banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Pequeño homenaje a Pedro Antonio de Alarcón

Pequeño homenaje a Pedro Antonio de Alarcón


Publicación:08-01-2022
++--

En Adam Smith encontramos que el intercambio y su posibilidad de cumplimiento por interés propio, son parte de la naturaleza humana

Más vale pájaro en mano…

Olga de León G.

…que ver un ciento volando. La frase le retumbaba en su cabeza como zopilote hambriento que repicotea a su víctima queriendo sacarle los sesos.

Había fraguado mucho tiempo atrás, más del que podía ahora recordar con precisión, pingües negocios con un par de amigos baladíes que entonces tuvo por seguros empresarios de la región. Alguien que tampoco recordaba ya quién fue, se los presentó. Se le había revuelto el cerebro con la bilis, y la vejiga se le inflamaba a punto de explotar, como granada de la Segunda Guerra Mundial, cada que acudía al retrete. He aquí su historia y las razones de su “infortunio”:

Muy bien y pronto, desde hacía poco, había entendido que nada resolvería atosigando su recién despabilada consciencia. Tendría que acudir a un aguzado y canijo abogado, de esos que todo lo resuelven; por las buenas o por las malas, a base de leyes y escritos puestos en juzgados, o de amenazas y sustos mandados a hacer con un discreto propio, que dejara en claro: cual huellas necesarias en el incumplido deudor, que debía o debían a resolver el problema de inmediato, acudir.

El acuerdo, entre él y los otros dos fortuitos amigos de otros amigos que se los presentaron, consistía en vender o debía decir, para mayor exactitud, revender cierta bisutería confeccionada por las mujeres indígenas que trabajaban como domésticas, en la casa grande de sus abuelos. Él les compraría los productos que elaboraran cada semana y se los pagaría a la décima parte de la cantidad en que la vendería: “Negocio redondo se decía a sí mismo”.

Y, cada semana entregaría cien piezas del producto a los dos amigos eventuales, quienes, a su vez, se comprometerían a vender cada una a cuatro veces el valor que había estimado el socio principal y dueño de la “excelsa idea”, que rápidamente rico sería, pensaba para sí... Con la promesa de que la mitad del precio último al comprador, sería para ellos. Así los mantendría contentos, trabajando como intermediarios; eso creía él.

Pero, he aquí, que no contó con que los disque amigos de “amigos” le jugarían rudo… Más o menos como él a ellos: haciendo reproducciones que vendían a un menor precio, pero en mayor cantidad de productos: viéndose con ello: “Que ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”. Y, las fabricantes o productoras de la bisutería, tampoco contó con que: un día dejarían de colaborar: ya porque se enfermaran, porque el trabajo doméstico les requería más tiempo, porque sospecharon que estaban siendo explotadas… En fin, el caso es que un día se lanzaron a la calle: en huelga... Y eso fue apenas si a la cuarta semana de haber iniciado su producción, y entregar la mercancía al nieto de sus jefecitos de la casa grande. Y, se sintió “extranjero” en su propio terreno.

El muchacho, ya no tan muchacho, las llamó y les dijo: “No pueden hacerme eso”. Además, el daño no solo me lo hacen a mí y a mis clientes ya fijos, sino también a ustedes: dejarán de ganar su dinerito extra y se quedaran con muy pocos compradores, apenas si las tres o cuatro nietas y amigas de los viejitos, mis abuelos, que desde antes les encargaban algunas pulseritas o collares.

Pos, sí joven, pero como decía alguien de nuestra tierra: “Más vale pájaro en mano, que ver un ciento volando”. Y con usted, los pagos como los pájaros casi siempre se nos quedan en sueños irreales, voladores… e incumplidos.  

 Dando y dando, pajarito volando

Carlos A. Ponzio de León

Cuando alguien falla, le duele al hombre. Luego, puede perdonar o no. A veces llega un halago, después arde la piedra de promesas incumplidas. Dice el dicho: Dando y dando, pajarito volando. Don Quijote le promete a Sancho una ínsula, lo que persuade al escudero de acompañar y servir al caballero andante. Lo prometido es deuda, dice otro dicho. Para Nietzsche, tal vez el cumplimiento de promesas sea el principal problema del hombre. En Adam Smith encontramos que el intercambio y su posibilidad de cumplimiento por interés propio, son parte de la naturaleza humana.

