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Será llamado «Hijo de Dios»

Será llamado «Hijo de Dios»


Publicación:28-12-2024
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La Iglesia ha instituido la Solemnidad de la Sagrada Familia de Jesús, María y José y la celebra el domingo siguiente a la Navidad

La epístola a los Hebreos encuentra en el Salmo 40 la explicación de la necesidad del sacrificio de Cristo como único medio de redención del género humano: «Es imposible que la sangre de toros y machos cabríos borre pecados. Por eso, al entrar en este mundo, (Cristo) dice: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo -pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Sal 40,7-9) ... Abroga lo primero para establecer lo segundo. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, gracias a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo» (Heb 10,4-7.9b-10). El que habla en el Salmo y viene a hacer la voluntad de Dios, voluntad de borrar el pecado y santificar al género humano, es el Hijo de Dios, que asumió la naturaleza humana y se hizo verdadero hombre para obrar eso con la oblación de su cuerpo. Todo el mundo cristiano acaba de celebrar el misterio de su nacimiento.

Debiendo el Hijo de Dios, uno de la Trinidad, asumir la naturaleza humana y hacerse verdadero hombre, no bastó que «naciera de mujer» (cf. Gal 4,4); era necesario también que naciera como parte de una familia, entendida como comunidad de vida y amor fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. El Hijo de Dios se encarnó y nació de una mujer, en el seno de una familia. En el plan creador de Dios la familia es la célula esencial de la humanidad. Gozó de ella también el Hijo de Dios. Considerando las grandes insidias que sufre la familia hoy en la humanidad -divorcio, aborto, eutanasia-, para recordarnos que esta institución es esencial para el bien de la humanidad, la Iglesia ha instituido la Solemnidad de la Sagrada Familia de Jesús, María y José y la celebra el domingo siguiente a la Navidad.

En los Evangelios de Mateo y Lucas tenemos noticias de esta familia de la cual fue parte Jesús. Pero el único episodio que conocemos de esa vida familiar, siendo Jesús ya consciente, en todo el tiempo anterior a su ministerio público es el que nos relata el Evangelio de este domingo. Ocurre en el contexto de la Pascua y, para situarlo en ese contexto el evangelista nos da esta información relevante: «Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua».

La distancia entre Nazaret y Jerusalén es de 120 km. En ese tiempo se trataba de un viaje de algunos días, que se hacía en grandes caravanas. Las familias debían ponerse de acuerdo, porque el cordero pascual, una vez ofrecido a Dios por el sacerdote sobre el altar en el templo, debía ser asado y luego comido completamente, sin dejar algo para el día siguiente: «Si la familia fuese demasiado pequeña para comer un cordero, se unirá al vecino, según el número de personas conforme a lo que cada cual pueda comer» (Ex 12,4). En esa caravana en que viajaba la familia de Jesús, iban también «parientes y conocidos».

«Cuando (Jesús) tenía doce años, subiendo ellos, como de costumbre, a la fiesta y habiendose cumplido los días, en su regreso, el niño Jesús permaneció en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran». La situación es posible, porque, como hemos dicho, los grupos de peregrinos eran muy numerosos y Jesús podía haberse unido a otra familia conocida. Hay que considerar, además, que un niño de doce años de ese tiempo no es comparable con un niño de doce años de hoy. En ese tiempo un niño de doce años tenía mucho más contacto con sus padres y otros intercambios personales que le permitían desarrollarse y madurar mucho más que un niño de doce años de hoy, que ha estado gran parte de su tiempo «secuestrado» por el celular y por otros medios audiovisuales, que han detenido su desarrollo.

¿Por qué hizo Jesús eso? Debemos responder que no fue decisión suya; fue una respuesta suya a una decisión de su Padre; diríamos que fue un acto profético, como lo expresa Amós, muy gráficamente: «Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Dios (Yahweh), ¿quién no profetizará?» (Amós 3,8). Entretanto, sus padres hicieron un día de camino pensando que estaba con «parientes y conocidos» y, al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días (que, en realidad, son dos, como ocurre entre la muerte y resurrección de Jesús) «lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchandolos y preguntandoles». El lugar donde Jesús estaba explica su conducta. El templo era llamado la «casa de Dios», que en el caso de Jesús es su propia casa y lo que hacía era explicar la Palabra de Dios, es decir, su propia Persona divina. En efecto, «todos los que lo oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas». Seguramente, las preguntas que Él hacía no encontraban respuesta en esos maestros y debía responder Él mismo despertando la admiración de todos.

