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San Junípero Serra

San Junípero Serra
Mis queridos hermanos y hermanas, ésta es la verdad sobre San Junípero Serra

Publicación:04-07-2020
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Entiendo el profundo dolor que manifiestan algunos pueblos nativos de California. Pero también creo que Fray Junípero es un santo para nuestros tiempos

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Las estatuas de San Junípero Serra, Apóstol de California, que se encontraban en la ciudad de San Francisco, y en la plaza que está frente a nuestra primera iglesia, Nuestra Señora Reina de los Ángeles, en el centro de Los Ángeles fueron derribadas recientemente. Tanto en un extremo como en el otro del estado, hay un creciente debate relativo a la eliminación de los monumentos que conmemoran a Serra, de terrenos públicos. Las autoridades de la ciudad de Ventura han anunciado que tendrán una audiencia pública el 7 de julio para discutir si han de retirar la estatua de él que se encuentra frente al Ayuntamiento de Ventura.

Ante la posibilidad de acciones vandálicas, estamos tomando crecientes medidas de seguridad en las misiones históricas ubicadas en la Arquidiócesis de Los Ángeles. Desafortunadamente, es posible que tengamos que reubicar algunas de las estatuas de nuestro amado santo o arriesgarnos a que sean profanadas.

Estos acontecimientos me entristecen. He estado pensando y escribiendo sobre Junípero Serra por muchos años ya.

Entiendo el profundo dolor que manifiestan algunos pueblos nativos de California. Pero también creo que Fray Junípero es un santo para nuestros tiempos, el fundador espiritual de Los Ángeles, un defensor de los derechos humanos y el primer santo hispano de este país. Yo tuve el privilegio de concelebrar con el Papa Francisco en su misa de canonización, en el año 2015. Confío en su intercesión para mi ministerio y su deseo de llevar la tierna misericordia de Dios a cada persona, es una fuente de inspiración para mí.

La explotación de los primeros pueblos de Estados Unidos y la destrucción de sus antiguas civilizaciones, es una tragedia histórica. Los crímenes cometidos en contra de sus antepasados continúan influyendo en la vida y en el futuro de los pueblos nativos actuales. Han pasado generaciones y nuestro país todavía no se ha empeñado lo suficiente para corregir las cosas bien.

En la familia de Dios aquí, en la Arquidiócesis de Los Ángeles, hemos trabajado arduamente para reparar los errores y fallas del pasado y para encontrar juntos el camino a seguir. Honramos las contribuciones que los pueblos nativos hicieron para construir la Iglesia del sur de California y tenemos en gran estima los dones que ellos aportan para la misión de la Iglesia de hoy.

Con el paso de los años, he llegado a comprender el motivo por el que la imagen del Padre Serra y de las misiones, es algo que evoca recuerdos dolorosos para algunas personas. Por ese motivo, creo que las protestas acerca de nuestra historia de California, y también las protestas, más extendidas y relacionadas a los monumentos históricos, que ha empezado a haber en otros lugares del país, son importantes.

La memoria histórica es el alma de cada nación. Lo que recordamos sobre nuestro pasado y la manera en la que lo recordamos es lo que define nuestra identidad nacional: el tipo de personas que queremos ser y los valores y principios de acuerdo a los cuales queremos vivir.

Pero la historia es complicada. Los hechos son importantes, pero hay que hacer distinciones y la verdad es también importante. No podemos aprender las lecciones de la historia o sanar antiguas heridas a menos que comprendamos lo que realmente sucedió, cómo sucedió y por qué sucedió.

Nuestra sociedad puede llegar al consenso de no honrar a Serra o a otras figuras de nuestro pasado. Pero los funcionarios electos no pueden renunciar a sus responsabilidades, dejando estas decisiones en manos de pequeños grupos de manifestantes y permitiéndoles practicar actos vandálicos hacia monumentos públicos. No es ése el modo en que debería de funcionar una gran democracia.

Es importante permitir la libre expresión de la opinión pública, pero también lo es el defender el estado de derecho y garantizar que las decisiones que tomamos como sociedad estén basadas en un diálogo genuino y en la búsqueda de la verdad y del bien común.

