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Un fantasma amigable -cómo se escribe un cuento-

Un fantasma amigable -cómo se escribe un cuento-
No me digas, adivinaré, es un personaje que se te escapó

Publicación:10-02-2020
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Regresó a su sillón frente al escritorio y en soledad y absoluto silencio comenzó de nuevo

La lluvia empezó a caer con la misma fuerza que ayer, solo que hoy era de día, y el entorno semejaba una tarde a punto de terminar como si estuviese por empezar la noche. Ella seguía metida en su escritura, buscaba terminar con la calma que se requiere para dar un cierre y final de impacto; no rotundo, sino con posibilidades suficientes para que el lector encontrara su propia salida, una vez atrapado en la trama. 

El embrollo daba para eso y más, así que se dijo mientras hacía una pausa para que fluyeran las ideas y pudiera plasmar algo sobre la intimidante página en blanco: “debo levantarme, dar algunos pasos alejada de la máquina, e iré por algo masticable que entretenga al inconsciente”. 

Tenía una o dos ideas -nuevas- y otras lucubraciones que rondaban su mente e imaginación desde hacía muchos años, quizás de toda su vida de escritora o mucho antes, desde niña. Aquella, su mente, habría de ser la que marcaría la cuadratura del asunto y esta última, la imaginación, redondearía la inacabada idea de su autora, dándole los toques fantásticos de irrealidad creíble.

Así lo hizo, retardó su enfrentamiento con las palabras y sonidos por algunos minutos. Regresó a su sillón frente al escritorio y en soledad y absoluto silencio comenzó de nuevo:

-De qué sirven las palabras si las acciones no las acompañan… hechos, ¡sí!, aquí deben presentarse los hechos; luego, los tropiezos… las soluciones parciales deben también entrar tras cada conflicto. Si voy dejando conflictos sin resolver, el lector se confundirá o pensará con justa razón que no sé de qué hablo, o que no tengo control sobre lo que escribo si no hay lógica ni un seguimiento congruente.

De pronto, el lugar se oscureció, la electricidad se averió o hubo algún apagón, uno de esos que la compañía de luz acostumbra practicar una o dos veces por semana… Los vecinos ya comentan que es deliberado… quesque para que el gobierno ahorre energía. Los apagones pueden durar pocos minutos o varias horas. No se inquietó, solo invocó a su dios personal y le pidió que no le negara escribir. Como si él o cualquier otra divinidad tuviera injerencia en las mañas de los gobiernos abusivos.

Era el año de 1999, durante el último mes, a uno o dos años (según distintas versiones) de que empezara un nuevo siglo, el veintiuno. Tenía ocupada su mente en eso, y no obstante, en automático volvió a incorporarse del asiento. Fue a tientas, pues ya estaba completamente oscuro, al cuarto contiguo que la conduciría por el pasillo hasta la cocina. Sabía muy bien en dónde tenía velas, lámparas de mano y algunas pequeñas, de esas para buscar bajo los asientos en el teatro o salas de cine cuando algo se cae y nada se ve.

Caminó del lado izquierdo tocando la pared hasta donde termina el pasillo y se quiebra para encontrarse con el acceso a la cocina. Entra, y aunque la conoce perfectamente, todo su mobiliario y distribución de memoria, tuvo la precaución de llevar las manos por delante hasta estar tocando los gabinetes… contó las puertecitas de abajo y al decir tres, abrió y al tanteo, dio con lo que buscaba… Ahora solo debía encontrar la caja grande de cerillos -también sabía dónde buscarla, en el segundo cajón- era necesario encender la estufa que al irse la luz se apaga... 

Apenas encendió una de las hornillas… y, ¡oh!, tiempo de búsqueda y esfuerzo inútil… ¡Se hizo la luz! Sin ninguna manifestación de enojo, tampoco de festejo, regresó a su estancia y se sentó frente al ordenador para continuar la historia. Nada perdió de lo escrito, pues es muy precavida, constantemente guarda lo que va escribiendo, a pesar de saber que el ordenador lo hace y que ella sabría dónde buscar, lo “perdido” recientemente.

La lluvia continuaba, no había dejado de llover, escuchaba el golpeteo en las tejas del techo y oía caer por las canales el agua que se iba acumulando, solo rogaba porque no fuera tanta la acumulada que empezara a filtrarse por dentro de la casa donde el techo no tenía teja, y aún no se habían arreglado ciertas hendiduras y resquebrajos de la última impermeabilización.