Podemos imaginar algunas preguntas. ¿Quién es la mujer de la cual habla Dios cuando dice a la serpiente antigua: «Pondré enemistad entre ti y la mujer»? Y ¿quién es esa descendencia de la mujer que vencerá a la serpiente? (Gen 3,15). Más tarde, en otra ocasión, preguntó: ¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David, siendo que el mismo David lo llama «mi Señor», cuando, bajo inspiración del Espíritu Santo, dice: «Oráculo del Señor (Yahweh) a mi Señor: "Sientate a mi derecha"»? (cf. Lc 20,41-44). O, como recordamos más arriba: ¿Por qué dice el Salmo que no agradan a Dios sacrificios y holocaustos por el pecado y entonces alguien dice: «Me has formado un cuerpo y Yo vengo a hacer tu voluntad?». ¿A quién se refiere?, etc. Imaginemos la pregunta que hace el eunuco etíope al diácono Felipe a propósito de los cantos del Siervo del Señor que iba leyendo en el profeta Isaías: «¿De quién dice esto el profeta, de sí mismo o de otro?» (cf. Hech 8,34). Cuando Jesús hablaba de estos temas hablaba de sí mismo, como lo declara más tarde en ese mismo templo: «Moisés escribió sobre mí» (cf. Jn 5,46). Él es la Palabra de Dios y está hablando sobre su propia Persona.

«Cuando lo vieron, (sus padres) quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andabamos buscando"». Esta pregunta no encierra un reproche. Eso es impensable en el caso de la Virgen María respecto de su Hijo a quien bien conocía, nadie mejor que ella. La pregunta es un deseo de ser instruida y a eso responde Jesús. Ella se ha referido a José llamandolo «tu padre», y así es, porque Dios se lo dio como padre en esta tierra. Pero Jesús responde refiriendose a otra paternidad a la que se debe absolutamente y, sobre todo: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían ustedes que es necesario que Yo esté en lo de "mi Padre"?». Cuando dice «mi Padre», ya no es José; ¡es Dios! Es la primera vez que Jesús expresa su clara conciencia de ser Hijo de Dios. Dado que, cuando dijo esto, estaba en el templo, muchos traducen: «Es necesario que Yo esté en la Casa de mi Padre». Pero el texto dice: «Lo de mi Padre» y se refiere, sobre todo, a la revelación de Dios, cosa que Jesús cumple revelandose a sí mismo como Hijo de Dios. Es lo que estaba haciendo en ese momento.

«Ellos no comprendieron la Palabra que les dijo». Pero están lejos de objetar o pedir más cuentas. Ellos confían, seguros de que Dios les concederá comprender en el momento oportuno. La respuesta de Jesús era una pregunta: «¿No sabían ustedes...?». Está formulada en griego de manera que se espera una respuesta afirmativa: «Sí, sabíamos». En efecto, cuando el ángel Gabriel le anunció a María la concepción en su vientre de un Hijo, le dijo: «Será grande y será llamado "Hijo del Altísimo"... el nacido santo será llamado "Hijo de Dios"» (Lc 1,32.35). «Ser llamado» es el modo de expresar su identidad. Este episodio fue un paso importante en el camino de la fe de María. Lo expresa su actitud: «Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón».

Todo ser humano que viene a este mundo ha sido creado por Dios y a Dios se debe. Pero Dios lo encomienda a un hombre y una mujer para que sean su padre y su madre en el seno de una familia. La familia debe ser el lugar en que cada uno descubra la vocación que Dios le tiene encomendada en este mundo, el lugar donde pueda comprender que esa es la vocación superior y donde encuentre ayuda para seguirla. Lejos de los padres poner obstáculo o presionar a los hijos para que sigan otro camino, porque eso sería usurpar el lugar de Dios. El Evangelio de este domingo es una importante enseñanza para las familias cristianas.

 



« Felipe Bacarreza Rodríguez »