banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Medallas y collares

Medallas y collares


Publicación:21-08-2022
++--

La vida se mira de una manera distinta cuando se es parte de la cúpula de poder

El hombre que se hizo a sí mismo

Carlos A. Ponzio de León

      

      Esta es la historia de mi padre, Joaquín Montemayor. Nadie me ha pedido que la cuente, pero quiero deshacerme de ella, como quisiera deshacerme de él y de su nombre. Una noche de verano, hace dos años, subió a mi cuarto para decirme que se iba por un tiempo del país, que la situación se estaba saliendo de control y gente muy poderosa estaba tratando de perjudicarlo. Se lo había comentado una amiga. Quisiera poder imaginar a mi padre confiando en una amiga. Traía mujeres a la casa. Era evidente que no era su atractivo físico lo que las hacía venir, sino sus contactos políticos y los que tenía en la industria de la televisión. La mayoría de ellas eran chicas guapas, pero baratas, que se vendían fácilmente por la oportunidad de jugar a la estrella de la industria del entretenimiento. Por un papelito en una telenovela de pueblo, o las más ambiciosas, por un papel en una obra de teatro populachera. Cuando mi padre bebía, alardeaba sobre sus influencias: así era en todas las fiestas que ocurrían semanalmente en la casa. Un castillo: si consideramos que vivimos en la Ciudad de México. Y ahora que se ha ido del país y que comienzan a salir las historias de estas chicas, acusándolo de acoso sexual, para mí es como estar en la mira de la carabina de un cazador que en algún momento soltará el balazo.

      Trato de comprender qué clase de abusos vivió su madre, que él se convirtió en la terrible persona que ahora pintan los medios de comunicación, los medios noticiosos que tanto adoró. ¿Se metió con alguna de las amantes del dueño de la empresa? Para el caso en cuestión, es otro patético perdedor. Con mucho más dinero que mi padre, pero tan podrido como él: otro perro herido que va por la vida intentando lesionar a la gente hasta verlos sangrar como él lo hace a través de sus propias llagas.

      Ha aparecido una mujer en televisión llamando “enfermo” a mi padre, instándolo a buscar ayuda psicológica. ¿Y sus amigos? ¿Y los que se sentían orgullosos de conocerlo? Ahora él está refundido en un país que protege criminales. País de demonios en el mero centro del infierno. Mientras permanezca ahí, no pisará cárcel, y mientras tanto, cincuenta mujeres han interpuesto denuncias en esta nación, en contra de él.

      Y yo, ¿qué he hecho para merecerme esto? Traten de imaginarme llegando al trabajo. Siento las miradas de la gente. Sobre todo, de las mujeres. Nadie habla del tema frente a mí, pero seguramente soy lo único que se menciona cuando no estoy presente. Me gustaría aclararles que yo no soy como él. Pero sigo siendo el hijo de un hombre que presumió haberse hecho a sí mismo; aunque ahora sabemos que fue a base de engañar mujeres. ¡Cincuenta! Trato de imaginar qué carencias tuvo mi padre, que considera al sexo femenino como un conjunto de muñecas, objetos a las que puede prometérseles algo, a cambio de sexo. ¿En qué está basada su autoestima que cree que su valía humana está en el dinero? Acaso, ¿no debía ser valioso tan solo por ser un buen padre, un hombre honesto, honrado y respetuoso? Traten de imaginar cuánto dolor ha cargado mi padre fingiendo durante años ser una persona que, en realidad, no es. Procuren comprenderlo por lo menos un momento.

      Imaginen el terror que viví el Día de las Feministas. Mi padre marcó desde el escondite donde está refundido, para pedirme que me saliera de la casa, que la policía iba a colocar vallas para protegerla; pero, aun así, yo podía correr peligro adentro. ¿A quién iba yo a pedir ayuda? ¿Quién amiga me iba a recibir junto a su familia? Me metí en un cuarto de hotel. Y efectivamente, estuvo la policía de la Ciudad de México protegiendo la casa de un violador, no a las propias ciudadanas.

      La vida se mira de una manera distinta cuando se es parte de la cúpula de poder. Se vuelve uno un cínico. Pero yo prefiero deshacerme de esta historia, de su apellido, de su nombre. Hay momentos en los que me gustaría volver el tiempo y quedarme eternamente viviendo en la infancia. Antes de que llegaran los momentos de la gran gloria de mi padre. Las del hombre que se hizo a sí mismo. El pequeño hombre al que ahora ha tumbado Dios de su estúpido pedestal y lo ha encaminado para refundirse en el mismísimo infierno, rodeado de otros tantos criminales que se acompañan los unos a los otros en el extranjero.

Cristalitos de colores

Olga de León G.

