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Nuestra felicidad está en Dios

Nuestra felicidad está en Dios


Publicación:03-09-2023
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"Que el Señor sea tu único deleite y él colmará los deseos de tu corazón"

En cada ser humano existe un deseo natural e irreprimible de felicidad. Por lo tanto, ninguna persona en su sano juicio aspira a la desdicha, a la frustración, al vacío, al absurdo o al sin sentido.

Por haber sido creados por Dios como seres inteligentes y libres, existen en nuestros corazones aspiraciones profundas que, aunque quisiéramos, no podemos erradicar. Me refiero a la aspiración a la verdad, al bien, a la belleza, al sentido y, en

definitiva al amor, buscando con ello una vida plena, una vida lograda.

Sin embargo, en ocasiones corremos el riesgo de confundir la felicidad con el bienestar, con el placer, con la ausencia de problemas, con el éxito profesional, o económico, etc. En este sentido, conviene distinguir claramente entre felicidad y

bienestar, entre felicidad y placer.

¿Cómo podríamos definir la felicidad? Adelanto que no es mi intención y tampoco mi campo de competencia ofrecer alguna definición académica o filosófica acerca de la felicidad, pero pienso que podemos entenderla como un estado o condición interior que experimentamos cuando alcanzamos determinados bienes y metas, pero sobre todo cuando se satisfacen nuestros anhelos más profundos como el bien, la verdad, el amor, la paz, etc., en definitiva, cuando permitimos que Dios mismo llene nuestros corazones. Así lo había comprendido san Agustín y lo dejo escrito en sus famosas Confesiones: "Nos

hiciste Señor para ti y nuestro corazón no descansará hasta que no descanse en ti".

Insisto en que es relativamente fácil confundir la felicidad con el bienestar, el placer, el éxito, el poder, la posesión de algunos bienes, la ausencia de dificultades, etc.

Sin embargo, nada de eso, puede llenar el corazón humano, no lo puede colmar ni satisfacer plenamente.

Bástenos como ejemplo caer en cuenta de que vivimos en un mundo lleno de oportunidades y recursos, donde los avances de la ciencia, la tecnología, el conocimiento, el bienestar, etc. han alcanzado niveles antes insospechados para la humanidad. Sin embargo, son alarmantes los índices de insatisfacción, de conflictividad interior, de sensación de vacío o de sinsentido en muchas personas, aún teniéndolo aparentemente todo. Más aún, este tipo de experiencias es más fuerte en algunos de los países altamente desarrollados

Lo que sucede es que, sin desestimar los bienes que Dios mismo pone a nuestra disposición, y sobre todo el bien más grande y maravilloso que son las personas y el amor, nada ni nadie tiene la posibilidad ni la capacidad de colmar nuestros más profundos deseos, sino solamente Dios.

Así se los dijo el Papa Benedicto XVI a los jóvenes en Poller Rheinwiesen, Colonia, el jueves 18 de agosto de 2005: Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro "sí" al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado: "Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande".

También el Papa Benedicto XVI, en su Viaje apostólico al Reino Unido, en la celebración en el Colegio Universitario Santa María de Twickenham (London Borough of Richmond), el viernes 17 de septiembre de 2010 al dirigirse a los alumnos dijo:

Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no nos llenará de satisfacción a menos que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.

Iluminados por tan sabias enseñanzas de Su Santidad Benedicto XVI, preguntémonos si somos realmente felices y en dónde estamos buscando la felicidad. Confiemos en lo que Dios mismo nos dice en las Sagradas Escrituras: "Que el Señor sea tu único deleite y él colmará los deseos de tu corazón" (salmo 37, 4).



« Monseñor Luis Manuel Pérez Raygoza »