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¡Vivir o sobrevivir! He aquí el dilema

¡Vivir o sobrevivir! He aquí el dilema


Publicación:27-03-2022
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Habían transcurrido varios años desde la última vez que se vieron

El palpitar de un beso

Carlos A. Ponzio de León

Tomaron asiento en los bancos altos de las pequeñas mesas redondas junto al ventanal que daba a la calle de Tamaulipas. El lugar aún estaba demasiado vacío para ser las nueve de la noche de un viernes de verano. Las luces tenues de El Pata Negra parecían brillar con gran intensidad cuando se les miraba desde la calle: mucho más que ahí adentro, donde reinaba una oscuridad de iglesia gótica, donde bien podían celebrarse asesinatos masivos, y en el que los hombres y las mujeres de treinta y cuarenta años abundaban, más que los adolescentes universitarios. La mesera se acercó con la indiferencia acostumbrada, para luego levantar la vista y sonreír amablemente, una vez que obtuvo de su cintura la libreta para levantar la orden. “Una coca cola para mí”, dijo Leticia. “Una cerveza, Indio, por favor”, dijo Ramiro. La mesera se alejó dejando tras de sí: a un caballero de cuarenta años de sonrisa amable que se desenvolvía con la naturalidad de quien sabe exactamente dónde están los lavabos del lugar, y una dama sentada incómodamente, de cuarenta y cuatro y quien intentaba disimular la sorpresa de encontrarse en un bar de la Colonia Condesa, por primera vez en su vida.

Leticia observó el televisor colocado detrás de su asiento, con su cuerpo contorsionado, absorbida por el correr de los jugadores de dos equipos de la NBA tras un balón, en ese momento disputando una semifinal. Dejó de prestar atención al partido de basquetbol y observó la repisa de licores detrás de la barra, el espejo lleno de colores, el piso de madera y también notó el pesado olor a cerveza que venía de todas partes. Era desagradable. Sintió temor por un momento, pero recordó que no estaba sola. No fue llegado a ese lugar a la fuerza. ¿Este hombre tendrá intensiones serias? ¿Esto que siento, es amor? Me gusta cómo baila. En la boda de mi sobrino, el sábado pasado, cuando me tomó por la cintura, sentí mariposas en el estómago… Es guapo. Mi madre, que en paz descanse, decía que el amor llega de manera inesperadas. ¿Cuántos hijos querrá tener? ¿Tendré yo la capacidad para educarlos correctamente? A Leticia le vienen las mismas dudas que le atormentaban siendo niña, y que un día desaparecieron hasta que se volvieron a presentar en ese momento.

Ramiro la observaba cuidadosamente, listo para retirar su mirada puesta en ella, redirigiéndola hacia otro lado en el instante en que Leticia le prestase atención a él. A pesar de ser una mujer delgada, Ramiro no deseaba imaginarla desnuda. Había rasgos toscos en su rostro que le recordaban a su abuela: mujer que enfrentó estoicamente los abusos e infidelidades del abuelo. Abuela sufrida y creyente, lectora del Atalaya, de presencia dominical en el templo. La abuela que le regalaba a Ramiro partituras con cantos religiosos cuando él estudiaba piano, un instrumento que nunca le gustó y que le repugnaba cuando la abuela colocaba los cantos eclesiásticos sobre el atril. ¿Esa dureza en el rostro de Leticia era amargura, o solo tristeza, o acaso así era ella, de rostro angular y dureza? Cuando Leticia reía, pensaba Ramiro, se le salía una vocecita de niña diabólica y resentida. ¿Será, en el fondo, malvada?... ¿Será virgen?

La mesera se acercó con las bebidas. Colocó sobre la mesa el refresco servido en un vaso con hielos. La cerveza, en la botella destapada, sin vaso que la acompañara. Ramiro siempre la tomaba directo. Deja buenas propinas. Lo ha visto acudir al lugar durante meses y ordena lo mismo. Lunes y sábados, con la chica de siempre; a veces llega con una nueva amiga, siempre una nueva amiga. ¿Qué hace con ellas? Ja. ¿Las descuartiza? Debería estar gordo de tanta cerveza. ¿Genética? ¿Ejercicio? ¿Qué tipo de libros lee cuando viene solo? ¿Qué mentiras les cuenta? ¿Las hechiza con su puro verbo? Atractivo… algo, pero siendo un cuarentón… De acuerdo… me gusta su sonrisa.

Leticia habla sobre lo que en ese momento sale de su corazón: el amor. Cuenta cómo las parejas se conocen inesperadamente y luego se enamoran. Es importante que tengan hijos antes de que el amor desaparezca, así el matrimonio podrá perdurar. Recuerda que toda la vida se ha estado guardando para el hombre correcto. Clark Kent y Superman siempre le parecieron atractivos cuando eran interpretados por Christopher Reeve. Ramiro usa lentes, pero no hay más parecido.

