogo reflexivo y la falta de estabilidad emocional constructiva. Las emociones políticas intensas, el exceso de prejuicios, pueden afectar el desarrollo de la nación.

Las emociones en la política se pueden analizar desde sus estructuras aspiracionales, operativas y electorales. En la parte aspiracional se considera la visión, respaldada en hechos, en donde la justicia, la igualdad, la inclusión, el ejercicio democrático, la educación, entre otros aspectos, estén inspirados en sentimientos de compasión y amor.

En el ejercicio operativo, la aplicación del estado de derecho y política pública son determinantes; acciones como la falta de transparencia, la tortura o la impunidad, reflejan el predominio de sentimientos negativos como la ira, odio, coraje o desconfianza.

Muchos políticos y funcionarios públicos defienden intereses asociados al poder o riqueza o se proyectan amenazados o resentidos y aprovechan su posición de influencia para saciar sus emociones desbordadas o exceso de narcisismo. Empezando por las distinciones entre la ciudanía con carga fuerte de burla o sarcasmo. Los fifís, los chairos, los conservadores, los neoliberales, los morenistas, los populistas, los corruptos, son calificativos que más allá de asociaciones conceptuales, llevan impresiones emocionales polarizadas. El “ellos contra nosotros” es una identidad socio emocional peligrosa para la toma de decisiones.

El político debiera tener un alto grado de racionalidad, se espera que sea “lo mejor que hay en el barrio y en cada casa”.

En los periodos electorales, hay entusiasmo, miedo, ansiedad, incluso pasión por algún candidato o partido. Los candidatos, y ya lo hemos comprobado, utilizan mensajes con una gran carga emocional. Apelan a las creencias, necesidades, o esperanzas para ganar simpatías o en el extremo, provocar burla, coraje y odio contra otros políticos. Por su parte los electores ante la falta de criterio y/o buenas propuestas deciden por el candidato que mejor les cae, el más guapo, el que regala cosas, o el “menos malo” es decir por apreciaciones sentimentales.

Un hombre que actúa racionalmente está abierto a nueva información tanto si le reconforta como si le incomoda. Esto significa que debe buscar activamente datos y fuentes pertinentes para los temas estratégicos del Estado; hacer una selección por razón de la importancia y la fiabilidad, y no seleccionar únicamente la información que sea compatible con sus prejuicios o intereses. En eso radica la madurez emocional y política.

Debe resistir la tentación de distorsionar una razón para poder ajustarla a un estereotipo o a sus intereses personales. Ser capaz de tolerar un cierto grado de inconsistencia con sus opiniones y valores. Estar dispuesto al cambio, al diálogo, a la aceptación de errores y al reconocimiento del valor de los demás. Y si hay algo del pasado que es bueno, dejarlo y mejorarlo, no destruirlo por el solo hecho que es de un partido opositor.

Hay dos factores que hacen tender a la racionalidad: La educación y salud mental. Aristóteles decía que una mente educada es capaz de entender un pensamiento sin aceptarlo.

¿Cómo tener estabilidad emocional social? Eligiendo a los mejores, a los políticos racionales, a los no perversos, y como ciudadanía, participar activamente en la construcción de bienestar. Así mismo, procurar el desarrollo emocional temprano desde la primera infancia mediante programas formales.

Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com



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