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Opinión Editorial


Deuda de reconocimiento


Publicación:23-07-2020
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Ser indígena potencializa por definición, los procesos de exclusión

En México hay mucha discriminación. Aunque tenemos, a partir del 2003, la ley federal para prevenirla y eliminarla, y una serie de regulaciones complementarias, hay grupos y personas que son víctimas de un trato desigual. Uno de estos grupos son los indígenas. Pero no es un tema de reconocimiento legal, sino un problema de conciencia social por carecer de una cultura de igualdad.

Ser indígena potencializa por definición, los procesos de exclusión. “En el instante que el invasor nos estigmatizó, nos han señalado llamándonos indios; el término peyorativo indio fue impuesto como forma de discriminación y menosprecio frente a otros seres humanos, que equivocadamente afirman tener en sus manos una única verdad”, señala Enrique Francisco Antonio, director de la única escuela normal bilingüe intercultural en el estado de Oaxaca y profesor del posgrado de Pedagogía en la UNAM.

En México existen 68 pueblos indígenas con una población estimada de 25 millones de personas que se auto describen así. Los estados donde se concentra más población indígena son Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Campeche. 

Son muchos los problemas a los que se enfrentan las personas de los pueblos originarios: Comprobar legalmente su identidad (muchos carecen de papeles), empleo informal (predominan los de carácter doméstico o en construcción y sin seguridad social), sin acceso a educación y a servicios de salud, discriminación, violencia intrafamiliar, protección a menores, por mencionar algunos. A estos hay que agregarles la invasión a sus comunidades con sistemas de gobierno que no sienten les pertenece, la presencia del narco y, por consiguiente, la delincuencia.

El movimiento zapatista de 1994, hecho histórico en nuestro país, fue un momento decisivo para las comunidades indígenas pues se hicieron visibles no solo en México sino en el mundo. Una protesta armada que exigió el reconocimiento de su cultura, identidad y sobre todo legitimar sus decisiones y forma de organización.

Ellos piden, y con razón, el reconocimiento de su existencia y por consiguiente de sus derechos. 

Con un alto sentido de comunidad, defienden sus valores, su territorio, sus ritos. Su lengua, su indumentaria, sus productos, sus instituciones, su historia, constituyen su identidad. Para ellos la memoria del pasado, es fundamental. Mantienen, con esfuerzo, viva su cultura. Son un ejemplo de trabajo comunitario y ayuda mutua para la sostenibilidad alimentaria y bienestar social.

Nuestros pueblos originarios se aíslan con todo propósito pues no quieren ser contaminados en su forma de vida. Exigen libertad para vivir, pero garantizando estructuras sanitarias y educativas que los gobiernos, todos, sólo prometen, pero no les cumplen.

Están presentes solo en la narrativa de los políticos, como si no formaran parte de la ciudadanía y sea necesario hacer la distinción. Por eso, en cada proyecto o crisis, se evidencia la desigualdad que siempre han vivido. Bien dice el politólogo Mark Lilla, “las recientes preocupaciones en torno a la identidad racial, de género y sexual han distorsionado el mensaje del liberalismo, porque han desplazado temas relevantes para la comunidad en su conjunto”. 

Nos esforzamos por “civilizarlos”, porque creemos que “lo urbano” es más valioso, además de ser blancos y hablar español. Queremos que vivan, coman y festejen como nosotros. Que incorporen el sentido de competencia y de acumulación material que a ellos no les importa. Sólo exigen respeto y ayuda ante el triste abandono que hemos permitido con la pobreza añeja que no corregimos. Históricamente olvidados, siempre marginados. 

Es explicable que se defiendan con justicia propia cuando el narco los invade, cuando talan sus bosques, cuando la seguridad oficial no funciona, o cuando les imponen proyectos que alteran sus costumbres y medios de subsistencia. 

Los medios de consulta que los gobernantes o empresarios utilizan con ellos por lo general están viciados o se hacen a destiempo. Claro ejemplo de ello es el Tren Maya, cuyo proceso de consulta no cumple con los estándares establecidos por la ONU y que además, hay serios cuestionamientos de afectación a sus tierras. 

Tenemos muchas deudas con ellos. Ojalá lo tengamos presente cuando nuestras autoridades hablen de proyectos estratégicos o cuando en nuestra convivencia diaria tengamos la fortuna de hacerlo con alguien que proceda de la comunidad indígena. 

Serán buenas oportunidades para un comportamiento respetuoso y empezar a cambiar nuestra forma de relacionarnos con ellos. Asegurar su inclusión en hechos y palabras, por una cultura de igualdad.

Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com



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