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Opinión Editorial


Annus horribilis


Publicación:17-12-2022
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Es natural, la vida no da para tanto y no se puede repicar y andar en la procesión

Supongo que nuestro caudillo, ahíto de matinées y giras preelectorales, no tiene tiempo y ánimo para leer los diarios y escuchar los noticiarios de radio y televisión. Presumo que tampoco lo tiene para revisar informes (de fuentes oficiales) y analizar concienzudamente los datos que éstas suministran sobre grandes temas nacionales. Ahora sólo se concentra en la destrucción del sistema electoral democrático.

Es natural, la vida no da para tanto y no se puede repicar y andar en la procesión. Además, no lo necesita quien cuenta con "otros datos", fruto de su voluntad, que niegan la realidad de la que dan cuenta las noticias y los informes en que navegamos los ciudadanos comunes. Además, ya sabemos que estas aguas son el producto de las falacias de los conservadores que manejan los medios de comunicación.

Pronto concluirá lo que pudiera llamarse el annus horribilis de 2022. Aguardamos 2023 con el "Jesús en la boca", como el gobernador de Zacatecas cuando dijo que "esperaba en Dios" la solución del problema de criminalidad en el estado que gobierna. También nosotros nos acogemos a esta recomendación científica para iluminar la política y sus resultados. Sobrevivimos a base de fe, que no cejará. Esta virtud nos permitirá salir adelante en el bosque de la seguridad y la paz, y en las otras frondas que abruman el paisaje de la nación.

Si el caudillo se diera a la lectura (trabajosa, es cierto) de los diarios, escuchara la información de la radio y observara las imágenes de la televisión, y además descifrara los informes que colman sus archivos, se daría cuenta de la horrible realidad (el annus horribilis, pues) que nos domina.

Valdría la pena que el Jefe del Estado, que se aplica a la defensa de dictaduras, dedicara unos minutos (o unos segundos, no faltaba más) a observar el pavoroso espectáculo de los cadáveres que dejan las masacres a lo largo del país; las exhumaciones de restos desmembrados de compatriotas o migrantes asesinados; los ataques de sicarios (perfectamente equipados) a pueblos enteros y estaciones de policía; los bloqueos de calles y carreteras; el incendio de edificios públicos y privados; las imágenes de mujeres que buscan a sus hijos, esposos y hermanos en excavaciones que ellas mismas deben hacer; el tránsito de migrantes asaltados y diezmados. Y así, así, así.

Dije que los hechos de este carácter no sólo caracterizan la geografía de la inseguridad que nos domina, sino también otros espacios en las frondas de la nación. El caudillo pudo mirar también en las noticias que proveen la prensa escrita, la radio y la televisión, el espectáculo de enfermos que llamaron a las puertas de los hospitales y padres de niños con cáncer clamando (suplicando) medicinas que no llegaban a los hospitales desabastecidos por la austeridad republicana (llamémosla así). Pero no pretendo reconstruir ahora las frustraciones que experimentó el sector salud y, con él, la salud de los mexicanos, sino referirme en este artículo y el siguiente —con la hospitalidad de EL UNIVERSAL— a un tema que domina la vida de los mexicanos: la inseguridad.

Si los lectores me hacen el favor de mirar estas líneas y las que entregaré dentro de una semana, podrán ponderar los resultados del fantástico Plan Nacional de Paz y Seguridad que el nuevo gobierno proclamó en 2018, cuando estaba a punto de escalar el poder, entre promesas y esperanzas que el viento se llevó. Cosas del viento, operado por los conservadores.



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Sergio García Ramírez

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