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Luis Eduardo Aute sin su latido

Luis Eduardo Aute sin su latido
Luis Eduardo Aute

Publicación:23-05-2020
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Fallecido el pasado 4 de abril, Luis Eduardo Aute tenía 76 años de edad.

Español de corazón, este señero cantautor nació, sin embargo, e Filipinas en 1943. En su memoria la doctora Maricarmen Fernández Chapou, directora de la carrera de Comunicación y de Periodismo del Tec de Monterrey, campus Santa Fe, quien lo entrevistara varias veces en Madrid mientras hacía su doctorado, recuerda al cantante y compositor con sus propias letras y mediante un resumen con las pláticas que sostuviera con el también cineasta. En la segunda parte el crítico de música José David Cano, director del portal cultural Salida de Emergencia, nos entrega una plática intimista con el cantautor de manera que, al final de ésta, podemos advertir claramente la brújula con la que se guiaba en su arte el poeta español.]

Primera parte

Maricarmen Fernández Chapou

I: la vida misma

Quizá nunca antes, en el medio siglo que duró la carrera del cantautor español Luis Eduardo Aute (1943-2020), habían tenido tanto sentido sus viejas letras: “Voy buscando libertad y no quieren oír. Es una necesidad para poder vivir”, rimaba, con melodía a-go-gó, “Rosas en el mar”, una de sus primeras canciones, popularizada  por la cantante Massiel en los años sesenta. 

      Icono de la canción de protesta postfranquista, Aute partió, el pasado 4 de abril, de este mundo a Albanta, ese lugar metafórico sin tiempo que imaginara su hijo y que lo inspirara para escribirle una hermosa canción: “Yo sé que ahí, donde tú dices… es eterna la infancia y el fin no es el fin porque no acaba lo que no empezó”.

      A Aute no se le acababan las letras, ni los motivos. Entre sus numerosas canciones no falta la lamentación por las “hambrunas, pestes y guerras”.  “Atenas en llamas” es una crónica-poema-oda “a la intemperie de la decadencia”, “en contra de un Occidente, narciso insolente”. “Perro calandalús”, un homenaje a Calanda, ahí, donde se viera nacer a Luis Buñuel…  Los cantos al amor, el desamor, la felicidad, la soledad, la vida misma.

      En toda la obra de Luis Eduardo Aute, sin olvidar aquellos discos que fueron underground y que así permanecieron antes de que su producción se popularizara (al grado de escuchar en la radio hasta el cansancio “Sin tu latido” muchos años después de “Rosas en el mar”), no falta nada: escribió indignado por las dictaduras, por el capitalismo, por el odio, la avaricia, el oportunismo, la resignación, la frivolidad, la hipocresía… “Siempre vivimos en un ay , ay, ay constante”.

      Creyente como era de su propia religión: lo sublime, siempre fue un viejo joven romántico, aunque nunca cursi. “Quiéreme antes del último beso. Quiéreme, haz que se incinere el mar”. O bien: “No es que el silencio haya tomado la palabra,  ni que los años pasen sin pedir perdón, lo que sucede es que ya no sucede nada, no sucede nada, nada, nada, nada, entre tú y yo”, decía, haciendo del desencuentro también un motivo amoroso.

      Y es que en estos tiempos de la nada, del olvido, de la muerte y la resignación, Aute parecía ser él mismo la rosa difícil de encontrar en el mar. Era muy reconfortante comprobar que aún “alguien soñaba por ahí”, y seguía cantando a pesar de los “fuegos ahogados por las matemáticas del espejo… y otros templos de mundos, demonios y carnes”.

      El español parecía surgir del mar, y ahí prometió volver: “Ahora que la noche de hielo se siente tan próxima, me apresura la inaplazable sed de volver al agua, al origen mismo de la vida”.

      Siempre crítico, militante, romántico, divertido, leal a sus ideales, incólume a los tiempos difíciles, rebelde como un “giraluna” que, decía, “cuando el sol se oculta y todos los girasoles se echan a dormir, es el único que queda en pie, con la cabeza erguida hacia el cielo, esperando ver la cara oculta de la luna”; Aute partió a Albanta: “Yo sé que allí, allí donde tú dices, no existen hombres que mandan, porque no existen fantasmas y amar es la flor más perfecta que crece en tu jardín, en Albanta”.

