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Universo de invasiones y abandonos

Universo de invasiones y abandonos


Publicación:11-12-2022
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Solo la verdad brilla, cuando el sol alumbra para todos

El cuervito

Carlos A. Ponzio de León

Descendió del auto para abrir el protón de la cochera y notó algo extraño en la oscuridad que venía desde adentro, atravesando las ventanas de su casa. Era una ausencia, pero en ese momento no pudo definirla. Metió el auto y al ingresar la llave en la puerta de entrada, un aire frío se coló por debajo de la puerta. Encendió las luces y su sala estaba vacía: sin muebles ni cuadros en las paredes, solo el color crema de los muros. Caminó a la cocina asustado y encontró lo mismo: un cuarto vacío: sin refrigerador, ni mesa, ni sillas, ni siquiera los platos de la alacena estaban ahí. Cuando subió al segundo piso, sus pasos sobre el mármol blanco resonaban por toda la casa. La recámara la encontró también vacía, solo percibió el olor a humedad de la alfombra; ese sí: aún estaba ahí. “¡Lourdes!”, gritó el hombre. “¡Antonio!”. Ni su esposa ni su hijo respondieron. Buscó el teléfono de la policía en la contraportada de la sección amarilla y reportó los hechos descubiertos. Hora y media tardaron dos agentes en arribar. ¿Su esposa y su hijo Toñito lo habrían abandonado? Imposible; siempre les había procurado el mejor futuro posible,

A Toñito, en la escuela secundaria, le decían “La gallina”. Era gordito y un poco petacón, con cuerpo de mujer, más que de niño. Se había hecho de un cuervo. Lo capturó en el patio de su casa cuando el ave, aun siendo un bebé, intentó volar y cayó al pasto. Toñito le soltó una pedrada para que no se le fuera. Tomó el pájaro atontado entre las manos y lo metió en la jaula vacía que había sido hogar de un cotorro hasta hacía unos meses. Lo alimentó al principio con hormigas, luego con carne molida, cruda, que sacaba del refrigerador de su madre. El cuervito le vivió apenas una semana. Toñito lo encontró muerto el lunes después de haberlo hecho suyo, regresando de la escuela. Fue precisamente el último día en que Toñito fue visto en su secundaria. 

Cinco años después, Toñito ya se había convertido en estudiante de la carrera de derecho. Vivía solo con su madre. En el trayecto que en camión hacía de la universidad a su casa, solía pasar por un restaurante que se llamaba El Cuervo, ubicado en Avenida Juárez y Calzada Madero, a lado de las oficinas de un sindicato ferrocarrilero donde su padre había sido apoderado legal, y a quien hacía cinco años no veía. Toñito, en ocasiones, hacía la parada del camión para probar una torta de puerco en un local ubicado atrás de El Cuervo. Tal vez esperaba el día en que podría ver a ser padre por casualidad. Hacía tiempo, mirando revistas en el puesto de periódicos de la esquina, echando un vistazo a Hit y Super Hit que trataban del béisbol local.

Toñito a veces podía sentir temor cuando recordaba a su padre, que siempre le exigía en la escuela lo que él no podía dar. Pero aquello, de pronto, se le olvidaba, porque también guardaba buenos recuerdos de él. Cuando su papá iba a bolearse los zapatos a Calzada Madero, el niño lo acompañaba y disfrutaba de los paseos. Le gustaba observar los aparadores de las zapaterías, ver entrar a los locutores a las estaciones de radio que había por ahí y pasear en las tiendas de deportes o incluso entrar en las librerías.

Y ahora, a punto de graduarse de la carrera de leyes, Toñito caminaba de manera erguida, orgulloso de haber salido adelante a pesar de las dificultades que le había impuesto la vida, porque era consciente de ellas. No sabía decir si había elegido derecho como carrera por su padre, pero se sentía orgulloso de estar concluyendo sus estudios como un alumno sobresaliente, lo que nunca había podido mostrarle a su padre en la secundaria.

El último día de clases en la universidad, varios compañeros decidieron ir a comer cabrito al restaurante El Cuervo. Pidieron cervezas y cada uno, una pieza de cabrito: una, entre: riñonadas, paletas, pechos y piernas. Una vez más, Toñito estaba nervioso, con un poco de ansiedad, por la posibilidad de encontrarse con su padre. ¿Seguiría trabajando en el sindicato?, ¿acudiría a El Cuervo a comer con frecuencia? ¿Por qué habían dejado de verse?

La ronda de cervezas se repitió. Las últimas irían por cuenta del compañero proveniente de una familia adinerada: Arnulfo, a quien Toñito poco había frecuentado en la carrera. Arnulfo hablaba del sabor del cabrito y de los frijoles refritos con veneno. Pedía que le pasaran el plato de los totopos y preguntaba dónde estaba el baño. El resto de los compañeros disfrutaba de las cosas simples en el restaurante, que era lo que importaba en ese momento de victoria profesional. 

