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Violencia de pueblos y ciudades

Violencia de pueblos y ciudades


Publicación:17-07-2021
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Pareciera que en mi querido país, sus Presidentes se llevan las palmas en crímenes, injusticias, robos, mentiras y secretos

Cuento para mañana

Olga de León G.

      

      ¿Pa´ donde vas Casimiro?, digo, si se puede saber. Si no me voy doña Domitila. ¡Ah!, pos entonces, ¿de dónde vienes, tú? Y, que haces por este barrio y parado de esa forma con una pierna doblada y la suela de tu bota apoyada en la pared. Y esos trapos nuevos, chamaco, ¿de dónde los sacaste?, no andarás robando las casas de ricos… ¡No, oiga, no me diga eso!, usted me conoce doña, Bueno, bueno, solo dime, ¿por qué tan elegante? Traes novia, ¡eso es! Casimiro se sonroja, y mira para otro lado.

      Así empecé un cuento hace muchos años y nunca lo continué. La idea sigue allí, está fresca; pero tampoco hoy estoy segura de que lo continuaré. 

      Miro hacia atrás y me gusta lo que veo. Me gustó como fui, como era, quizás como soy: según yo veo mis cosas. Otros opinarán diferente. No importa. De todas formas soy yo, la misma… y no, no la misma. 

      Esta de hoy ya es una vieja, sin el más. Como a los nueve era una niña, a los trece una púber, a los diecisiete una incipiente universitaria (¡ah, cuán segura de mí misma era!). Quería devorarme al mundo en los libros y contradecir a los maestros en cualquier resquicio que encontrara en sus disertaciones: era tremenda: era joven recién saliendo de la adolescencia; era foránea; y ansiaba demostrar que de donde yo venía, mis maestros habían sido excelentes; los pueblos pequeños también tienen cultura y gente estudiada y muy inteligente. 

      … Mejor sí termino el cuento. La contradicción es parte de mi esencia, de mi personalidad: mi filosofía. Luego seguiré con lo mío:

      …pues sí, como iba yo diciendo, resulta que con el sonrojo y disimulo, Casimiro se echó de cabeza sin hablar, ni pío había dicho; pero, la Domitila se apiadó del joven: nada añadió. La vieja chismosa era eso: una chismosa, pero no venenosa, como otras. Las que no tienen ningún oficio, ni hombre por quien mirar, ni hijos que miren por ellas.

      Al baile, no fue. No, a Casimiro no lo mataron en ningún baile; ni por enamorado ni por andar detrás de la chamaca del “Morro”; que dicho sea de paso, él no lo sabía. La muchachita era coqueta y se dejaba mirar por cualquiera que quisiera mirarla. “Ansina eran las cosas en el rancho”.

      Cumpliría diecisiete años al día siguiente, 22 de noviembre de 2009. “- ¡Pobre Casimiro!, ni la debía ni la temía” “- Solo estuvo en el lugar equivocado -el mismo donde días atrás lo encontrara Domitila-, puesto como timbal pa’l tiro al blanco. Le dejaron caer toda la carga como ráfaga enfurecida sobre el pecho y en diversas partes del cuerpo”. 

      Los asesinos iban a cobrar una cuenta, de alguien que se les negó a seguir jalando con ellos en sus fechorías. Y, creyeron que era el muchacho que estaba con su sombrero puesto, la pierna doblada y la suela del botín en la pared, cerca de una casa. Él, el Casimiro, miraba pa`l frente, esperaba ver llegar por allí a la dueña de sus miradas.

      La chamaca llegó a la acera, pero ni cruzó la calle -me diría el otro testigo del crimen-. Se giró en 180 grados, y empezó a caminar “reaprisa”, hasta que se nos perdió de la vista en alguna vuelta que dio, o se metió en alguna casa. Allí quedó tirado Casimiro, hasta que fue su madre a llorarlo a grito abierto. Nadie logró consolarla, era su hijo mayor y el más bueno de sus cuatro hijos, el único que la ayudaba con todo, lo que fuera que ella le pidiera.

      ¡Cuántas historias como esta y peores se siguen viendo por todo el cuerno de la abundancia, como se le decía a México. Ahora, desde hace varios sexenios: “Cuerno de la abundancia del crimen”. Y con estas milicias y autoridades actuales, encargadas de cuidar a los ciudadanos, pero que el Patrón de la Democracia tiene maniatados y no pueden actuar… Y, pos como el jefe es de corazón tan blandito: no quiere responder con las mismas armas: “nosotros no somos iguales”.

