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Rutas de magos y fantasmas

Rutas de magos y fantasmas


Publicación:16-04-2023
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Que nadie te dicte nunca lo que tú y solo tú escribirás en tu novela, cuento o vida personal

Nada es para siempre.

Carlos A. Ponzio de León

Karina seguía en Twitter a una mujer que comentaba episodios de la historia nacional: datos curiosos sobre el cura Hidalgo, Pancho Villa, los extraños impuestos que se impusieron en el siglo XIX, (como al número de ventanas de una casa), las divisiones de razas en la colonia, la evolución de la población negra en Nueva España, el comercio con Cádiz, el banco del Avío, los préstamos internacionales, la inversión inglesa en ferrocarriles, el ultraje de tierras indígenas durante el Porfiriato y, así sucesivamente: episodios que llegaban hasta la vida nacional contemporánea. Pero, de pronto, a Karina comenzaron a aparecerle notificaciones sobre un joven que leía el Tarot. Más importante, se trataba de un hombre guapo, en los treinta, con un buen físico, ojos azules, cabello güero y lacio al hombro. El tipo anunciaba las lecturas de Tarot que hacía en público para grupos de diez personas, los talleres por los que cobraba hasta dos mil quinientos pesos por cuatro reuniones en grupo, sus sesiones espiritistas y todo lo relacionado con su conocimiento del más allá. Karina no creía en nada de eso. Pero le pareció que el chico era muy atractivo, tres años mayor que ella y digno de conocerse en persona. Poco sabía Karina que, a los pocos meses, terminaría matando gallinas en sesiones de conocimiento místico con el más allá.

Se inscribió para una de las reuniones en grupo del tarotista. Se sortearon lugares y fue seleccionada para recibir una lectura del tarot. Llegó quince minutos temprano a la reunión que se realizaría en el Teatro Monterrey, sobre Avenida Constitución. El lugar estaba abarrotado. La fila le daba la vuelta a la calle y llegaba hasta el mercado de pulgas, (donde se vendían chácharas traídas del otro lado de la frontera, sin haber pagado impuestos). Al llegar a la puerta, Karina informó que ella era una de las diez personas que recibirían una lectura. "Entonces tiene que entrar por la puerta de a lado, la que está sobre Porfirio Díaz", le dijo el boletero. Karina se dirigió hacia allá. Se registró con el guardia y siguió hacia el área de camerinos. Ahí la recibió una mujer que la acompañó tras bambalinas, a la mesa que había sobre el escenario. Le explicó que, cuando fuera su turno, entraría por el escotillón y se sentaría del lado derecho de la mesa. Ahí le estaría esperando el tarotista, Llevaría el turno número cuatro. Luego, la mujer le indicó el camino al sitio donde esperaría y se encontraban los demás invitados.

"Primera llamada", se le escuchó decir a una voz desde las bocinas. Los nervios crecieron para Karina. Cada una de las primeras lecturas duró diez minutos. Cuando entró a escena, por poco y resbala en una de sus pisadas. Se sentó y el tarólogo le entregó el mazo de cartas para que las revolviera. Regresó el tarot. El tarotero comenzó. Salió "La Muerte". El hombre expresó en el rostro su sorpresa. "Viene un gran cambio en tu vida", le dijo a Karina. "Platícame qué estás viviendo que pueda representar un gran cambio. "Estoy aquí", respondió ella tímidamente, acomodándose en su silla. Las risas del público se dejaron escuchar. El tarotista sacó la segunda carta: "El enamorado. Vas a encontrar el amor. Pero tendrás que elegir entre dos caminos opuestos. Uno te llevará al amor de tu vida, y el otro a la soledad. Pero nada de eso es para siempre, recuérdalo". Karina tragó un poco de saliva. ¿Las cartas estaban revelando la verdad? ¿Sabía él que: a ella le atraía él? El hombre sacó la tercera carta: "La sacerdotisa. ¿Eres una persona religiosa?", preguntó el tarotero. "Nunca lo he sido". "Lo llevas en la sangre", le respondió él. "Ni siquiera creo en esto que estoy haciendo". "¿Estás segura?" "Ya no sé qué decir". El tarólogo sacó otra carta: "El Mago. ¿Estás completamente segura? Los espíritus andan tras de ti. Tienes poderes especiales. Puedo ver que te cuidan los Guerreros Aztecas, el Niño Fidencio y María Sabina. Tú estás hecha para esto". La quinta y última carta: "La emperatriz. Debes darle una oportunidad al misticismo en tu vida. ¿Aceptarías ir a tomar un café conmigo?" El público carcajeó. Poco sabían ellos que, en un par de meses, Karina dejaría su trabajo de académica para dedicarse a los ritos y sacrificios con gallinas de la magia espiritual, acompañando y ayudando al nuevo amor de su vida. Sabiendo que... nada era para siempre.

Asesinato frente a la ventana

Olga de León G.