II: Aute-homenaje

A pesar de que se consagró como cantautor, su verdadera vocación era la pintura y su  pasión, el  cine. Artista  polifacético, confeccionó a mano, con más de 4,000 dibujos a lápiz, su película Un perro llamado Dolor, un largometraje animado en donde Aute le hace un homenaje al cine mudo. La película, de estética clásica, está dividida en siete sketches en blanco y negro musicalizados por el propio creador; y retrata algunos aspectos de la vida de personajes como Francisco de Goya, Pablo Picasso, Diego Velázquez, Salvador Dalí, Federico García Lorca, Luis Buñuel , Frida Kahlo y Diego Rivera. La obra le llevó al  poeta cinco años de dedicación y fue su trabajo más ambicioso como cineasta.

      A continuación, el propio Luis Eduardo Aute habla, en una conversación sostenida conmigo en Madrid en 2003, sobre las diversas aristas de su creación…

III: la pintura y el cine

Soy primero pintor y luego músico. Yo no pensaba escribir canciones. Me pasaba las tardes encerrado en mi estudio pintando. Si bien de vez en cuando me gustaba tocar la guitarra y escribir poemas, empecé a pintar desde niño. Hice mi primera exposición a los 16 años en Madrid, y he hecho muchas otras desde entonces. También quería hacer películas. Empecé haciendo cortos, pero luego la música y la poesía se cruzaron en mi vida. Eran los sesenta y me puse a escribir canciones. Ahora tengo 25 discos, pero de todos modos continúo pintando. En 1996 Un perro llamado Dolor me mordió, y me soltó hasta hace muy poco.

      Entre mis pintores favoritos está Luis Buñuel, Godard y Renoir, y entre  mis directores de cine Diego Velázquez y Bacon. Para mí, una película de Buñuel es tanto o más provocativa plásticamente que una pintura. Velázquez me parece que se adelantó al cine, inventó la profundidad de campo, el clímax de la narración, el guión, la fotografía, la impresión. También me encanta Picasso, es un gran pintor, probablemente uno de los más grandes. Sin embargo, no lo veo como a un artista. Cuando digo esto me refiero a que el artista es alguien capaz de crear magia. Picasso es un gran pintor, pero se encuentra muy alejado de la magia. Goya fue el culpable de la realización de Un perro llamado Dolor. Era su aniversario, en 1996, y una galería de Madrid quería realizar una exposición colectiva de artistas que tuvieran a Goya como referente. Me llamaron y empecé a realizar esbozos. No salió ningún cuadro, pero me di cuenta de que aquellos dibujos podrían tener una secuencia narrativa. Me interesé por la historia, así que hice más dibujos. Cuando me encontraba trabajando con Goya aparecieron Dalí, Gala, Buñuel y Lorca. Entonces utilicé la estructura del artista y su modelo para contar lo que quería. El nombre de mi película se debe a la mascota de Frida Kahlo. Le encantaban los perros y a uno de ellos lo llamó Dolor.

IV: la poesía y la locura

Pienso que el artista es más que nada un paranoico, un enfermo mental que intenta solventar su problema haciendo cosas, creando y fabricando instrumentos para comunicarse con los demás. Me sitúo más entre los locos que entre los artistas.

      La poesía es la dimensión mágica de las cosas. También un cuadro puede ser poético o una película o una fotografía. Porque la poesía es esa mirada especial a través de la que cualquier artista puede lograr que veas lo mismo que has visto siempre pero de otra  manera, que uses el otro lado del espejo. La poesía es lo que nos hace distintos a las bestias.

      Creo que el artista es un personaje que utiliza determinados instrumentos para autocurarse, y para no ir al psiquiatra. Por ello reivindico la creación artística, el hecho de manipular, crear cosas con colores, formas, sonidos, para resolver problemas o conflictos internos complicados. Creo que si el arte tiene algún sentido es como terapia contra la locura.

V: el erotismo y la inconformidad

A mí me gusta pintar cuerpos, siempre un hombre y una mujer, en posiciones que parecen de combate, pero que finalmente son de contacto carnal. En el fondo el sexo no es más que una batalla que, en lugar de buscar el dolor, busca el placer. Se puede hacer el amor de una forma burda, grosera y brutal, o se puede hacer el amor de una manera poética, también brutal pero poética. La gran pintura erótica es la pintura religiosa, entendiendo el erotismo como una dimensión bellísima del ser humano.

      En el universo autiano, el erotismo ocupa un papel primordial. Comencé a crear en los setenta, una época en la que todo mundo tenía una conciencia general de que había que cambiar las cosas. En España se vivía bajo una dictadura e intentábamos decir que no estábamos de acuerdo con ese sistema y que había que combatirlo de alguna manera.

