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Ventilando la noticia

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Publicación:05-01-2025
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Nosotros retornamos por las escaleras de oro y descendimos a la Madre Tierra

Hacia el Día de Reyes

Olga de León G.

Pues sí, aunque no lo puedan creer, una vez más, la mala fortuna o los hechiceros de la Contra y Rete recontra, volvieron para hacer de las suyas, el menú casi completo, excepto la ensalada dulce de zanahoria que se salvó de milagro, porque no llevaba jugo del pavo ahumado y los fetuccini a la Alfredo, todo lo demás fue a dar a la basura: el pavo estaba descompuesto, salió malo, tal vez me vendieron un pavo que habían congelado, descongelado, vuelto a congelar y que yo compré casi descongelado, feliz de haberlo encontrado así, pues de un día para otro un pavo de casi 8 kilogramos, no se habría descongelado fácilmente.

El picadillo de pulpa negra con un tercio de pierna de puerco y muchos ingredientes, como: nueces, almendras, piñones, pasitas uva, aceitunas, un poco de zanahoria, jamones, piña en trozos pequeños, morrones de colores y cebolla picada, aderezado con el maldito caldo o jugo del pavo ahumado, a la basura también; el gravy para el pavo y el picadillo que haría las veces del relleno, igual, habiéndole añadido jugo del pavo, tuvo que ir a la basura. Dolió, ¡por supuesto!, no solo por el gasto económico, sino también por el tiempo que les dediqué a la preparación como por todos los ingredientes que llevan; el gravy, champiñones y salsas diversas, amén de crema, y especies, y maicena, entre otros.

Pero, entre tirar la comida echada a perder y enfermarnos, naturalmente optamos por tirar a la basura, todo. Nos quedamos con la Pasta Alfredo y la ensalada de zanahoria con nueces, apio, piña y pasitas uva en su mayoría, y un poco de crema de leche y mayonesa.

Total, en casa, el año pasado no hubo cena de Noche Buena, ni comida de Navidad, por lo enfermos que la pasamos los cuidadores de mi esposo: el hijo y yo. Y, él, que es el paciente, al menos no enfermó más. El virus a mí me duró casi la semana, a nuestro hijo aún más, pues parecía aliviarse y se encargaba de su padre y, además, me relevaba a mí, y volvía a caer. Está mejor, pero aún no parece salir del todo de los efectos del terrible virus. Y así, el Fin de año estuvo de historia para Ripley o cuento...

En fin, pero no es queja, ¡solo lamento! Que aquí seguimos, y esperamos ese fin de año desde el 24 de diciembre hasta el 31 del mismo mes y año, 2024, tanto como el inicio de este nuevo 2025, sea solo historia anecdótica para nuestros anales de familia. La vida es bella y vale la pena vivirla, signifique tan solo lo que sea que es: que a veces se sufre, pero otras, se goza, segura estoy de ello. Como que existe la Rueda de la Fortuna y la Lotería, que nunca juego (porque no creo en los juegos de azahar). En fin, así es la vida: Cest la vie.

Ahora viene el Día de Reyes: no volveré a caer. Nada cocinaré. Afortunadamente, la repostería no se me da. Y solo espero que si compramos una rosca de Reyes pequeña, solo para tres, no nos salga quemada, amarga o cruda: sería, ¡el acabose de todos los acaboses! En cambio, que sí venga con varios Niños Dios, dicen que es buena suerte que te salga el muñequito en tu pedazo de rosca, eso dicen. ¡Oh, Señor!, que no se nos atore ninguno en la garganta! No, definitivamente, tampoco compraré Rosca de Reyes: a mí, ni me gusta.

Y, cuando, con estas dilucidaciones, creía estar poniendo fin a mis preocupaciones sobre las malas vibras de las fechas festivas en derredor del Nacimiento del niño Dios (que por cierto, ninguna culpa tiene de nuestra mala fortuna y el tremendo virus que se alojó en nuestra garganta y bronquios por buen rato), así como, sobre los aconteceres y pérdidas con motivo de las festividades por el advenimiento del nuevo año, y la llegada de los Santos Reyes, mañana 6 de enero, pues nada, que caigo en la cuenta de que se me estaba olvidando que todavía nos queda por agasajarnos con tamales, el dos de febrero, Dia de la Santa Candelaria, por favorcito, por su madrecita Santa: ¡Ni se les ocurra regalarme tamales!

Cuenten con mi apoyo para comprarlos, vaya o no, el día que partirán la rosca, seguro el miércoles ocho, que es la fecha de regreso a nuestras actividades. Como ya es una tradición y una costumbre en mí, siempre coopero: cuenten igual con ello, este año 2025, pero no me guarden tamales: ¡No, por favor, no!

