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Opinión Columna


Defensores oficiosos


Publicación:20-11-2018
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Imagínese a Romo, de Jefe de Gabinete, actuando como empleado del poder Legislativo.

El riesgo de que se frustre la formación de una nueva etapa en el devenir histórico de México se encuentra, en primer lugar, en la rapidez de asumir decisiones que reivindiquen la última fase en la que los sectores de la sociedad no estuvieron representados; mientras que sólo unos cuantos recogieron los frutos de su sacrificio colectivo. Y en segundo lugar, en evitar cualquier embaucamiento sobre las decisiones que suponen el ejercicio de una total independencia de los gobernantes en relación con el refrendo del colaborador del jefe del Ejecutivo y el mandato recibido frente al escrutinio público. Porque, finalmente, pudiera dar lugar a la sensación de estar en la coyuntura, en la que el servidor público es capaz de ejercer derechos contra las expectativas ciudadanas sometidas a escrutinio y de que, en lo inmediato, todo pueda diluirse en una multiplicación de iniciativas llenas de particularismos, sin tocar en esencia la estructura social y económica del régimen.


Lo anterior deviene de que la libertad supone, la libertad de una ley para obrar conforme a principios o máximas objetiva y universalmente aceptados, por todo ser racional sin que ningún interés particular empuje al hombre, pues tal deber es propiamente un querer, que propiamente vale para la condición de todos los seres racionales, si la razón en él fuera práctica sin obstáculos. “El deber moral es un propio querer, necesario al ser miembro del mundo inteligible, y si es pensado por él como un deber, es porque se considera al mismo tiempo como miembro del mundo sensible. (…) Hay que suponer que entre la libertad y la necesidad natural de unas y las mismas acciones humanas, no existe verdadera contradicción; porque no cabe suprimir ni el concepto de naturaleza ni el concepto de libertad” (Cfr. Manuel Kant. Fundamentación Metafísica de las Costumbres).


Pero, donde lo absurdo de lo abstracto y el fundamento de la moralidad, rayan en el libertinaje para someter a los demás a la inferioridad y sumisión de todos, se encuentra la misma moralidad que alguno de los colaboradores de Andrés Manuel López Obrador, aduce, cuando se inspira en la moralidad, aunque no en la interioridad individualista que se rechaza por el abuso en el actuar -en ejercicio del propio bienestar- del que no puede sustraerse a la necesidad de un ambiente hostil y desigual. Y aquí queda, para la posteridad, la confusión y la desventaja de la igualdad de derechos, si se les disocia de sus alcances económicos.


De todas maneras habrá que evocar la teoría moral de la metafísica de las costumbres, basada en la libertad y en la bondad de que nadie tiene el interés de imponerse injustamente a los demás. “El origen del poder del pueblo, considerado con un propósito práctico, es inescrutable para el pueblo que está sometido a él: es decir, el súbdito no debe razonar activamente sobre este origen, como sobre un derecho controvertido (jus controversum) con respecto a la obediencia que le debe. Porque, puesto que el pueblo para juzgar valederamente del poder soberano de un Estado (summum imperium), debe ya ser considerado como reunido bajo una voluntad legislativa universal, no pude ni debe juzgar de otra manera, más que como agrade al poder soberano existente (summus inperans) [Immanuel Kant. Principios Metafísicos de la doctrina del Derecho. Prol. Y Notas: Arnaldo Córdova. Ed Universidad Nacional Autónoma de México. México, 1978, p. 149).


Había proyectado concluir mi artículo sobre algunos de los aspectos relacionados con el interés de Andrés Manuel López Obrador de darle una fuente de sustentación a las expectativas electorales expuestas en decisiones que implican un amplio ambiente de conciliación para compartir el esfuerzo de la inversión particular. Pero la edición de la Revista Forbes del 16 de noviembre, en la que Alfonso Romo dice: “Nos equivocamos en el procedimiento de consulta sobre la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y sus resultados adelantaron una alta volatilidad en los mercados financieros, que luego se agravó por la iniciativa de limitar las comisiones cobradas por los bancos”. Para luego seguir con la misma amenaza de Salinas, de que el que alcanza el poder se expone a que se lo arrebaten, pero ahora expuesto por el achichincle de Alfonso Romo que no hizo su doctorado de Economía en Chicago, sino de filosofía en el Tecnológico, asegurando en Nueva York que “las decisiones del gobierno de izquierda están siendo vigiladas de cerca por los inversionistas”.


El problema es que Alfonso Romo ya había expuesto que: “la confrontación y el encontronazo del lopezobradorismo con el sector empresarial han quedado atrás y hoy tienen un matrimonio católico para siempre”. Y después de actuar en un mundo raro con ínfulas de Jefe de Gabinete, Alfonso Romo pone a su achichincle a promover un escenario para tranquilizar a los inversionistas en Nueva York, después de haber ganado para la Universidad Metropolitana de Monterrey el mote de universidad marca patito, por la determinación de autorizar Abel Hibert los requisitos establecidos por el Instituto de Investigaciones Jurídicas (UNAM) para publicarse como si fueran propios, y donde según Hibert la directriz es bajarles la lana a los alumnos con independencia de que sintiéndose influyentes -jefe de Gabinete y achichincle-, simplemente suprimen de la fachada la nomenclatura de la universidad para impedir el reclamo de los derechos de sus maestros: Exp. 00230/i/10/2018, sin tomar en cuenta que, a pesar de la promoción en Proceso, Forbes y en el Universal, la fuente de los conflictos es el influyentismo de sus clientes en el Poder Judicial Federal. Imagínese a Romo, de Jefe de Gabinete, actuando como empleado del poder Legislativo.

 



« Redacción »
Carlos Ponzio


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