Para encender el fuego de la discusión y dar también un toque de verdad a todas estas doctrinas que refieren al honorable acto de la promesa humana: la confianza que depositamos en nuestros semejantes al conducirnos por la vida, el corazón que ponemos al creer en el amor, el trabajo que entregamos en los intercambios entre productos y dinero en los mercados, y la crueldad de algunos que incumplen, quiero referir la siguiente historia, la cual se desenvuelve en el terreno de los compromisos desventurados, las humillaciones y los fracasos, y que me han contado personas que aún caminan sobre nuestro mundo. Oíd estas palabras.

Fue ya hace varios años, cuando apenas habían pasado semanas del tan en puesto en duda aterrizaje lunar, que un caballero en trance de convertirse en empresario refulgente compró una flotilla de autos viejos. Ninguno de ellos funcionaba, ni siquiera en: echando a andar sus máquinas. Convino el hombre de negocios con un mecánico cuyo taller a las afueras de la ciudad, en un yermo cercano a la carretera que va a dar a los Estados Unidos, casi llegando a lo que alguna vez fue el aeropuerto de avionetas del estado, convino pues, en que el reparador de autos iría componiendo cada una de sus compras: diez vehículos, total, todos de aquellos tiempos en los que Henry Ford apenas había desarrollado la producción en masa.

El susodicho refulgente iría asignando dinero para la compra de refacciones y el pago de labores, poco a poco según su economía le fuera permitiendo. Entre viaje de negocios uno, viaje de negocios otro, y las demandas de atención que su familia le infligía, fue olvidando el asunto de las llantas, los motores, las bujías y los asientos. La complejidad de sus asuntos más cercanos fue volviéndose canción escrita en varias lenguas, tal que ya ni él la comprendía.

De siempre, las cosas viejas habían llamado su atención: Enorme cantidad de inventos fueron desarrollados por la humanidad durante su niñez y adolescencia, y se habían convertido en dolencias y carencias que resentía desde entonces. Serían una promesa aguerrida entre puño y puño, y que deseaba bien cumplida ahora: hacerse de antigüedades tan preciadas hoy, y que nunca a su tiempo pudo obtener. (Aún no era el tiempo más cercano, cuando se le ocurriría hacer algo de utilidad con la basura, eso vendría después).

Le contó a su mujer y a sus socios que los autos le servirían para establecer su Museo del Automóvil: miles de visitas tendría al año, convertido en atracción turística de la tierra donde bajo el carbón arden los negocios más lujosos del país. Soñaba con un piso de mármol, los grandes vitrales, paredes de caoba y los autos relucientes, puestos “al tiro” para ser usados en las calles vivas, por cualquiera dispuesto a rentarlos por un par de horas y una exorbitante cantidad metálica.

Todo esto le sonaba al mercader como música exótica de Asia, que por más que fuera desconocida para él, funcionaría trayéndole paz a sus finanzas. Solo seguimiento semanal había al asunto que darle. Pero de pronto un viaje por asuntos que había que cerrar por aquí… y otros por allá… y las semanas pasaban, los autos olvidados y el mecánico descorazonado.

Cuando acordaba echaba una llamada, pero cada vez con mayor frecuencia, el mecánico no contestaba: se encontraba ocupado, que a comer había salido, o una entrega estaba realizando. Dos años pasaron para cuando el hombre pudo recuperar la confianza en el descanso. Los flujos contables ya llegaban a borbotones como provenientes de manguera de bombero, apagando el fuego de compromisos, incluso los más solemnes con sus socios. Entonces pudo darse el tiempo para que: un sábado: frío como la luciérnaga que está a punto de apagarse para siempre, pudo darse una vuelta a la carretera y detenerse antes de llegar al pequeño aeropuerto que ahora albergaba una avioneta suya.

Entró por la puerta metálica caminando, sobre tierra roja con hormigas por aquí y más allá. El camino le iban iluminando con sus antenas. ¿Don Paco? Hace tiempo que no viene. ¿Y mis autos? Necesita hablar con él. ¿Y el encargado? Ya es otro dueño.

A don Paco nunca lo encontró. ¡Qué decir de los autos! Incumplieron su promesa de verse… siquiera un día, reparados.



« El Porvenir »