Los veinticuatro ancianos

Carlos A. Ponzio de León

Viajábamos en barca, por un río estrecho y oscuro, donde la tiniebla alumbraba con una luz similar al color de la luna, observando los brillos del reflejo del sarmiento plantado a lo largo de la orilla y con el resplandor de las amapolas ardientes del deseo. El timonel llevaba una bata blanca hasta las rodillas y debajo de ellas, botas negras, como de mujer. Conducía guiado por el centelleo de sus propios ojos. Nos dijo: Aquí adelante comienza la luz del día, la que ilumina el universo. Seguimos descendiendo por las aguas hasta que el cauce llegó a una curva, abriendo su anchura como si se tratara de la cadera de una mujer que danza bajo el fuego de la noche. El noble corazón se agitaba.

Quimeras más tarde, llegamos hasta el final del río, donde encontramos la boca de una cueva que asimilaba las fauces de un león. Éramos tres viajeros en la barca. El timonero nos dijo: Adentro encontrarán su nueva guía. Lo hallamos junto a una roca. Nos adentramos y vimos que, de las paredes de la cueva, (iluminadas por antorchas), colgaban rastros de hilos y tras ellos, se apreciaban pinturas de tiempos primitivos de la Tierra Madre. Avanzábamos deseosos de encontrar el destino final. Adelante, sobre el camino de jaspe, íbamos: el hombre de cabello rizado, en ese momento alisado; detrás de él, otro ser similar, de piernas y manos temblorosas y detrás de ellos, yo.

Encontramos una puerta. El guía nos dijo: Quien se sienta valiente, que la cruce. Fui el último en atravesarla. Adentro encontramos el cielo abierto y una puerta grande que lo abría. Junto a ella, un hombre que, con voz de trompeta, nos dijo: "Suban, yo les mostraré el recinto". Ascendimos por un camino de oro. Al llegar, hallamos un trono y en él, a uno sentado. Y alrededor del trono: un arcoíris. Alrededor del trono: veinticuatro tronos y sentados en ellos, veinticuatro ancianos en ropas blancas, coronados con oro.

El guía nos dijo: Estas son las nacionalidades de donde provienen los veinticuatro ancianos: México, Guatemala, Inglaterra, España, Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Suiza, Austria, Grecia, Turquía, Uganda, Etiopía, Marruecos, Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia, India, Australia, Indonesia y Estados Unidos. Y a la espera de la muerte de alguno de ellos: un anciano Ruso y otro Iraní.

Y de aquel trono salían truenos y relámpagos y muchas voces que hablaban en mil idiomas, todas a la misma vez. Cerca del trono ardían siete lámparas encendidas con fuego de un color rojo intenso. Y dijo nuestro guía, con su voz de trompeta y cuyo nombre es Pedro: "Estos son ancianos que sueñan". Y luego, él nos dijo: "Acompáñenme", y fuimos detrás, andando como si calzáramos zapatillas dotadas de alas y con ellas llegamos a un sitio inmenso, bello como la azucena rosa al amanecer, como el secreto lugar secreto, como la rama de la primavera. Y nos dijo: "Quietos, porque habrán de ver maravillas que nadie ha visto".

Y del fondo de la guirnalda, se asomó un ojo, y con voz de huracán cantó con nueva voz de trombón: "Yo soy el que todo lo ve y todo lo culpa, más lo cierto es inculpable para quien lo sabe. Anden y escríbanlo en letras de oro, de aquí en adelante". Y se hizo un silencio, y luego un coro de damas cantó un canto sonoro. Entonces el ojo dijo: "Pero tenga cuidado el que no se controla, porque ley humana podría andar detrás de él. Yo soy el Alfa y la Omega, el que habita la cuarta dimensión, la que ustedes no ven". Y un huracán ensombreció aquel lugar tan bello, escondiendo al ojo que se hundía bajo la guirnalda.

El guía nos dijo: "Es tiempo de que regresen", y fuimos detrás de él, andando como volando, como papiros a los que se los lleva el viento, como pelusa flotadora de incienso. Regresamos primero al recinto de los tronos, donde estaban: el uno sentado junto con los veinticuatro ancianos, quienes formaban un comité especial de decisión en asuntos del cielo.

Y al vernos, uno de los ancianos detuvo a nuestro guía y le preguntó: "¿Quiénes son esos tres?", a lo que él respondió: El primero fue dado en matrimonio por Dios; el segundo fue dado en matrimonio por el Cristo, y el tercero adquirió matrimonio por sí mismo". Entonces, el anciano giró para mirar al uno, y luego regresó su vista a nosotros y le dijo al guía: "Sé quiénes son". Nos arrodillamos y el anciano nos dijo: "Por favor, no lo hagan, que yo les sirvo a ustedes", y regresó a su trono. Nosotros retornamos por las escaleras de oro y descendimos a la Madre Tierra...

 

 



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