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No cayó, porque estaba fundada sobre piedra

No cayó, porque estaba fundada sobre piedra


Publicación:27-08-2023
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La realidad sagrada que Jesús llama «mi Iglesia» es la que está edificada por Él mismo sobre Pedro

El Evangelio de este Domingo XXI del tiempo ordinario es ciertamente la página del Evangelio más importante para la doctrina sobre la Iglesia; desde luego, porque es una de las tres instancias en que aparece en el Evangelio la palabra «Iglesia» y, sobre todo, porque esa palabra, pronunciada por Jesús, está aquí precedida por el adjetivo posesivo de primera persona singular: «Mi Iglesia». Las otras dos instancias -que, en realidad, se reducen a una- están en Mt 18,17. (Algunas versiones, entre ellas, la de nuestro Leccionario, traducen en este lugar la palabra griega «ekklesía» por «comunidad»).

La primera parte del Evangelio de hoy nos revela la identidad de Aquel que dice: «Mi Iglesia». El episodio tiene lugar en el extremo norte de la Palestina, hasta donde ha ido Jesús con los Doce: «Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?"». Sabemos que Jesús solía hablar de sí mismo en tercera persona usando la expresión «Hijo del hombre», como quedará aclarado más adelante en la segunda pregunta. Las opiniones sobre Jesús que se encontraban entre la gente son elogiosas. En efecto, identifican a Jesús con importantes personajes bíblicos: Juan el Bautista, Elías y Jeremías. Nos preguntamos, ¿por qué con éstos tres y no, por ejemplo, con Moisés o David o Isaías? Porque ésos tres son los únicos personajes bíblicos célibes. El hecho de que la gente identifique a Jesús con ellos nos informa que lo que más llamaba la atención de la gente sobre Jesús era su forma de vida célibe y completamente entregada a su misión.

Jesús no emite ningún comentario sobre esas opiniones de la gente. Pero agrega una segunda pregunta sobre el mismo tema, esta vez dirigida a los Doce: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?». Comparando esta segunda pregunta con la anterior, vemos que la expresión «Hijo del hombre» usada por Jesús corresponde al pronombre personal «Yo». Los Doce tienen una opinión formada sobre Jesús, que ya han expresado anteriormente. En efecto, después de que vieron a Jesús caminar sobre las olas y apaciguar la fuerte tormenta en el mar, que los tenía aterrados, ellos «se postraron ante Él diciendo: "Verdaderamente, eres Hijo de Dios"». (Mt 14,33). Esta vez, respondiendo a la pregunta directa de Jesús sobre su identidad, en representación de todos los demás, se adelanta Simón Pedro y confiesa: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». Aquí está expresada la plenitud de la fe cristiana. Jesús es «el Cristo», es decir, aquel que cumple las profecías sobre el Ungido de Dios, prometido por Dios como Salvador de su pueblo. Pero Él mismo es también «el Hijo de Dios», no sólo de la misma naturaleza divina que el Padre, como es todo hijo respecto de su padre, sino una sola sustancia con Él, como el mismo Jesús lo afirma: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30).

Pedro no podía llegar por su propia inteligencia humana -la carne y la sangre- a la confesión de esa verdad. La fe en Jesús como nuestro Dios es un don del mismo Dios, que nos hace bienaventurados (dichosos), como lo declara Jesús: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo». Llamando a Dios «mi Padre», Jesús confirma la confesión de Pedro. Llegados a este punto, sabemos la identidad de Aquel que va a decir: «Mi Iglesia».

«Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». Sabemos cual fue el término arameo usado por Jesús para dar un nombre nuevo a Simón, hijo de Jonás, porque nos informa sobre eso San Pablo: «Subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía» (Gal 1,18). La palabra aramea exacta suena «Kepha» y significa piedra o roca. Como todos los objetos inanimados, la realidad designada con ese término no tiene sexo. (Sexo tienen solamente los seres que se reproducen y no hay confusión entre el macho y la hembra). Pero distintas culturas asignan a ese objeto, por analogía con los seres sexuados, un «género» masculino o femenino. En la cultura aramea el término «Kepha» tiene género masculino y es, por tanto, apto para llamar así a un varón, en concreto, a Simón, a quien Jesús dice: «Tú eres Kepha y sobre este Kepha edificaré mi Iglesia». La cultura helenística, en cambio, y también la nuestra asignan a la misma realidad género femenino: «petra, piedra» y ya no es apta para llamar así a un varón. En griego, que es la lengua del Evangelio, (y también en español) es necesario dar a Simón un nombre masculino, inventando para esto una palabra que no existía -Petros-, pero que tiene evidente relación con «piedra»: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». San Pablo, que domina ambas culturas, la semita y la helenística, se siente incómodo con el nombre Petros y lo usa sólo dos veces -que se reducen a una (cf. Gal 2,7.8)-, en tanto que Cefas lo usa 8 veces.

Jesús llama a la comunidad de sus discípulos «mi Iglesia». Este término español procede, a través del latín, del término griego «ekklesía», que, como decíamos, es puesto en boca de Jesús por el evangelista Mateo tres veces. Pero Jesús no hablaba griego sino arameo. ¿Qué término arameo usó? No sabemos, porque no existía en ese tiempo ningún aparato para registrar la voz y Jesús no dejó nada escrito. Pero debió usar un término equivalente al término hebreo «qahal», que significa «asamblea» y designaba en el Antiguo Testamento a la asamblea del pueblo de Israel, como una entidad sagrada litúrgica, sobre todo, en la expresión «qehal Yahweh», asamblea de Dios. Cuando Jesús dice «mi Iglesia» se está refiriendo a esa realidad, pero le da extensión universal -«Hagan discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19)- y Él reivindica para sí el lugar de Dios; en lugar de la «Iglesia de Dios», la llama «mi Iglesia».

La realidad sagrada que Jesús llama «mi Iglesia» es la que está edificada por Él mismo sobre Pedro, Kepha. Otros grupos cristianos, que no están en comunión con Pedro y sus sucesores, no pueden pretender el nombre de Iglesia de Cristo, porque Él declaró solemnemente: «Tú eres Kepha (Pedro) y sobre este kepha (piedra) edificaré mi Iglesia». Esta Iglesia está fundada sobre una piedra cuya solidez está garantizada por Jesús: «Las puertas (fuerzas) del infierno no prevalecerán contra ella». Esta promesa se explica por esta otra: «Lo que tú ates en la tierra quedará atado en el cielo (se entiende por Dios), y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». «Atar» es declarar que algo es falso y no debe creerse o declarar que algo es moralmente malo y no debe hacerse; «desatar» es declarar que algo es verdad y debe creerse o que algo es bueno y debe hacerse. Pedro es una piedra que no defrauda a quien está edificado sobre él, porque, gracias a un don particular dado a Él por Jesús, en materia de fe y moral goza de la misma verdad que Dios: «Queda atado o desatado en el cielo».

Muchos sistemas políticos y fuerzas de este mundo han perseguido a la Iglesia de Cristo y han querido acabar con ella. Pero esas fuerzas adversas han pasado; en cambio, la Iglesia sigue adelante. Es que ella está fundada sobre la palabra de Cristo tal como es expuesta por Pedro en cada situación histórica. A esto se refiere Jesús cuando dice: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, es como el hombre prudente que edificó su casa sobre piedra (petra); cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba fundada sobre piedra» (Mt 7,24-25).



« Felipe Bacarreza Rodríguez »