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Opinión Editorial


Algo explica


Publicación:27-06-2024
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Los beneficiarios de los programas de transferencias monetarias, como muchos lo han señalado, tienden a identificar al gobierno que las entrega como un mecenas

En 2019, cuando se conoció la primera propuesta de presupuesto para la presente administración, Francisco Báez Rodríguez hizo una disección para observar qué instituciones y grupos serían los ganadores y cuales los perdedores (“Tijeras y prioridades”, publicado en La Crónica). Era un ejercicio necesario porque como se sabe en el presupuesto se pueden observar con claridad las prioridades del gobierno y también los asuntos que no le interesan o le importan poco. (Ese y muchos otros artículos han sido recogidos por el autor en un sugerente libro que arroja luz sobre la lógica política de AMLO y su coalición de gobierno. Populismo neoliberal. Cal y Arena. 2024. 168 págs.)

Encontraba que perdedores había muchos, entre ellos “las universidades públicas, la cultura, la ciencia, la protección del ambiente”, los “apoyos al campo”. Ganadores resultaban las Fuerzas Armadas y Pemex. Había, sin embargo, un gran énfasis en los apoyos directos, es decir, en las transferencias monetarias, por ejemplo, para adultos mayores o becas para estudiantes de nivel medio-superior.

Báez veía dos mensajes políticos: “que, con las condiciones de vida de buena parte de la población, es imperativo dar los apoyos”, y “que la población beneficiada con dinero contante y sonante tiende a identificar al gobierno que la benefició, y retribuirlo políticamente”.

Y en efecto, las precarias condiciones materiales de vida en la que transcurre la existencia de millones de ciudadanos hacen necesarios y valiosos esos apoyos; resultan cruciales para atender necesidades diversas y liberan de algunos apremios extremos a los beneficiarios. Aunque como señala el autor, al recortar el gasto en áreas estratégicas para el bienestar social (piénsese en la salud o la educación), “se puede estar sacrificado bienestar futuro por actual”.

No obstante, luego de los resultados electorales creo que el segundo asunto adquiere redoblada pertinencia. No lo explica todo, pero algo explica: los beneficiarios de los programas de transferencias monetarias, como muchos lo han señalado, tienden a identificar al gobierno que las entrega como un mecenas al que deben retribuir no solo con gratitud sino con sus votos. Más allá de que la legislación establece que a través de las políticas gubernamentales no se puede hacer propaganda personalizada, lo cierto es que muchos viven esos apoyos como una especie de intercambio de favores: “me das y te doy”, como apunta Báez en otra parte del libro (“AMLO y su frase reveladora”).

Dado que todos tenemos una visión fragmentaria y limitada de la vida social, millones difícilmente pueden relacionar la marcha de la economía o la mecánica de la política o el estado de los servicios públicos con su situación particular; de tal suerte que recibir dinero en efectivo no solo les representa un alivio, sino activa el resorte del agradecimiento a quien lo entrega.

“Tiene más efecto —escribe Báez— la sensación de ser ayudado directamente que la existencia de buenos servicios públicos de educación y salud, la promoción del empleo bien remunerado o la generación de una mejor calidad de vida en las comunidades”. Y creo que no se equivoca.

Como instrumento político los resultados están a la vista. Y si a ello sumamos la lejanía y frialdad con que fueron tratados los más pobres por las administraciones precedentes, a lo mejor se entiende la necesidad de colocar en un primer plano la fractura social que modela nuestra tensa convivencia.



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