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Opinión Editorial


Desarmar violencia


Publicación:31-10-2024
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Es dolorosa la violencia. Para quien la recibe, para la sociedad y para quien la ejerce

Es dolorosa la violencia. Para quien la recibe, para la sociedad y para quien la ejerce. No hay quien se escape. Y aunque hay muchos factores que la estimulan, no deja de sorprender la aparente facilidad con que se reacciona ante lo que se percibe como amenazante. Esta reacción responde a complejos mecanismos internos. Vivir con estos impulsos y sus consecuencias no es sencillo. Resultaría más fácil y gratificante responder pacíficamente.

Una persona violenta experimenta una serie de dinámicas internas que abarcan aspectos emocionales, cognitivos y psicológicos, todos ellos influenciados por el entorno y las experiencias pasadas. En México, expresiones como “La gente solo respeta la fuerza”, “En el mundo, el más fuerte es el que sobrevive”, “Más vale que lloren en su casa que en la mía”, “Ojo por ojo, diente por diente”, y “La letra con sangre entra” son solo algunas de las frases que promueven y justifican la agresividad.

La violencia se llega a normalizar cuando los actos violentos se vuelven tan comunes que la sociedad comienza a verlos como parte inevitable de la vida cotidiana; de alguna manera los legitima, los explica y perpetúa en un círculo vicioso y perverso.

Hoy vivimos en un entorno complicado; la inseguridad, reflejada en robos, extorsiones, secuestros y asesinatos, es pan de cada día. Basta con ver las publicaciones sobre desapariciones, o casos de pobladores que deciden exhibir y atacar a delincuentes en plazas públicas. Además, el narcotráfico ha ritualizado la guerra en las calles, incorporando la violencia a nuestros modelos sociales.

El sistema de justicia, al privilegiar la impunidad, incentiva la justificación de reacciones violentas y fomenta que muchas personas busquen resolver problemas haciendo justicia por mano propia. Hoy se ha vuelto común tener armas en casa, alarmas, cámaras, cercas eléctricas y redes de apoyo vecinal para reaccionar ante situaciones peligrosas. Salir a la calle, especialmente de noche, es una experiencia teñida de precaución y miedo. Nadie está exento de ser víctima de la delincuencia o de ser “confundido”.

Este es nuestro contexto cercano, pero también existen guerras y conflictos en otros países. ¿Cómo imaginamos que crecerán los niños y jóvenes que los viven? ¿Cómo serán las próximas generaciones ante estos entornos? Es posible que justifiquen la violencia o que, por el contrario, busquen la paz. Lo cierto es que estas experiencias dejan secuelas emocionales, físicas y sociales. Los niños y jóvenes expuestos a la violencia pueden llegar a considerarla un método aceptable para resolver conflictos, lo que aumenta la probabilidad de conductas agresivas en el futuro. La exposición constante a ella también tiende a insensibilizarlos, disminuyendo su capacidad de empatizar con el sufrimiento ajeno.

Algunos gobiernos invierten enormes cantidades de dinero en la fabricación de armamento, bajo la justificación de proteger su soberanía o sus intereses económicos y tecnológicos. Sin embargo, estas decisiones no protegen a la población; al contrario, la exponen más. ¿Qué pasaría si estos recursos se dedicaran a generar condiciones de paz?

La pregunta es: ¿cómo revertir la normalización de la violencia y, en su lugar, promover la paz? Romper este ciclo requiere varias condiciones. En primer lugar, a nivel personal, es necesario que la conciencia y el compromiso por la paz impulsen conductas de resolución de conflictos basadas en el diálogo, la empatía y el respeto. En el ámbito familiar fomentar la convivencia y evitar el castigo físico como método educativo, ya que inculca la idea de que el dolor y la coerción son medios válidos para imponer autoridad. Desde luego en las escuelas promover la cultura de la paz.

A nivel social, la resistencia pacífica y la reforma estructural a través de un sistema de justicia eficaz y un estado de derecho sólido son esenciales. Asimismo, es indispensable garantizar condiciones que aseguren educación, salud y trabajo, pues la desigualdad sistémica y la falta de derechos humanos contribuyen a crear entornos violentos.

Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com





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