En este sentido, la manera en la que la Ciudad de Ventura está manejando el debate sobre su monumento a Serra puede ser el modelo de un diálogo público, reflexivo y respetuoso, que incluya a las autoridades civiles, a los líderes indígenas y a los representantes de la Iglesia y de la comunidad en general.

En otros casos, está claro que quienes atacan el buen nombre de San Junípero y vandalizan sus monumentos, no conocen su verdadero carácter o sus verdaderos antecedentes históricos.

La triste realidad es que ya desde hace varias décadas, los activistas empezaron a “revisar” la historia para hacer de Junípero Serra el centro de atención de todos los abusos cometidos contra los pueblos indígenas de California.

Pero los crímenes y abusos de los que se culpa a nuestro santo, las calumnias que hoy se difunden ampliamente en internet y que algunas veces son apoyadas por figuras públicas, realmente ocurrieron mucho después de su muerte.

Fue el primer gobernador de California quien hizo un llamado a “una guerra de exterminación” contra los indígenas y quien recurrió a la Caballería de Estados Unidos para que le ayudara a llevar a cabo sus planes genocidas. Eso fue en 1851. Junípero Serra murió en 1784.

El verdadero San Junípero luchó contra un sistema colonial en el que los nativos eran mirados como “bárbaros” y “salvajes” y cuyo único valor era estar al servicio de los apetitos del hombre blanco. Para San Junípero, esta ideología colonial era una blasfemia contra el Dios que “creó (a todos los hombres y las mujeres) y que los redimió con la preciosísima sangre de su Hijo”.

Él vivió y trabajó junto con los pueblos nativos y pasó toda su carrera defendiendo la humanidad de ellos y protestando por los crímenes e indignidades cometidos en su contra. Entre las injusticias a las que se enfrentó en su lucha, encontramos en sus cartas, pasajes desgarradores, en los que denuncia el diario abuso sexual de las mujeres indígenas por parte de los soldados coloniales.

Para Serra, los nativos no eran solo víctimas impotentes de la brutalidad colonial. En sus cartas, él describe la “amabilidad y disposición pacífica” de ellos, celebra su creatividad y conocimiento; recuerda sus pequeños actos de amabilidad y generosidad e incluso el dulce sonido de sus voces al cantar.

Aprendió sus lenguas y sus costumbres y culturas antiguas. San Junípero no vino a conquistar; él llegó más bien para ser un hermano de ellos. “Todos hemos venido aquí y hemos permanecido en este lugar con el único propósito de su bienestar y salvación”, escribió en una ocasión. “Y creo que todos se dan cuenta de que los amamos”.

Me gusta pensar que su profunda reverencia por la creación tuvo sus raíces en las conversaciones y observaciones que tuvo con los primeros pueblos de esta tierra.

Serra se convirtió en uno de los primeros ambientalistas de Estados Unidos, al documentar los diversos hábitats de California en los escritos de su diario y en cartas en las que describió las montañas y llanuras, el sol abrasador y los efectos de la sequía, el desbordamiento de arroyos y ríos, los álamos y sauces, las rosas en flor o el rugido de un león que mantuvo a los misioneros despiertos por la noche.

San Junípero también entendió que el alma de los indígenas estadounidenses había sido oscurecida por la amargura y la rabia causadas por maltrato histórico que sufrieron y por las atrocidades cometidas contra ellos.

En 1775, cuando los atacantes de Kumeyaay incendiaron la misión de San Diego, torturando y asesinando a su querido amigo, el padre Luís Jayme, primer mártir de California, Serra no se indignó. Estaba más bien preocupado por las almas de los asesinos e intercedió ante las autoridades para que se apiadaran de ellos.

“Por lo que respecta a los culpables, su ofensa debe ser perdonada después de someterlos a un castigo leve”, dijo. “Al hacerlo así, ellos podrían ver que estamos poniendo en práctica la regla que les enseñamos: la de devolver bien por mal y la de perdonar a nuestros enemigos”.

Este puede ser el primer argumento moral en contra del uso de la pena de muerte en la historia de Estados Unidos. Y Serra estaba argumentando en contra de la imposición de ésta sobre una minoría oprimida.