Anudaba las agujetas de sus zapatos en el recibidor muy cerca de la ventana con vista a la calle; justo echaba el lazo al segundo de ellos, es decir, terminaba de ponérselos, cuando escucho un rechinar de neumáticos y al mismo tiempo, o segundos después, un grito lleno de angustia. Acto seguido, silencio absoluto.

Así empezaba el escritor su nueva novela, que parecía inclinarse hacia lo policiaco o por lo menos al tipo de textos de suspenso y misterio, que él amaba y frecuentaba en sus lecturas y en su escritura creativa. 

Melissa  se le acercó, y dándole un beso en la mejilla, dejó sobre el escritorio, a un lado del ordenador, una tasa de aromático café negro recién hecho y sin azúcar; tal como acostumbraba tomarlo su marido. Nada le dijo ni se quedó esperando alguna palabra de parte de él. Eran sus horas de inspiración y trabajo y, las interrupciones no las toleraba: esa era su única regla cuando escribía en casa; ella lo sabía. 

En cambio, Melissa, quien también era escritora de textos breves: cuentos o fábulas, podía escribir donde quiera y con silencio absoluto o cerca del bullicio y movimiento de gentes y autos o máquinas: lo que fuera que la rodeaba. Era tanta su concentración, que el mundo desaparecía en cuanto las yemas de sus dedos se hundían con cierto ritmo en el teclado de su ordenador portátil.

Regresó a su escritorio, donde había dejado también una taza con café, igual que la de él: negro y sin azúcar. Su espacio no tenía ventanas, aunque le habría gustado tener una vista hacia el jardín, o los cerros que rodeaban su ciudad; pero, el que no fuera así no le quitaba la inspiración ni el deseo de sentarse a escribir diariamente, por lo menos cuatro, cinco o seis horas; a veces hasta ocho o más, con intervalos de descanso de veinte minutos, media hora o casi una, necesarios por distintos motivos.

  Así transcurría la vida para ambos hasta hace diez o doce años. Ahora, las circunstancias eran otras. Él ya no escribía novelas ni ensayos; ni publicaba su opinión crítica, muy valiente y respaldada por sus conocimientos y fuentes, en ninguno de los periódicos que solía hacerlo. Su vida había dado un giro tremendo e inesperado para él y su familia. El ambiente en casa era otro. La semi penumbra, las miradas lánguidas y el silencio se habían apoderado del hogar y los dos prematuros ancianos que lo formaban.

- Que nadie te dicte nunca lo que tú y solo tú escribirás en tu novela, cuento o vida personal.

- ¿De qué hablas?, Alan.

- He visto cómo te preocupas por lo que otros opinan de tu producción literaria, incluso hasta de tu vestuario y de lo que comes o debes o no comer y beber.

- Sigo sin entender.

- Lee tus propios cuentos... pero con ojos de lector, no de escritora, Melissa. Al menos hazlo con un par, los últimos que te publicaron.

- Bien, lo haré, porque sé que me amas y no me lo dices con afán de molestarme.

Así hablaban, a veces, Melissa y Alan cuando estaban en edad mediana, entre los cuarenta y cincuenta: ¡qué maravilla de par!, parecían personajes de literatura de ficción o romántica... En todo caso, de ensueño.

La vida les jugó rudo al poco tiempo, quince o veinte años después. A él le cayeron encima todas las enfermedades que marcaba su mapa genético, sin dejarle escapatoria. Por qué la ciencia no avanza más rápido para encontrar fórmulas que puedan modificar -para bien, claro- la carga genética y mejoren nuestra historia en un futuro próximo.

Y, si supiéramos lo que nuestra alimentación, los hábitos y rutina de vida cuando adolescentes y jóvenes nos provocará dentro de cuarenta años o poco más, ¿cambiaríamos todo eso? No estoy segura, no lo creo, somos animales de conductas repetitivas: ciegos astrales y terrenales: somos nada frente a la realidad del Universo y del mundo en que vivimos; pero aspiramos a realizar nuestros sueños bajo cualquier espejo que nos ofrezca la vida.

La mujer, sentada frente a su ordenador de palabras, intentaba terminar su cuento, era la perspectiva primaria que tenía en mente, así que se determinó, y escribió:

Él se quedó inmóvil, ni siquiera miró tras las persianas después de escuchar el disparo. Estaba paralizado, pensando lo peor: Había sucedido un asesinato. Pero, a quién habrían matado: no quiso averiguarlo. Deshizo el moño y nudo de sus zapatos, se los quitó y caminó -en calcetines- hacia el cuarto de ella, sin hacer ruido. Y, allí permaneció, de espaldas a su mujer... 

Ella sintió como si un ser de otro mundo la estuviera viendo escribir... Ya inmersa en la trama, le fue imposible no pensar en su marido recién fallecido, apenas si un mes atrás... "Alan", -lo llamó. Naturalmente, nadie respondió. Entonces, la mujer quiso levantarse de su silla... No pudo, quedó atajada por algo que no veía, pero sí observó cómo en el ordenador, las teclas se hundían y elevaban... Hasta que en medio de la hoja se escribió una palabra:

FIN.



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