      El hombre con quien me case hace casi cincuenta años está inmerso en un mar de males. De esos que son tan temidos y con los que me he acostumbrado a lidiar día a día. 

      Cada mañana me levanto como impulsada por un resorte, porque por mí sola fuerza creo que no podría hacerlo: nunca duermo suficiente. Y, agradezco a Dios, a la naturaleza y a mi determinación, amanecer siempre lista para ir a la cocina a prepararle el primer alimento con un jugo de naranja. Tomo de arriba del ropero la caja azul de los sobres con el polvo de suero de leche, un suplemento alimenticio al que sus distribuidoras y vendedoras (aunque digan que no son vendedoras) lo tienen por casi mágico: -No cura, no es medicina –te dicen-; pero, mejorará toda su condición física y mental. Y continúan diciéndote:

      -No soy vendedora, solo comparto sabiduría y ayuda para una vida mejor, más saludable, por eso quiero que mucha gente conozca nuestros productos. Acto seguido, se levanta diciéndome, mira cómo se hace esto, para que tú te animes y entres al grupo, de paso comprarás todo a mejor precio.

      Los jóvenes jugadores de Voleibol, sentados tres mesas adelante de la nuestra, no le prestan atención. Ella regresa conmigo, muy molesta, y dice: “¡Ah!, no, ningunos pendejos me dicen que no, a mí; me compran porque me compran. Ahorita verás, nomás que pase su coach, voy de nuevo a la mesa… Mismo resultado, solo que ahora, la mujer le dio una tarjeta de presentación al entrenador.

      “Zapatero a tus zapatos”, pensé: nunca estaré en los tuyos, lo mío es otra cosa: ¡Suerte!, yo no le entro. Pasaron diez días, hasta que admitió volver al mismo lugar a recoger la bolsa con todo lo que me había endilgado para ingresarme en su grupo (yo representaba algún punto en su escalón de ascenso). Prefiero pagar el precio de cliente que convertirme en un fariseo o su simulacro: esos vendedores a los que Jesús corrió de la entrada al Templo… a donde iban no a escuchar el sermón o la misa, sino a vender sus chácharas engañando al pueblo. 

      Pues sí, de ese polvo de suero de leche, le disuelvo dos sobres en un milímetro y medio de agua helada y un cubito de hielo, todos los días, y le añado el jugo de una naranja o mandarina. No creo en arañas, pero lo que me digan o me recomiende alguna amiga cuyo esposo estuvo en caso similar al del mío, lo hago. También, desde hace seis o siete meses dormimos con musicoterapia.

      Cuatro o cinco veces por semana le doy un jugo (sin agua) de moras azules, zarzamoras, uvas negras, fresas, un plátano, una manzana, kale y acelgas o espinacas con una cucharada de miel y un poco de yogur natural. Este lo toma una hora y media después del suero… y, tras este licuado, no podrá comer sino también una hora y media más tarde. Este jugo y sus tiempos son recomendación del Instituto para combatir el cáncer, de Canadá.

      El cáncer no se irá, seguramente, pero por lo menos no avanzará. Las medicinas de los Oncólogos y Urólogos del IMSS dan la batalla y hacen la diferencia, ellos son la ciencia y en ellos está toda mi fe. Otros males se han ido retirando o disminuyendo; ya no son lo primordial. El Cardiólogo, muy con su estilo norteño, me insta a que no admita que no me surtan su medicina: -es vital para que no vuelva a presentarse ningún evento como con el que empezó en septiembre: una micro embolia. La presión y el azúcar están controladas; esta cuidadora le lleva también su dieta (ya no tan estricta, pero sí moderada y balanceada).  

      Todo esto pensaba ayer, mientras sentados frente al consultorio del Urólogo, esperábamos su llamado. Habría consulta y receta para surtir la solución inyectable que le toca, cada tres meses, recibir junto al ombligo (muy dolorosa, dice mi esposo), pero lo aguanta con gran estoicismo… no obstante, ayer tuvimos que hacer tres paradas, antes de llegar al elevador, pues se sintió muy mal: amo a mi esposo, pero, más ahora que me da muestras de su tolerancia al dolor y a la enfermedad sin quejarse nunca. 

Queriendo espantar mis recuerdos, me centré en el entorno y vi frente a mí que la asistente de los Urólogos traía una cadena muy exquisita de cuentecitas de colores tenues y cristalitos como sostén de sus lentes. Le pregunté en dónde la había comprado.

      Se levantó de su mesita escritorio, se quitó sus lentes, retiró la cadenita o collar, y me lo regaló. No logré que me admitiera pago alguno. Maricela, gracias, muchas gracias, la vida siempre nos regala algo bueno cada día, usted me lo dio a mí, el pasado viernes.



« El Porvenir »