      No me siento demasiado distinto de aquél que comenzó en los años setenta. Sigo siendo tan ingenuo y tan estúpido, y todavía guardo una cierta confianza y fe en el ser humano. Pero va ocurriendo que, según pasa el tiempo, al mirarte en el espejo observas el deterioro físico que se opera sobre tu pellejo. Y la integridad del coco, ésa sí que va mucho peor. Yo siempre pensaba, cuando era más joven, que según me fuera haciendo viejo sería más inteligente, más lúcido y más sabio, y debo decir que no me ocurre eso sino todo lo contrario. Me siento cada vez más confuso, con los referentes más dislocados: se lo consulté a un psicoanalista y él dijo que tengo razón.

VI: Albanta

Mi hijo era muy pequeño cuando tuvo un sueño. Cuando me lo contó me dijo que había visitado Albanta, entonces yo imaginé un lugar perfecto para la utopía.

      Yo sé que allí,

      allí donde tú dices,

      vuelan las alas del agua

      como palomas de escarcha

      y el mar no es azul

      sino vuelo de tu imaginación

      en Albanta.

      Yo sé que allí,

      allí donde tú dices,

      las nubes callan palabras

      y el cielo no dice nada

      y el sol es un sol

      transparente como tu corazón

      en Albanta.

      Que aquí, tú ya lo ves,

      es Albanta al revés.

      Yo sé que allí,

      allí donde tú dices,

      las ciencias no son exactas

      porque es eterna la infancia

      y el fin no es el fin

      porque no acaba lo que no empezó

      en Albanta.

      Yo sé que allí,

      allí donde tú dices,

      no existen hombres que mandan,

      porque no existen fantasmas

      y amar es la flor

      más perfecta que crece en tu jardín

      en Albanta.

Segunda parte

José David Cano

I: la cita

Las indicaciones llegaron por correo electrónico. Palabras más-palabras menos, la encargada de prensa de la disquera me decía: Luis Eduardo Aute te espera en el lobby del hotel. Sábado, 11 horas. Tendrás sólo 20 minutos, ya que después tiene otras actividades. Por favor, llega puntual.

      Sábado, 11 de la mañana. Sentado en el suave y reconfortante sillón del lobby de un famoso hotel de la Avenida Reforma, esperaba sin ninguna prisa a Luis Eduardo Aute. El aire acondicionado hacía más placentera mi estancia en aquel día caluroso.

      Un par de minutos después, Aute caminaba hacia mí, también con paso relajado y apacible.

      Nos saludamos.

      Luego, mientras se sentaba, dijo algo que me dejó trastabillando: Hace mucho que no te veía. ¿Pasaron qué... tres, cuatro años?

      [Que se acordara de nuestro último encuentro, lo confieso, me agarró un tanto desprevenido; sin embargo, lo dijo de manera tan convincente que tomé como verdadero su comentario.]

      Le respondí: Sí, ya son tres años... Creo. Y, mira, qué rápido pasa el tiempo, ahora llegas con un nuevo disco… ¡y una película!

      Sí-sí, respondió Aute ligeramente emocionado.

      [Publicado por Sony Music, El niño que miraba el mar era un álbum compuesto por 12 canciones y una película de animación —de unos 20 minutos— dibujada de manera artesanal por el propio Aute.]

      Luis Eduardo continuó: Es un proyecto muy interesante… Pero ya hablaremos de él en un momento… Tengo hasta las dos para que platiquemos —dijo con total naturalidad—. Me cancelaron los compromisos que tenía pendientes, así que tenemos tiempo…

      [Reconozco que me emocionó saber que, de 20 minutos pactados, tendría a Luis Eduardo tres horas para mí solo. Traté de no parecer demasiado emocionado.]

      —Qué bien —dije—. ¿Te parece si comenzamos…?

      —Sí, adelante. ¿Por dónde empezamos?

II: la entrevista

Luis Eduardo Aute fue, sin duda, uno de los artistas más completos e interesantes de los últimos tiempos. Su polifacética trayectoria se movió sobre todo en cuatro direcciones: pintura, música, poesía y cine. En ese orden. Lo sorprendente: todas las desarrolló con gran soltura, y en todas tuvo gran aceptación por parte del público y de la crítica.

      Lo extraordinario de su biografía, empero, es que Aute sólo quería ser pintor. Así lo contaba él mismo, así me lo contó en aquella charla. Y aquí abro un paréntesis: Luis Eduardo me fue contando su vida, pedazo a pedazo, en nuestros diferentes encuentros. Cierro el paréntesis.