San Junípero tenía 60 años cuando viajó 2,000 millas desde Carmel hasta la Ciudad de México para protestar por las injusticias del sistema colonial y para exigir que las autoridades adoptaran una “declaración de derechos” que él había escrito para los pueblos nativos.

Eso fue en 1773, tres años antes de que los fundadores de Estados Unidos declararan la independencia de esta nación con aquellas hermosas palabras: “todos los hombres son creados iguales… dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables”.

El Papa Francisco llamó a San Junípero “uno de los padres fundadores de los Estados Unidos”. Y reconoció que el testimonio del santo anticipó ese gran espíritu de igualdad y libertad humanas, bajo el poder de Dios, que ha llegado a definir el proyecto estadounidense.

Sin embargo, en las peticiones en línea actuales nos encontramos con que a Serra se le compara con Adolfo Hitler y a sus misiones, con los campos de concentración. Ningún historiador serio aceptaría esto y no deberíamos permitir que estas difamaciones se transformaran en argumentaciones públicas sobre nuestro gran santo.

A pesar de sus muchos defectos, las misiones de California fueron similares a algunas de las demás comunas y sociedades “comunitarias” que encontramos en la historia temprana de los Estados Unidos.

Las misiones eran comunidades multiculturales de culto y de trabajo, con sus propios gobiernos y con una economía autosuficiente, basada en la agricultura y en las artesanías. Al vivir y trabajar juntos, los nativos y los españoles crearon una nueva cultura mestiza (“mixta”) que tuvo su reflejo en un arte distintivo, en la arquitectura, la música, la poesía y las oraciones que brotaron de las misiones.

Es tristemente cierto que el castigo corporal era en ocasiones usado en las misiones, así como se practicó también en toda la sociedad de fines del siglo XVIII. Es cierto también que, en las misiones, algunos nativos murieron por enfermedades.

Pero la trágica ruina de las poblaciones nativas ocurrió mucho después de que Serra se hubiera ido y de que las misiones se hubieran cerrado o “secularizado”. Los académicos serios concluyen que Serra mismo era un hombre amable y que no hubo abusos físicos ni conversiones forzadas mientras él presidió el sistema de misiones.

San Junípero Serra no impuso el cristianismo; él lo propuso. Para él, el mayor don que podía ofrecer era el llevar a las personas al encuentro con Jesucristo. Vivir en las misiones siempre fue algo voluntario y al final sólo el 10-20 por ciento de la población nativa de California llegó a unirse a él.

Mis queridos hermanos y hermanas, ésta es la verdad sobre San Junípero Serra.

En esta hora de juicio por la que pasa nuestra nación, en un momento en el que nos estamos enfrentando una vez más con el vergonzoso legado del racismo en Estados Unidos, los invito a que se unan a mí para que el 1 de julio conmemoremos la fiesta de San Junípero, viviéndolo como un día de oración, de ayuno y de caridad.

Pidamos la intercesión de San Junípero por esta nación que él ayudó a fundar. Oremos con él por la sanación, por la reconciliación, por un aumento de la empatía y la comprensión entre todos, por el fin de los prejuicios raciales y por una nueva concientización de lo que significa que todos los hombres y mujeres han sido creados iguales y como hijos e hijas de Dios.

Toda verdadera reforma empieza en el corazón humano y San Junípero nos diría que sólo la misericordia, el perdón y la verdadera contrición pueden hacernos avanzar en este momento de nuestra historia.

He pasado estos últimos días orando y reflexionando sobre su vida y sus escritos y he preparado una meditación espiritual, compuesta, casi en su totalidad, por palabras tomadas de los sermones y cartas de San Junípero.

Les ofrezco esta meditación junto con esta carta, para que les sirva para su oración y reflexión conforme vamos trabajando, juntos, para promover la sanación de los recuerdos y el fin del racismo que todavía infecta a los sistemas e instituciones de nuestra nación.

Oren por mí y yo oraré por ustedes. Que Dios les conceda la paz a ustedes y a sus familias. Encomendémonos todos al Corazón Inmaculado de María, nuestra Santísima Madre.



« Redacción »