“Entonces… ¿tú también estudiaste en la secundaria número veintiocho, Arnulfo?”, preguntó Toñito. “Sí”, respondió el otro. “Pues seguramente no destacaste mucho, porque yo no me acuerdo de ti”, le dijo Toñito, abriendo una herida en sí mismo, adolorido por su propio fracaso como hijo en la secundaria. Arnulfo carcajeó y sin pensarlo, en ese momento, respondió: “¡Pues no como tú, que eras famoso porque tu papá iba cada semana a la escuela a cachetearte enfrente de todos por tu mal comportamiento!”. Entonces… la amargura se apoderó de Toñito, quien recordó por qué su madre había decidido abandonar a su padre aquel lunes lejano de adolescencia, en el que murió su cuervito.

La hormiguita y el gusano

Olga de León G.

Hace varios años, una escritora poco conocida entre los grandes escritores (y quizás tampoco entre los medianos ni pequeños), amiga mía muy cercana, escribió un cuento titulado “Casa robada”, en el que emuló un poco al maravilloso cuento de Julio Cortázar, “Casa tomada”. Pues bien, lo traigo a colación porque hoy quiero rendir tributo a ambos al genial Cortázar y a mi amiga muy cercana, con mi propio cuento que pronto dejará de ser mío para pasar a las manos de quienes lo lean y se identifiquen con alguno de los personajes. Así es el arte y la vida de los artistas, en este caso de los que escribimos. Pues bien, sucede que:

Andaba la hormiguita por esos caminos de Dios, con la testa baja y el andar un tanto lento y cansado… como si una patita le pidiera permiso a la otra para moverse, rogándole que no fuera a dejar que se cayera. Tenía que llegar lo más pronto posible a su casita: allí descansaría. Se tumbaría en su alfombrita de pasto que tenía en la salita, pues no creía tener fuerzas para ir más adentro… Con esta aspiración en mente, tuvo que detenerse: alguien la llamó con cierta dulzura que no supo interpretar si sería auténtica o fingida: -Señora hormiguita colorada, ¿cómo está usted? La veo algo triste. ¿Es así o me equivoco?

Cuando ya vio quién la llamaba, la hormiguita contestó: -Sí, señorito gusano, está usted en lo correcto: ando muy cansada y estoy triste... desde hace varios días. No sé qué es lo que me sucede; o a lo mejor sí sé, pero no quiero reconocerlo haciéndolo evidente para mí, menos para mis hermanas hormiguitas, o mis allegados muy queridos; se preocuparían por mí.

Pero, -dime gusanito… ¿puedo tutearte?, eres tan joven… O, ¿no? Es decir, perdona la indiscreción, ¿siempre serás solo un gusano?, o llegará el día en que mudarás la apariencia, te elevarás con el viento… y, ¡volarás! 

-No, hormiguita siempre andaré por los suelos, sean de arena, piedra, tierra o… 

La hormiguita se apenó y casi hasta su cansancio se le olvidó y no lo dejó continuar. 

-Bien, amiguito y hermano gusanito, discúlpame, ya debo entrar en mi casita; 

no puedo más; mira, ese huequito de allá es la puerta principal… Te dejo, en otra ocasión, otro día o más tarde seguiremos platicando.

El gusanito nada dijo, se sintió aliviado y al mismo tiempo apenado, cuando se entera que la hormiguita vivía allí. Justo donde él y otros de sus hermanos recién habían entrado y…

La hormiguita cayó en profundo sueño apenas tocó su alfombrita de pasto, y se tumbó o, mejor dicho, la derribó el cansancio y la tristeza que cargaba desde hacía varios días.

Al cabo de pocos minutos, se despertó y se incorporó para ir con el resto de sus hermanas que seguro andarían en la sala o estarían por toda la casita, en la cocina y hasta en el patio; eso pensó. Pero, no; el silencio fue entonces su única compañía. Nadie más estaba allí, en casa.

La hambruna por la escasez de víveres, la guerra entre países y las guerras intestinas en su propia tierra, en su querida patria, todo ello, había herido en lo más profundo de los corazones a los humanos y a las hormiguitas. Ahora: las casas podían ser arrebatadas por cualquiera…  Así de simple.

Las hormiguitas de esa colonia huyeron en cuanto sintieron que la puerta principal estaba siendo derribada… La casa había sido saqueada y tomada, una vez más.

El gusanito solo atinó a irse también, pues sus huellas dentro de la cuevita de la hormiguita colorada, lo delatarían… Mas, no logró ir muy lejos, pues el elefantito azul, aquel amigo incondicional de la hormiguita, apareció… Y, sin darse cuenta, aplastó al gusano contra la roca en la que recién había subido. 

Solo la verdad brilla, cuando el sol alumbra para todos.  



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