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Yo soy la resurrección y la vida

Yo soy la resurrección y la vida


Publicación:03-04-2021
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El Evangelio de hoy nos relata los episodios de las primeras horas después de su resurrección

Cristo murió en la cruz hacia la hora nona (las 3 de la tarde, según el cómputo nuestro) del día de la Preparación de la Pascua judía. La última hora de ese día era la hora duodécima (las 6 de la tarde) y luego comenzaba el sábado solemne de la Pascua. “Como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado –porque aquel sábado era muy solemne- los judíos rogaron a Pilato... que los retiraran” (Jn 19,31). Ese sábado era muy solemne porque se celebraba la Pascua judía. Jesús debió ser bajado de la cruz y depositado en el sepulcro entre la hora nona y la hora duodécima; de lo contrario, habría tenido que quedar en la cruz, porque una vez comenzado el sábado ya no se podían hacer esas obras.

En la hipótesis que el cuerpo sin vida de Jesús hubiera quedado en la cruz durante el sábado, entonces habría resucitado desde esa posición y se habría realizado lo que los sumos sacerdotes y los escribas, burlándose, le decían: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Es Rey de Israel: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad lo quiere; ya que dijo: `Soy Hijo de Dios’” (Mt 27,42-43). Jesús puso toda su confianza en Dios cuando, antes de expirar, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46); Jesús es verdaderamente Hijo de Dios y Dios lo ama. Por eso Dios lo resucitó al tercer día, pero no desde la cruz, sino desde el sepulcro donde había sido depositado poco después de su muerte.

El Evangelio de hoy nos relata los episodios de las primeras horas después de su resurrección. Al caer la noche del sábado el reposo sabático ya cesaba y se habría podido ir al sepulcro esa misma noche. Pero se esperó hasta el día siguiente, y la primera en ir allá fue María Magdalena: “El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro”. Ella esperaba encontrarse con la piedra tapando la boca del sepulcro; pero ¡“ve la piedra quitada del sepulcro”! Este hecho puede tener mu-chas interpretaciones; pero ella, sin verificar nada, corre donde Simón Pedro y el discípulo amado y les dice: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”. Esta noticia fue suficiente para que Pedro y el otro discípulo corrieran a verificar lo ocurrido. No era ésta una “buena noticia” como será la que les dará más tarde después que ella vio a Jesús vivo: “Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: ‘He visto al Señor’” (Jn 20,18). Esta es “la Buena Noticia”.

¿Qué vieron Pedro y el discípulo amado en el sepulcro? Vieron signos evidentes de que el cuerpo de Jesús, dondequiera que se encontrara, había sido desatado de los lienzos mortuorios. En efecto, “ven los lienzos en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte”. No eran signos de que su cuerpo hubiera sido robado, pues el sudario –la síndone- estaba bien doblado con el respeto debido; eran más bien signos de alguien que se libera de esas ataduras por sus propios medios.

Uno de los dos que corrieron al sepulcro es caracterizado en el IV Evangelio como el “discípulo a quien Jesús quería”. De éste se dice: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito” (Jn 21,24). Ante la vendas y el sudario y la ausencia del cuerpo de Jesús, él describe su propia reacción con dos palabras: “Vio y creyó”. Ya sabemos lo que vio; pero ¿qué es lo que creyó? Se aclara en la frase siguiente: “Hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos”. Hasta ese momento reconoce que no había comprendido; pero desde ese instante eso es lo que él comprendió y creyó. Por primera vez se pronuncia la frase “resucitar de entre los muertos” aplicada a Jesús. Esta es la certeza que se abrió camino en la mente de este discípulo. Creyó que, si Jesús no estaba en el sepulcro, era porque había resucitado; creyó sin haberlo visto. Por eso a este discípulo se aplica la bienaventuranza que Jesús dice a Tomás: “Bienaventurados los que no han visto y han creído” (Jn 20,29). Es como si felicitara al discípulo amado, que es el único entre los apóstoles que está en ese caso.

Una vez que creyó en la resurrección de Cristo, todo resultó claro para este discípulo. Entonces comprendió que, cuando Jesús dio a los judíos este signo: “Destruid este santuario y en tres días lo levantaré” (Jn 2,20), hablaba del santuario de su cuerpo. Explica: “Cuando Jesús fue levantado de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús” (Jn 2,21-22). Entonces comprendió las palabras que Jesús le dijo a Marta ante la tumba de su hermano Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). El que dice estas palabras no puede permanecer en la muerte. Entonces comprendió la verdad del discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo... El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,51.54). No puede ser fuente de vida eterna la carne de un muerto; es pan de vida eterna y prenda de nuestra resurrección futura el cuerpo de Cristo ofrecido en sacrificio, pero ahora lleno de vida. Esta vida de Cristo resucitado es la que se comunica a los que comen el cuerpo de Cristo y beben su sangre en la Eucaristía. Por eso ningún fiel católico puede dejar de comulgar en el día de la resurrección gloriosa del Señor.



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