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¿Quién es Jesús?

¿Quién es Jesús?


Publicación:22-08-2020
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El Evangelio no nos dice cómo vestía, ni qué comía, ni su aspecto exterior

De la lectura del Evangelio es difícil obtener una idea clara sobre el tenor de vida de Jesús. El Evangelio no nos dice cómo vestía, ni qué comía, ni su aspecto exterior. Los primeros testigos consideraron que estas cosas eran poco relevantes en comparación con el misterio admirable de su Persona. San Pablo expresa claramente esta actitud: “Si hemos conocido a Cristo según la carne, ya no lo conocemos así” (2Cor 5,16). Pero a nosotros nos interesa saber todo sobre Jesús.

En el Evangelio de hoy el punto principal es sin duda la formulación de la identidad verdadera de Jesús por parte de Simón, el hijo de Jonás. Pero de modo indirecto se nos da una descripción bastante exacta del tenor de vida que condujo Jesús en esta tierra. En efecto, cuando Jesús pregunta a sus discípulos qué decía la gente sobre él, es decir, quién decían que era él, la respuesta que recibe de ellos es esta: "Unos dicen que tú eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas". Juan Bautista, Elías y Jeremías. ¿Por qué estos tres personajes y no otros? ¿Por qué no decía la gente que era, por ejemplo, Moisés, el gran libertador de Israel y el formador del pueblo? Consideremos que antes de morir Moisés había anunciado al pueblo: “Yahveh tu Dios suscitará de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis” (Deut 18,15). Este profeta “como Moisés” es Jesús; y, sin embargo, la gente no dice que Jesús sea Moisés. ¿Por qué no dicen que es Isaías? Consideremos que Isaías, hablando de sí mismo, compuso los cantos del Siervo de Yahveh, y tantos otros oráculos cuyo sentido pleno se realiza en Jesús. El mismo Jesús los aplicó a sí mismo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido..." (Lc 4,18-19; Is 61,1-2). Las mismas palabras las dice Isaías de sí mismo y, en sentido pleno, las dice Jesús de sí mismo. Y, sin embargo, la gente no dice que Jesús sea Isaías.

Por qué entonces Jesús se compara sólo con Juan Bautista, Elías y Jeremías? Notemos que en el Evangelio de Marcos, de donde Mateo toma este episodio, la respuesta de los discípulos menciona solamente a Juan Bautista y Elías (cf Mc 8,28 seguido por Lc 9,19). ¿Por qué Mateo agregó a Jeremías? Porque Jeremías se une a Juan Bautista y Elías en el modo de vida que condujo; en efecto, estos son los únicos tres personajes en la Biblia que ostensiblemente conducen vida célibe. Esto es evidentemente lo que más llamaba la atención de la gente sobre el modo de vida de Jesús. Por eso lo comparan con esos tres. El celibato no era apreciado en Israel y no lo es tampoco ahora. Y, sin embargo, reconocían como grandes a esos hombres que eran célibes por su total dedicación a la misión encomendada a ellos por Dios. Jesús los impresionaba por esto mismo. Hoy día el celibato es apreciado solamente en la Iglesia Católica y son muchos los que, a ejemplo de Jesús, lo abrazan, no obstante el permisivismo sexual que nos rodea. El celibato abrazado por el Reino de los cielos no todos lo entienden. Aquí nos baste decir que es un don de Dios y lo pueden vivir sólo aquellos que han recibido este don. En ellos se realiza lo que escribe San Pablo: “El hombre célibe se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El hombre casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; y está, por tanto, dividido” (1Cor 7,33-34).

Jesús no desdeña esas opiniones de la gente. Pero las considera insuficientes. Por eso agrega una segunda pregunta, esta vez indagando lo que piensan los Doce, los que lo han seguido y están siempre con él: “¿Y vosotros quién decís que soy yo?". Simón se adelanta y responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Esta respuesta ya no expresa solamente el modo de vida de Jesús, sino que expresa su identidad profunda. Simón ha formulado la verdad sobre Jesús. Él sabe quién es Jesús. Lo que no sabe es que esa convicción no la ha adquirido por un razonamiento humano, sino que le ha sido infundida por Dios mismo. Por eso Jesús le dice: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”. Lo que ha dicho Simón es una verdad de fe. Esta verdad la poseen solamente aquellos a quienes les ha sido concedida.

Simón ha formulado la verdad sobre Jesús. Jesús formula ahora la verdad sobre Simón: “Yo a mi vez te digo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Le da un nombre nuevo que expresa su realidad: es la piedra sobre la cual se funda la Iglesia de Cristo. La única institución de este mundo que está garantizada por una promesa de Jesús es la Iglesia de Cristo fundada sobre Pedro: “Los poderes del infierno no prevalecerán contra ella". Es una promesa que se ha cumplido durante veinte siglos. Es especialmente consoladora en estos días en que tantos ataques se dirigen contra la Iglesia Católica. Repetimos con Jesús: ¡No prevalecerán contra ella!

La pregunta de Jesús iba dirigida a los Doce. La respuesta de Pedro los representa plenamente. Todos concuerdan con su afirmación sobre la identidad de Jesús. Nadie disiente. Sabemos que a Pedro se lo reveló Dios: “Te lo ha revelado mi Padre”. Los otros once dan su asentimiento a la fe de Pedro. Jesús confirma lo dicho por Pedro en ese momento y todo lo que dirá en el futuro en materia de fe y moral: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”, se entiende, por Dios. Siendo Dios infalible, también lo es Pedro. Jesús fundó su Iglesia para que durara no sólo hasta la muerte de Pedro (año 64 d.C.), sino hasta el fin del mundo: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Por eso la misión de Pedro y la garantía de la infalibilidad se extiende a todos los legítimos Sucesores de Pedro.



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