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Permanecer en Jesús

Permanecer en Jesús


Publicación:01-05-2021
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En el Evangelio de este domingo, tomado del capítulo XV del Evangelio de Juan, Jesús revela su identidad con otra alegoría: "Yo soy la vid"

En el Evangelio del domingo pasado Jesús revelaba su identidad en relación a los hombres por medio de una alegoría: "Yo soy el buen pastor" (Jn 10,11.14). En el Evangelio de este domingo, tomado del capítulo XV del Evangelio de Juan, Jesús revela su identidad con otra alegoría: "Yo soy la vid".

Antes de entrar en el significado de esta alegoría, nos detendremos en el sujeto de esa afirmación: Yo. Cuando alguien dice "yo", sabe ciertamente lo que está diciendo; está aludiendo a su propia persona. Lo sorprendente es que cada uno exprese toda su propia realidad con un vocablo tan breve: sólo dos letras (en la lengua inglesa es sólo una: I). El contenido encerrado en esas letras es inmenso. Cuando alguien dice "yo" sabe perfectamente a qué se refiere; pero si se le pide definir ese vocablo no puede hacerlo. Nadie puede definir su propia persona exhaustivamente. Sólo Dios, de quien somos creaturas, puede definir nuestro yo personal. San Agustín lo decía con una de sus fórmulas insuperables: "Tu, Domine, intimior intimis meis" (Tú, Señor, eres más íntimo a mí que lo más íntimo mío)(Enarr. In Ps. 118, S. 22,6). Mucho antes lo sabían los sabios de Israel: "Señor, tú me escrutas y me conoces; me conoces cuando me siento y me levanto... aún no está en mi lengua la palabra, y ya tú, Señor, la conoces entera" (Sal 139,1.2.4).

El concepto de persona lo podemos definir: sustancia individua de naturaleza racional; pero esta definición se aplica a toda persona, incluidos los seres espirituales, incluido Dios mismo. El vocablo "yo", en cambio, no dice una persona en general, sino que dice sólo mi persona, que es única e irrepetible, con todo lo que hace que sea ella misma y no otra.

Si ya el yo de una persona humana es una realidad inmensa, ¿qué decir del YO de Jesús? Cuando él dice YO, se refiere a su Persona, y sólo él sabe adecuadamente lo que está diciendo. Al decir YO, Jesús se está refiriendo a su Persona divina, que es la segunda Persona de la Santísima Trinidad: el Hijo. Si Jesús puede decir YO es porque tiene conciencia de sí mismo como Dios. De lo contrario en él esa palabra no tendría sentido. Sería el único que al decir YO no sabría lo que dice, lo cual es absurdo. Dejando aparte las afirmaciones "YO SOY" sin predicado (Jn 8,24.28.58; 13,19), que es el nombre con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3,14), tal vez la sentencia en que Jesús revela más claramente su autoconciencia divina es esta: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). Afirma que ellos son dos Personas distintas -el Padre y el Hijo-, pero un solo Dios. Si a ellos se agrega el Espíritu, "que procede del Padre y del Hijo", se completa el misterio de la Santísima Trinidad: tres Personas distintas, cada una de las cuales es el único Dios.

Al decir Jesús: "Yo soy la vid", está diciendo de su Persona un atributo. Éste le pertenece en cuanto encarnado y hecho hombre. Desde esta perspectiva -verdadero hombre- ese atributo expresa su relación en dos sentidos: con el Padre y con los hombres.

Respecto del Padre Jesús dice "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador". Agregando el adjetivo "verdadera" quiere indicar que esta vid no es como aquélla de la cual el viñador esperaba racimos dulces y le dio agraces (cf. Is 5,4); esta vid da al viñador los frutos que espera de ella, es decir, racimos abundantes y dulces. De esta manera Jesús afirma que él complace a su Padre por su total sumisión filial. Dejando el discurso alegórico, Jesús dice en otra ocasión: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8,29).

Respecto de los hombres Jesús dice: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos". Y en este sentido, que es el de su misión como Salvador del hombre, Jesús se extiende. El sarmiento es un brote que forma parte de la vid. Lo propio del sarmiento es ser uno con la vid. Esto es lo que Jesús llama: "permanecer en la vid". En una lectura atenta del texto observamos que Jesús repite el verbo "permanecer" con insistencia. En los ocho versículos lo repite siete veces. Pasando de la alegoría a la realidad, Jesús dice a sus discípulos: "Permaneced en mí, como yo en vosotros... el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto".

Si queremos saber qué significa "permanecer en Jesús" y nos preguntamos qué debemos hacer para conseguirlo, debemos buscar estos mismos conceptos en otros lugares de este Evangelio. Salta a la vista la enseñanza de Jesús sobre la Eucaristía: "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6,56). De aquí debemos concluir que sin la Eucaristía es imposible permanecer en Jesús. El que no se nutre del Cuerpo de Cristo está separado de él y carece de vida: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53). Es como el sarmiento separado de la vid que se seca y es echado al fuego. Nunca se ha visto que un sarmiento separado de la vid produzca racimos de uva, ni que un muerto pueda hacer algo. Por eso Jesús concluye: "Separados de mí no podéis hacer nada". Se entiende nada que tenga valor eterno. Las otras cosas que los hombres hacen en la tierra, como comer, beber, edificar casas, plantar árboles, etc. tienen muy poca entidad, si se considera que la tierra es un punto infinitesimal del espacio y que el hombre que hace esas cosas vive sólo un instante en el contexto de todo el tiempo. Las obras del hombre adquieren valor eterno solamente si son hechas en Cristo; de lo contrario, son insignificantes; Jesús las llama "nada".



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