banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Tierra de tesoros enterrados

Tierra de tesoros enterrados


Publicación:11-09-2021
++--

La desgracia vestida de tierra, de terruños secos, agrietados y duros como terrones de engrudo secado al sol, así mesmo es mi tierra adorada

Mi tierra: musa y poema

Olga de León G.

Nunca se fueron del pueblo. Allí nacieron, allí crecieron, sembraron sus semillas, cultivaron y cosecharon lo que el viento y el clima les dejó hacer. Cada año regresaban las esperanzas de un mejor futuro y al final del mismo se les morían en sus manos callosas y arrugadas, en espera del que seguiría. Y, así de abuelos a padres y de estos a los hijos… Pero, un día esas mismas esperanzas, esas ilusiones casi santas ya no alcanzaron a los nietos. Estos decidieron romper la tradición y se fueron, no con mucha ilusión ni esperanza, solo se fueron porque ya les tocaba irse, nada tenían que esperar, sus sueños murieron en el vientre de la madre que los parió un día en medio de la miseria, del hambre y del viento seco de los pueblos sin agua y sin sombras porque en esas tierras solo crecían huizaches y pajonales arrastrados por el viento que iban sacudiendo el polvo y alisando los caminos empedraros de sueños rotos e ilusiones muertas antes de que nacieran. 

      Eran pueblos con maíces casi secos, que se volvían mazorcas antes de que alguien los recolectara: habíanse dado pegados al carrizo chupándole las últimas gotas al rocío de la madrugada. En uno de esos pueblos míticos y perdidos en el mapa, había nacido la idea de irse al otro lado del río; irse en busca de lo que allí jamás crecería ni rebosante ni sano: vida, vida joven, de brazos fuertes que hicieran el milagro: reproducir un poquito de riqueza y bienestar para los suyos: sus tesoros.

      La desgracia vestida de tierra, de terruños secos, agrietados y duros como terrones de engrudo secado al sol, así mesmo es mi tierra adorada. Mi tierra dejada de la mano de Dios y arrugada en sus entrañas por hombres nefastos y ambiciosos, embajadores de la muerte de los pobres: técnica moderna para practicar el exterminio “lento y pacífico”; pero, seguro e infalible.

      Cuántos Porfirios Díaz más se necesitan, para terminar con “El cuerno de la abundancia”.  – Compadre, pero este, el actual, no es como don Porfirio, si hasta lo desprecia… - ¿Quién lo dice? – Él mismo, compadre. - ¡Ah!, no, pos entonces, créale usté, a mi déjeme en mi libertad de pensar y decir lo que veo, no lo que creo. 

      Y, a Antonio López de Santa Ana, ¿lo recuerda de las madrinas, de la escuela primaria, la del abecedario y las sumas y restas?... O, ya se le olvidó todo eso, compadrito: por dos millones de pesos-oro vendió más de la mitad de nuestras tierras, de nuestra patria: Tratado de la paz y la amistad iniciado y concluido por ese “nuestro héroe”, militar de rango y prestigio… Pos sí, pero así saldó “deuda” reclamada por varios países que le pagó solo a los unaites y states…

      -Bueno, pues ruegue a sus dioses, a sus tatas y a Dios padre, que este no nos dé la sorpresa…  ¡en tres años, o menos!

      - No, compadre, no me diga eso. - Pos’, yo nomás digo. Aunque le confieso a usté, que lo que yo quisiera realmente, es que la lengua se me haga de chicharrón, antes que tener razón. Pero, por mis visiones en sueños y los tesoros de mis tatas, quienes pocas veces se equivocan… Mejor vayámonos curando de incrédulos, ingenuos y de susto. Nomás mire con qué gentes gobierna, a cuantos buenos ha descabezado u orillado a la renuncia, y en su lugar con cuántos anodinos y grises, pero dispuestos a besarle las manos, si no los pies, los ha reemplazado.

      -Compadrito, ya párele, ¿no le da miedo que lo quiera desaparecer del mapa, o quitarle el taco de la boca a usté y su familia? Desaparecerme a mí… pero si no soy Nadie, como dijera Polifemo. Y, ¿a mi familia? ¡Ya nos tiene bien amolados a todos! Y, yo que le creí, y voté por él. Todavía estoy esperando ver reflejado en mi existir de clase media de ideas sociales y humanas, casi pobre, las mejorías.

      Pero, bueno, dicen que la última en morir es la esperanza… Y, aunque la mía se me murió hace como año y medio, seguiré guardando un recoveco de luz, apostándole a que fue la mejor opción: “Mal de muchos, remedio de ingenuos”. Leyendo a Rulfo, en Luvina, una entiende que la pobreza no está en la tierra, ni en el relato, sí en la gente: 

“- ¿Dices que el Gobierno nos ayudará, profesor? - Les dije que sí. (…)”.

