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Opinión Editorial


El presidente engañado y manipulado


Publicación:15-02-2023
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Este gobierno decidió que su principal estrategia de gobernabilidad es el manejo de la información

Hace ya rato que el presidente de México se desconectó de la difícil realidad que viven los mexicanos durante su mandato. A fuerza de repetirse en su cabeza y en su discurso de cada mañana que “todo está bien”, que “vamos muy bien”, que “estamos transformando al país”, “que no somos iguales”, que “ya no hay corrupción”, que “pronto tendremos un sistema de Salud mejor que Dinamarca” y que la violencia y el terror del narcotráfico que están viviendo millones de mexicanos “son un invento, exageración y amarillismo de los medios para atacarnos”, López Obrador acabó por creerse sus propias mentiras que repite hasta el cansancio para convencer y engañar a sus fieles, como buen político mitómano y exponente de la demagogia populista de la posverdad.

Pero no es sólo el presidente el que se autoengaña y autoconvence de que su gobierno está siendo un parteaguas histórico, a pesar de todo los indicadores negativos que arrastra su gestión; buena parte de ese engaño lo cometen también sus colaboradores más cercanos, los que, ya sean del gabinete o de su staff, le ven todos los días muy temprano y le adulan, le mienten, le ocultan información y le deforman y aderezan las noticias y las opiniones en los medios y las redes sociales, todo para que el líder máximo no se enoje, no se ponga de malas y no haga rabietas, pero sobre todo no se entere de que, más allá de Palacio Nacional y de la burbuja que lo mueve en sus giras por los estados, hay una República lastimada, asediada, enojada y harta de tantos problemas sin resolver.

Primero, en su reunión con el gabinete de Seguridad, que todos los días encabeza a las 6 de la mañana, y que hasta ahora no ha servido para frenar la inseguridad y la violencia criminal en amplias franjas del territorio nacional, López Obrador recibe un “reporte de incidencias” filtrado y suavizado en el que se le exponen sí los principales hechos relacionados con la actividad delincuencial del narcotráfico, pero no necesariamente para reportarle soluciones, golpes contundentes contra los cárteles o la pacificación de territorios, sino simplemente para administrar y mantener el problema de violencia con acciones paliativas y reportes que convenzan al presidente de que “estamos trabajando para resolverlo”.

Luego, después de que le presentan el repaso de los “asuntos del día” —que lo mismo pueden ser masacres, balaceras y muertes de civiles, cuerpos desmembrados, expulsiones de familias por violencia o reportes sobre feminicidios— todo tamizado y acomodado para no incomodar demasiado al mandatario que al final escucha mecánicamente el reporte del horror y el dolor de familias y comunidades, el presidente se pasa a su conferencia mañanera y en el trayecto entre la sala de juntas con el gabinete de seguridad, el vocero Jesús Ramírez le va contando de los titulares en los medios, de lo que dicen de él o de su gobierno las columnas y de las críticas y cuestionamientos en redes sociales.

Es en esos escasos 10 o 15 minutos en los que le dan un panorama breve, incompleto y las más de las veces manipulado sobre el panorama mediático y la opinión pública, que el presidente saca los temas de los que luego disertará, divagará, predicará y vociferará en su conferencia. Es como si a López Obrador sus voceros y asesores lo acompañaran por ese pasillo como los managers a un boxeador que va a subir a tirar golpes, o como un toro de lidia al que, en ese breve lapso, lo pican, lo calientan y lo hacen salir a embestir sin ton ni son, sin claridad mental, con poca o mala información y con más hígado y espuma en la boca que argumentos o datos.

Eso lo hemos visto infinidad de ocasiones en sus mañaneras y lo seguiremos viendo en lo que le resta al sexenio porque este gobierno decidió que su principal estrategia política y de gobernabilidad es el manejo de la información, la manipulación de la realidad y, sobre todo la práctica de la posverdad en la que la realidad ya no es la que ven y viven los mexicanos, sino la que dicta y predica el presidente desde su púlpito matutino.

Y ayer, de nuevo, el presidente volvió a su eterno discurso de victimización, de mentir al decir que es “el presidente más atacado de la historia después de Madero”, de chillar y patalear porque “todos los medios están en mi contra: la radio, los periódicos, las redes” (curiosamente casi nunca incluye a la televisión). Un discurso que le ha funcionado para sus seguidores e incondicionales, pero que lo hace ver débil, pequeño y vulnerable ante otra parte importante de la sociedad que sabe, que detrás de los lloriqueos del presidente, hay un gobernante autoritario e intolerante que no soporta la crítica y confunde la labor de los medios y la libre expresión con conspiraciones en su contra.

Es por ese engaño y manipulación que comparten el presidente y sus colaboradores que a López Obrador le pareció que la difusión de un video, en donde asesinan al sacerdote Juan Angulo Fonseca, en el municipio de Atotonilco El Alto Jalisco, era algo para atacarlo a él y no una constancia videograbada de la violencia que está permeando y descomponiendo a toda la sociedad mexicana.

Porque en ese video, que compartí en mi cuenta de Twitter, nunca se menciona ni a su gobierno ni al crimen organizado, sólo se consigna la manera en que el ministro católico fue ejecutado de manera cruel y cobarde. Pero lejos de preocuparse por el fenómeno de una violencia que él no ve, López Obrador le restó importancia al hecho grabado en el video y lo desestimó diciendo “era un problema familiar”, al tiempo que especulaba sobre una supuesta intención de criticarlo. Justo esa actitud lo está volviendo un presidente insensible, engañado y manipulado por sus colaboradores, incapaz e indolente ante la tragedia de violencia que vivimos los mexicanos y sólo preocupado por su ego, su popularidad y su permanencia en el poder a costa de atropellar y violentar leyes e instituciones. Ese es el presidente que tenemos en el ocaso del sexenio: un pequeño gobernante que sólo ve a su ombligo, mientras afuera de su Palacio hay dolor, carestía y un país sin ley.



« Salvador García Soto »