¿Te puedo preguntar algo?, dice Ramiro cuando Leticia ha agotado su conferencia sobre el amor. ¿Alguna vez has tenido novio? Ella calla. Una lágrima desciende por un pliegue de piel. “Nunca me han besado. Ni siquiera mi madre lo hizo en vida.”

Ramiro se queda quieto. ¿Le digo que lo siento? ¿Le doy un abrazo? Desciende del banquillo y se coloca junto a ella. Las manos están recargadas sobre la cintura. Desearía meterlas en los bolsillos de su propio pantalón y desaparecer, sin decir nada, pero se mantiene quieto como un nervio tenso. Acerca su rostro al de Leticia y la mira a los ojos. Le dice: “¿Quieres ser mi novia?” Las pupilas se dilatan, Leticia despega los labios. Se escucha un murmullo. No dice sí, ni dice no. Ramiro aproxima sus labios a los de ella y siembra un beso suave. La piel cierra sus llagas. La humedad desbordada se convierte en el palpitar de la tierra que ahora da vida: a un torrente de electricidad recorriendo la totalidad del cuerpo, como algo nunca sentido.

¡La vida da muchas vueltas!

Olga de León G.

Habían transcurrido varios años desde la última vez que se vieron, cuando asistieron a la Gran Asamblea, hasta donde fueron los representantes de cada región y de todos los rincones del mundo. Muchos no se conocían, ni sabían de la existencia de otros: la selva y los bosques del mundo eran una inmensidad… a pesar de la depredación de los humanos. 

En esta ocasión, se trataba de una Asamblea Extraordinaria, tanto porque nunca se convocaba en estas fechas como por lo especial de los motivos que llevaron a los líderes a coincidir en la decisión de reunirse con carácter de urgente y necesario.

Nuestros amigos, el elefantito y la hormiguita, volvieron a encontrarse en el camino. Gentil y diligente, el elefantito bajó su trompa en cuanto ella lo saludó, para que su amiga subiera hasta su oreja derecha, allí, la hormiguita colorada se acomodó asiéndose fuertemente a una de las arruguitas de la piel del elefantito, como ella cariñosamente le llamaba; no sin antes agradecerle que la transportara, pues así llegaría muy rápido; ¡y juntos!, como hacía años…

No pudiendo contener su felicidad, al pasar por el oasis que estaba previo al lugar de la reunión, el elefantito se detuvo y le propuso a la hormiguita refrescarse aprovechando el lago y descansar un momento, pues tenían tiempo. Ella gustosa aceptó, incluso, comentó que sería bueno hablar un poco de qué habían hecho y, establecer puntos de coincidencia en lo que propondrían en la asamblea o por quién votarían para presidente. El cargo era vitalicio, pero el rey León ya estaba muy enfermo, según se habían enterado ambos. Sospechaban que esa era una de las razones de esta reunión extraordinaria.

Mira, hormiguita, pienso proponer un cambio en la elección del presidente. No debe ser solo uno de nosotros, ni tampoco vitalicio. ¿Qué tal si se enferma, o cae en manos de las tentaciones, y es extorsionado para hacer tal o cual cosa en contra de la vida de las mayorías? Aprendamos de los errores y grandes aciertos de los humanos. Vivir cerca de ellos no solo nos puede domesticar, sino al contrario, si los hacemos nuestros amigos y aliados, podremos hacer de la vida de ambos mundos un universo superior.

La hormiguita atenta escuchó las propuestas y, cuando el elefantito terminó su alocución, solo dijo: “La vida da muchas vueltas”. 

- ¿Qué quieres decir, querida amiga?

- Los humanos, por siglos, han jugado con su vida y la nuestra: atentando contra ambas, sabiéndolo o ignorándolo. Asesinan a sus hijos antes de nacer, cuando piensan que serían un estorbo para sus planes, o simplemente por miedo o ignorancia; y no es que los juzgue o condene, actúan desde su perspectiva, a veces forzosa; no necesitan que, además, la sociedad los condene. 

- Abandonan a sus ancianos, -dijo un alacrán que se deslizaba por la arena; - sí así es, añadió una mariposa mientras revoloteaba en círculos. - Los recluyen en asilos cuando ya no pueden valerse por sí mismos y los hijos están “muy ocupados”, procurando vivir bien y proveyendo para su futuro…  en el mejor de los casos…  Olvidan que ellos un día quizás estarán en esa condición.

- Cazan a muchos de nuestros hermanos, alcanzó a decir a distancia, una bella jirafa. – Cierto; no contentos con el sacrificio de muchos de nosotros por alimentarlos o darles cuanto podemos… - mugió una coqueta vaca, mientras caminaba lentamente, contoneándose.

- El elefantito y su amiga se miraron, y dijeron al unísono: - “La vida da muchas vueltas”.  – Apurémonos elefantito, que tú traes una propuesta.  - “Ale, ale mon amie”.



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