      Hoy es dominio público: Luis Eduardo Aute grabó su primer disco empujado por mucha gente que no era él. El éxito se le vino encima. Atemorizado ante el torbellino, el entonces pintor se refugió en su estudio y sólo cantó para sí mismo. Siguió pintando, siguió componiendo por diversión y, pasado el lustro, accedió a grabar un segundo trabajo con la condición de que la disquera no le obligase a promocionarlo en entrevistas ni en conciertos.

      Tardó otros diez años, de hecho, en subirse por vez primera a un escenario. Ocurrió en Albacete, en un acto sindicalista. Y, de nuevo, empujado por otros amigos.

      —La verdad —me contó Aute aquel día—, nunca me planteé escribir canciones, ni grabar, ni cantar, ni salir al escenario...

      —Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención —le dije— es que casi se te obligó a cantar. La música era para ti algo más personal, casi un pasatiempo… ¿Qué te dio la música en ese momento que no te dio la pintura?

      —La verdad, no te puedo contestar sin traicionarme. Es decir, no sé qué ocurrió ahí. Las cosas se fueron dando, así, sin proponérmelo. Aunque es cierto que todos mis cimientos están en mi infancia... Empecé a pintar desde muy niño. A los ocho años, por ejemplo, ya dibujaba con una cierta facilidad. Sacaba malísimas notas en el colegio, menos, claro, en dibujo. Yo era hijo único, así que me gustaba mucho quedarme solo, y sólo dibujar. Pero, además, tenía mucha dificultad para comunicarme con mis compañeros, era un poco introvertido, y donde mejor me la pasaba era en mi casa, dibujando, copiando pinturas de los clásicos. (Mi padre tenía varios libros de pintores clásicos.)

      Aute hizo una pausa, que no quise interrumpir; luego continuó:

      —Pero a mí también me gustaba mucho la música. A mis padres les gustaba el género clásico, la ópera… Para mí, la música era algo que me producía una afección grande. A la par, me gustaba escribir también; sacaba buenas calificaciones en literatura, en redacción... ¡Escribía poemas cuando tenía diez años! Eran poemas en inglés, ya que mi educación fue en ese idioma, en un colegio de curas americanos en Filipinas. Todas estas actividades se manifestaban en paralelo. Sin embargo, yo lo que quería, claramente, era sólo una cosa: dedicarme a la pintura. De hecho, mi primera exposición individual la hice a los 16 años, en Madrid.

      “La canción vino después, casi por lógica —prosiguió Aute—. ¿A qué me refiero? A que seguía escribiendo poesía y, entonces, empecé a tocar una guitarra que me regaló mi padre. Si escribes poemas y tocas la guitarra un poco, lo lógico es caer en la tentación de escribir una canción. Y así empezó. Primero en el colegio militar: estaba haciendo el servicio militar, y a la hora del reposo nos íbamos a la cantina. Y ahí fue, en esa etapa, cuando comencé a componer canciones antimilitaristas: contra el sargento, contra el capitán, canciones que insultaran todo lo que representa esa institución... Claro, para descargar un poco la cosa. Eran canciones que cantábamos todos los compañeros en el descanso. Y ahí empecé a tener curiosidad por seguir metiéndome en ese extraño fenómeno que es escribir canciones. Ya cuando acabé el servicio militar volví a la pintura, pero el gusto por las canciones no se fue del todo. Seguí escribiendo. Y, entonces, llegó ‘Rosas en el mar’, ‘Aleluya #1’... Y, bueno, luego ya sabes qué pasó...”

III: la subjetividad esencial

Lo que pasó fue una prolífica (y muy exitosa) carrera musical que casi opacó el lado pictórico de Aute. El pintor que nunca pensó en cantar estuvo ligado a la música por casi cinco décadas. Y no de cualquier manera. Logró parar los relojes a las cuatro y diez, convertir una canción de amor (“Al alba”) en un himno contra la pena de muerte, extender Albanta —uno de sus álbumes— como nombre de niña, hacer poesía de una masturbación, meter a Dios en las camas y al cine en las canciones. Y eso que sólo pasaba por allí, y que lo suyo eran los lienzos.

      —Escribir canciones —me dijo en cierto momento— sigue siendo un largo aprendizaje. Es una cosa rara, una aventura personal que no se aprende en ningún sitio...