      En fin, veré en otra ocasión, si el cuento de Casimiro mejora, o por lo menos le invento una historia más romántica. Hoy me duele mucho mi país.

      Como iba yo refiriéndoles, a los diecisiete estaba estudiando Filosofía, y mi cerebrito era una olla “Presto” o un perol como el de las brujas en caricaturas, pero que nunca estalló, solo producía muchas ideas, aunque no todas lograron ver la luz de la modernidad ni del mundo… porque pronto un crimen mayor sucedería en México, a los dos años: La matanza de Tlatelolco. Nunca aspiré a haber estado en la Plaza de las Tres Culturas en aquellos días, no soy de espíritu suicida, pero sí sensible, muy sensible ante cualquier injusticia, máxime esta: Crimen de lesa humanidad.

       Pareciera que en mi querido país, sus Presidentes se llevan las palmas en crímenes, injusticias, robos, mentiras y secretos. ¿Será este una real y verdadera excepción? Recuerden que estudio Filosofía entre diecisiete y veintidós años, en que acabo la licenciatura: y nuestro padre muere a los tres meses de concluida mi carrera, soy la hermana mayor y no fui ni soy aspiracioncita: y la silla presidencial, nadie de mi familia la ha buscado ni pretendido.

Auténticamente confundido

Carlos A. Ponzio de León

      

      En su recámara hay ropa sucia regada: en el piso, en la silla, sobre la cama destendida, por cualquier lado. El pequeño escritorio es un desastre de rayones con tina roja y picada con puntas de lápices, enterradas como si hubieran querido hundir un cuchillo sobre cuerpos adultos. La parte posterior del escritorio está resquebrajado: una patada con la punta de una bota. En la alfombra hay tiras de cáscaras de plátano, huesos de manzana, semillas de toronjas y naranjas. Se respira un aroma como a tortilla vieja llena de hongos, y a sudor amargo. La alfombra: tiesa y polvorienta. Bajo la cama hay tres revistas escondidas: Playboy, Penthouse y Hustler, todas de enero de 2004. De las paredes blancas, manchadas a la altura del pecho por grasa de manos sucias, hay carteles de películas violentas: Perros de paja, Holocausto caníbal y Salo o los 120 días de Sodoma. Desde el reproductor de discos compactos se escucha Trash Metal: Dobles bombos y acordes en guitarras eléctricas ejecutados por dieciseisavos incesantes, como máquinas que excavan el cráneo del adolescente mismo que escucha tirado en la cama, boca arriba, sin camisa y con los pies descalzos. Mantiene los ojos cerrados, en calma se toca el estómago porque tiene hambre, pero hace media hora no encontró nada qué comer en el refrigerador de la casa. Su madre llegará hasta en la noche. ¿Le dirá lo que ha sucedido en la escuela?

      Se suelta un torrente de ladridos de perros en celo, en la calle. Él alcanza a escucharlos, solo brevemente. La música de Slayer no deja entrar el ruido, de afuera donde en un instante se unen el rechinido de frenos de un camión urbano y el claxon de los autos que se detienen intempestivamente, a punto de chocar. El chico se levanta y asoma su vista por la ventana que da al patio. Observa el cielo de nubes negras que se confunden con el universo más allá de la exósfera. Abre el vidrio y deja entrar el aroma que la madreselva echa al oscurecer, luego de haber estado bajo el sol toda la tarde. Camina arrastrando los pies de regreso a su cama, y suelta una patada a su mochila tirada junto al escritorio, que le duele. Sus ojos asoman las lágrimas. ¡Qué distinta sería su situación de no haber respondido con golpes a la incitación de sus compañeros! Vuelve a levantarse y sale del cuarto para entrar al único baño de la casa. Observa en el espejo: sus ojos de vampiro: desterrado de la noche, y la herida de sangre seca en sus labios rotos. 

      Escucha el sonido del portón de la casa que se abre… y luego el lento entrar del auto a la cochera. Se queda quieto. Mira en el espejo su pecho delgado lleno de moretones. Aguarda: “¡Ayúdame con el mandado!”. Se escucha levantarse el metal del cofre del auto. Sale descalzo. “¿Qué te pasó en el labio?... ¿y en el pecho?” El chico baja la mirada buscando hormigas o gusanos que aplastar, pero no encuentra nada. “Me expulsaron de la prepa”. Su madre enciende los puños y aprieta el ceño… hasta que sus venas explotan soltando a su hijo dos bofetadas: que vuelven a sacar sangre de los labios.



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