Opinión Editorial
El Golfo de Santa Clara y las fiebres del oro
Publicación:02-01-2021
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El Golfo de Santa Clara y las fiebres del oro
Viernes, 1 de enero de 2021 22:39 | Columnas y Editoriales | ARTÍCULO-GENERAL
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Omar Vidal
(Ambientalista)
EL UNIVERSAL
No hay otro lugar en la Tierra donde los pelícanos vuelan con una linterna incrustada en la frente para iluminar la noche de los pescadores que madrugan a recoger sus redes. Me lo contó mi compadre, pescador de El Golfo de Santa Clara, Sonora, y no dudo que sea verdad.
Y no hay otro lugar donde un pez reina emerge del mar, aguanta la respiración, escala medio metro y se entierra a poner huevos. Me lo contó mi profesor, ictiólogo de Tucson, Arizona, a quien también le creo. Diez machos enrollan a cada hembra para asegurar la fertilización, mientras expulsan sus espermatozoides.
Es el pejerrey, uno de sólo dos peces que saltan del agua para este ritual —el otro es su primo, otro pejerrey que sólo vive en California. En El Golfo de Santa Clara el pejerrey celebra un furioso bacanal playero con 350 peces por metro cuadrado. Después de luna llena y luna nueva, de enero a marzo, año tras año. Desde siempre. Mientras miles de aves de 30 especies enloquecen en una comilona de peces y huevecillos reales —gaviotas, cormoranes orejudos, gallitos marinos, charranes y playeros rojizos que dependen del desenfrenado desempeño reproductivo del pejerrey. Es el lugar más importante de México donde las aves playeras migratorias primaverales se reaprovisionan de energía.
Esa húmeda axila del Desierto Sonorense, entre Baja California y Sonora —donde el río Colorado vaciaba la nieve derretida de las Montañas Rocosas, desembocadura que secaron las jodidas represas en Estados Unidos. El que hace 173 años fluía por medio México –Colorado, Utah, Arizona, Nevada, California.
El Alto Golfo de California son ciénagas, esteros, dunas, un delta moribundo entre el desierto amarillo, un mar bermejo y los cielos azules de una reserva que es parte de las islas y áreas protegidas del Mar de Cortés —uno de 53 sitios de patrimonio mundial que UNESCO considera en grave peligro.
Tierras encantadas bautizadas para honrar a santas y santos —El Golfo de Santa Clara y San Felipe— a donde hace 340 años llegó el Padre Eusebio Kino, quien pronto será canonizado. Dos pueblos pesqueros iniciados por aventureros y que han sobrevivido a 90 años de soledad y la barahúnda de fiebres del oro. Episodios de pesca legal e ilegal de totoaba, tiburones, camarones, curvinas, pepinos de mar —responsables del nacimiento, apogeo y decadencia de El Golfo de Santa Clara, hogar de 4 mil mexicanos.
Hoy, el Alto Golfo y sus habitantes se atoran en la pobreza y la desesperanza por décadas de abandono y mala gestión gubernamental. Por la carencia de oportunidades y la corrupción que destruyen sus recursos y medios de sustento. Una crisis que extingue especies endémicas. Como el palmoteador de Yuma que anida en las inexistentes marismas. O el cachorrito del desierto que nada en aguas casi tan calientes como su primo chihuahuense y campeón termal mundial (46° C), el cachorrito de Julimes. O la vaquita, la marsopa transfigurada en ese duende de cuento de hadas que los pobladores veían hace años, pero que ya nadie ve.
El Alto Golfo es tierra marina sin ley donde la peor fiebre del oro —el narcotráfico— llegó para ser el último clavo del ataúd de esta asombrosa región.
Durante medio siglo pasaron por El Golfo de Santa Clara biólogos y conservacionistas. Todos trajeron algo, todos se llevaron mucho. Algunos perdieron la razón por esa otra peligrosa fiebre del oro: la búsqueda del conocimiento. A todos dedico afectuosamente estas primeras líneas del 2021.
« Omar Vidal »