“- También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre del Gobierno” (J. Rulfo. Luvina). 

      El Gobierno nunca ha tenido madre: impone su voluntad, y no la de la ciudadanía o pueblo… Llámele como le llame.

La caja de Pandora

Carlos A. Ponzio de León

      

      Rocío despierta de su largo sueño: ensoñación de espanto, redescubrimiento que ahora la tiene preocupada. Con los ojos cerrados, alcanza a distinguir un olor a queroseno y a nostalgia de pobreza. Del otro lado de la pared, escucha un rumor de aguas enfermas: sus vecinos pelean por dinero: un infarto en la cima de la montaña de su sueño. Siente en los músculos la rigidez, la tenacidad que le permite resistirse a creer en su propia pesadilla: ¿Es un aviso de que: lo ganado convierte al resto en lo perdido? ¿Es esta la culminación del soplo de la vida? Retumban en su interior la gloria y el coraje. Rocío se levanta y despilfarra viento: que el invisible aire se vuelva sobre sí mismo, afuera de sus labios. Debe haber alguna forma en que pueda hallar la libertad para el despegue. Su alucinación nocturna aún brilla como tempestad y queroseno encendido. Contrasta frente a ella: la magia: la abundancia que tanto ha soñado: el billete con el premio mayor de lotería.

      ¿Se requiere tolerancia para el vuelco de las cosas? Se recrimina el llanto al descubrir en sus manos el número ganador. Fue un momento de confianza y abandono. La pesadumbre del metro sucio y de la caja que atiende en el supermercado cada día, desapareció. Fue un instante de telecomunicación con su marido. Pero todo eso: antes de la herida. De la herida dilatada, hinchada, carcomida. El momento de los funerales de la gloria, del estrépito y su deseo de distancia de su propio esposo, quien duerme en lo que ahora es: una almohada vieja y sucia. Fue él quien dio con la ubicación certera de la desgracia: la noticia de una familia secuestrada en Acapulco, luego de ganar la lotería.

      Se le columpian en la espalda, en la cadera, entre los dos pulmones, pedazos de nostalgia por la verdadera paz. Ahora cree que el cangrejo, que no contempla el peligro de sus pasos, es sagrado. Su alucinación mortuoria: orejas y dedos amputados, hijos amordazados en el piso. Rocío no desea inmortalidad; ni inmovilidad. Está cansada. Quiere cancelar sus sueños, pero la tempestad regresa y desborda el río. Ahora posee el unicornio, el secreto de la alquimia y el escondite helado. Maquina un nuevo sueño: Tal vez haya manera de realizar un grotesco abandono. ¿Y la alcurnia que tanto admiraba, que anhela presumir? Los sueños rondan su habitación. Añora el antiguo despertar inconsciente. El verano transcurre con sus calurosos días y culminará con una tempestad helada: La construcción y destrucción del sueño conjunto de la familia.

      Rocío tal vez abandone todo y se vuelva ermita y consagre sus días a pacificar el frío y la intensidad del océano… ¿y sus planes?, ¿la ensoñación del oro convertido en luz de cielo alumbrando los corazones de sus hijos? Su terquedad le trae insomnio. Observa en tres infantes su propia infancia adormecida. Debe haber alguna manera de mitigar el peligro de vivir el sueño a plenitud. Trata de comunicarse con el viento. Inspira hondo. Tal vez sea momento de que la familia se mude a Babilonia, o a alguna ciudad despótica. Su pecho hace una reverberación: la del quebranto. Ahora entiende el sarcasmo. La tempestad se ha quedado fija junto a ella, para hacer de las suyas en su propia casa. El huracán se hincha.

      De pronto: un cobijo. Un desconcierto. Tempestad chica: Ilusión grande. Pantomima de una enseñanza: una moneda escondida en un osito de felpa. La tenacidad le cubre el cuerpo entero. Debe perfeccionar su arma contra el miedo. ¿Dónde están las pruebas? Ella no vive en Acapulco, ni se ha movido de colonia. El vaticinio se vuelve quebradizo. La prudencia ahora trabaja a su favor, a destajo. Los malos sueños son una quimera. Aunque alcanza a oler el viento putrefacto, su familia no está sola. Observa la partición del viento en su propia recámara. Hay una sección donde el aire la embellece, la sana a través de sus fosas nasales, y no le enfría el pecho. La terquedad la obligará al aposento de humildad. Descubrió el destello: una ramificación de puertos… y estadías. Su riqueza será una calumnia y su lloriqueo: temor a la simple soledad. Lanza un escupitajo al viento putrefacto en la esquina de la recámara, mientras las retículas deshilachadas de los bolsillos de su pantalón… van hinchándose poco a poco con billetes.



« El Porvenir »