      Le pregunté, justamente, sobre cómo era eso de escribir canciones:

      —De entrada —me dijo—, no hay fórmulas ni reglas. Es una aventura personal… Me queda claro que no se aprende a escribir canciones en ningún sitio, ni se dan clases de cómo hacerlo. Hay solamente dos cosas en las actividades humanas que no se pueden aprender ni en la escuela, ni en la universidad, ni en la academia: el aprender a escribir poesía, y el aprender a escribir canciones. Todo se puede aprender, de verdad, todo: a ser médico, abogado, carpintero, electricista, ingeniero o físico, pero hay dos actividades que no se pueden aprender en ningún sitio, porque no hay ningún lugar que te garantice eso; una es aprender poesía. Es cierto: hay escuelas que pueden enseñarte a redactar, sin embargo no hay ni una en donde te enseñen a componer poesía, a escribir poemas. Y eso pasa con las canciones también. Si alguien dice: “Bueno, pues quiero ser compositor de canciones, autor de canciones, ¿en dónde me enseñan, dónde puedo aprender?” Lo siento: no hay ningún lugar en donde te puedan dar esas clases, de modo que es una aventura personal, individual, y cada uno busca su manera de construir…

      Aute hizo una pausa, meditando; parecía pensar en voz alta. Luego, prosiguió:

      —Creo que escribir una buena canción es mucho más difícil que escribir una novela, que dirigir un filme o que pintar un cuadro. Sí, es muy complicado… Claro, hablo de escribir una buena canción, porque escribir cualquier canción lo hace hoy cualquiera. Me refiero a un tema que tenga una razón de ser, que tenga un sentido, que nazca y muera en sí mismo, y que quede en el recuerdo de la gente; o sea, que la gente lo pueda cantar y forme parte de su vida. En ese sentido, hay muchos que me dicen que una canción mía formó parte de su vida, y que en algún momento les ayudó. Soy afortunado. Porque eso no ocurre con las demás artes, ocurre sólo con la música… Y, sin embargo (paradójicamente, diría), la canción está considerada un subgénero: uno menciona “artes” y la gente piensa en literatura, en arte plástico, en arquitectura, en poesía, y sólo ve a la canción como un subgénero. Por el contrario, pienso que es un supragénero, porque está por encima de las demás artes.

      —También me queda claro que quien habita tus canciones eres tu mismo —le comenté a Aute.

      —Sí, claro: hablo en primera persona siempre; mis canciones están escritas desde la primera persona. Evidentemente, son muy subjetivas. Yo creo que la objetividad no existe. Así que, en este sentido, soy incapaz de crear personajes o de narrar historias… Tampoco situaciones o distorsiones como podría ser un cuento. Tengo muy pocas canciones así. Para mí, escribir una canción es más un ejercicio de reflexión interior; manifestar en ella, desde dentro, mis fantasmas interiores. Claro, desde mi experiencia vital.

      —Musicalmente, en los últimos discos siento que te has desprendido de muchos accesorios; cada día tu música se vuelve más minimalista, por decirlo de alguna forma. ¿Cómo ha sido este proceso?

      —Sí, sí, ha sido un largo proceso de ir prescindiendo de todo lo anecdótico —se sinceró Aute—. Todo lo que realmente no haga falta o no sea necesario, eliminarlo. Algo es verdad: el menos es más. De eso estoy cada vez más convencido, en todos los aspectos, tanto de la escritura de canciones como de cualquier proyecto creativo… Cada vez tengo una mayor obsesión en ir a la esencia de las cosas, ir a lo más desnudo que se quiera contar o manifestar, y que quede únicamente lo que realmente hace falta. En ese sentido, como dices, voy reduciendo cada vez más en la instrumentación; o sea, quito elementos que realmente no aportan nada más sino que, al contrario, alejan a quien escucha la canción, lo distancian de la canción completa…

      Una cosa es cierta, me dijo, al final, Luis Eduardo Aute: “Las canciones vienen cuando ellas quieren. Yo no las busco, en cualquier momento puede aparecer la idea para componer una: por un texto que he leído, por algo que me ha ocurrido ese día, por algo que he visto... de repente, eso va tomando forma de canción. Es muy aleatorio. Pero, además, una canción es un estado de ánimo... Yo soy incapaz de escribir dos palabras juntas si no tengo el estado de ánimo... ¿Sabes?, cualquiera escribe una canción, pero no cualquiera escribe una con razón de ser. Y eso, créeme, me ha quedado claro desde hace mucho tiempo”.

IV: la ausencia

Lo escribí a botepronto en mi Twitter, y lo reproduzco ahora aquí:

      No es justo. Se ha ido Luis Eduardo Aute (1943-2020): cineasta, poeta, pintor y, sobre todo, uno de los mejores autores de canciones en español de todos los tiempos.

      La belleza ha perdido a uno de sus más férreos defensores.

      Qué terriblemente absurda será la vida sin su música; y, sí, sin su latido.



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