Dejó de pensar en las cosas mundanas y cotidianas, que además, en ese momento no podría atender, cuando vio claramente que una sombra cruzaba frente a sus ojos para ir al cuarto contiguo (el de la televisión), y sin más, se sentó en su sillón reclinable favorito. 

No daba crédito a lo que estaba viendo sin poder despegar la vista de la imponente figura que parecía vestir entre gris y negro, o esos serían los colores de su cuerpo sombreado e inmaterial, porque no tenía peso, era obvio, o el asiento de su sillón se vería hundido, y no, el sillón no mostraba soportar peso alguno. Tampoco el respaldo. Estaba a punto de querer moverse y a punto de desear lanzar un grito como desahogo del susto que pasaba, pero no pudo: ni lo uno ni lo otro.

Entonces sonó el teléfono… ella seguía paralizada, aunque no aterrorizada, solo fuertemente impresionada. De modo que no hizo el menor esfuerzo por acercase a levantarlo y contestar… No podía, era como si sus pies estuviesen pegados fuertemente a los cuadros de mármol. Ni siquiera intentó cruzar el dintel de las puertas corredizas, que dividían una estancia de la otra, en donde estaba el teléfono sobre el mueble del televisor y enfrente su sillón, ahora ocupado por la sombra vestida de gris oscuro con algo parecido a un gabán y sombrero o boina… no supo entonces, qué era exactamente lo que tenía encima de lo que debía ser su cabeza.

En ese instante, recordó su primera experiencia con sucesos de otras dimensiones. Siendo muy niña, se le apareció su abuelo paterno -a quien no conoció-  fallecido tres años antes… Y la segunda, a los ocho años… A partir de entonces, cada fin de año o muy próximo a que terminara, ya fuera por noviembre o inicios de diciembre, algo extraordinario le sucedía. 

Hubo una única ocasión en la que el suceso, referido como  extraordinario, lo vivió en junio o julio. Fue cuando supo con varios días de anticipación que un incendio acabaría con la enorme casa de la esquina, a una cuadra de donde ella y su familia vivían. Se los dijo a sus padres, pero no la tomaron en cuenta. Afortunadamente, la casa había sido abandonada por sus dueños mes y medio antes… 

Se habían cambiado de ciudad y se llevaron cuanto de valor tenían, lo supo porque la hija menor que en ella vivía era de su edad, once años, y aunque nadie se juntaba con esa niña en la escuela ni en el barrio, debido a dudas sobre la riqueza y la honorabilidad de sus padres, ella no la rechazaba y le contó que se irían a vivir muy lejos. Ahora, por eso, no está segura si lo del incendio lo supo de alguna manera por la amiguita, o si simplemente a ella le llegó el suceso anticipado, a través de un sueño. 

Luego tuvo varias premoniciones en derredor de su familia y de algunas personas que ella no conocía, pero su familia o amistades de sus padres, sí. Todos estos antecedentes le habían forjado una cierta coraza contra el miedo a lo desconocido. Sí se asustaba y podía impactarle un suceso extraño, como el de la sombra que ahora le estaba sucediendo, pero no moriría del susto. 

Mientras, yo escribo el cuento real que ella vivió en premonición o sueños. Incluso la veo (o creo verla, o solo la imagino), finalmente, dando algunos pasos hacia el teléfono y, de espalda a la sombra, levantando el auricular. Y, dice: -Sí, dígame… 

La mujer tenía cuarenta años, dos hijos que esa noche no estaban. El adolescente de catorce años, en la fiesta del cumpleaños de un amigo, a dos cuadras de su casa; la niña pasaba la noche y el día siguiente con sus tíos y primitas. El marido aún no regresa… lo  que significa que está sola en la enorme casa; pero aun así, ella está bien, no tiene miedo… 

Hace tiempo que aprendió a no temerle ni a los muertos ni a los fantasmas. Y ese, al que intencionalmente le dio la espalda, seguro era un fantasma, uno amigable.

-Del otro lado del auricular, tras contestar, una voz suave y melosa le respondió: -¿Aún no te duermes?  

-No.  

-¿Por qué?

-No he terminado mi cuento y, además, tengo visita. 

-¿Quién, algún novio?... 

-Broma reiterativa con la que parecía divertirse su marido.

-Pues ven, para que lo veas y a ver si te quiere saludar… A mí, ni me dirige la palabra…Solo se sentó en mi reclinable como si fuera suyo… Es alto y muy silencioso.

-No me digas, adivinaré, es un personaje que se te escapó, o… 

-No, el personaje soy yo, creo... No sé… ¡Ven, no tardes!



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