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Los que escriben cuentos

Los que escriben cuentos


Publicación:10-04-2022
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Todo y nada, pueden ser motivos estupendos para escribir un cuento

Lo que no… ni, aunque te pongas.

Carlos A. Ponzio de León

      Entramos al Bar 27 sin formarnos en la fila: Una serpiente humana enroscada sobre la alfombra roja. La amiga de mi novia conocía al gerente. Ya estaba atascado el lugar para cuando arribamos. Nos sentaron en una mesa que estaba apartada para otro grupo. El mesero dijo que, para poder ordenar, necesitábamos abrir cuenta con una tarjeta de crédito. Nos quedamos mirando entre nosotros. Era la primera vez que estábamos ahí. Ninguno de los cuatro contaba con tarjeta de crédito. En ese momento regresó mi primo Luis de los baños. Él es quince años mayor que nosotros. Para entonces, tenía treinta y feria. Le comenté la situación. Sacó su cartera y nos preguntó: ¿de qué, la botella? Vi la sorpresa del grupo, extasiado: Que sea de ron. “Un clásico número tres”, pidió mi primo al mesero. Él es fotógrafo. Hace campañas publicitarias y siempre se presenta como creativo. Eso le dijo a la amiga de mi novia cuando nos sentamos. Una chica delgada, buenísima, que venía en minifalda blanca, como si fuera tenista, y a quien le tocó sentarse junto a Luis en el sillón para dos. Los demás ocupamos las sillitas alrededor de la mesa metálica.

      Veníamos de la comida de cumpleaños que me organizaron mis papás. En un restaurante donde sirven carne asada. Ahí estuvieron: mi novia, mi mejor amigo, y mi primo Luis. Cuando terminamos con la comida y el vino, y mi papá pagó la cuenta, nos despedimos. Mi mamá me dijo: Invita a tu primo, y él se apuntó sin apuros. Al llegar al bar nos encontramos con la amiga de mi novia, a quien ella apenas acababa de conocer en la universidad. Venía de la misma universidad y carrera, pero del campus de Querétaro. Yo no la conocía y la idea de invitarla no salió precisamente de mi novia, sino de mi mejor amigo. Hacía una semana la había conoció en una fiesta. Quería quedar con ella. 

      La chica estuvo muy platicadora con mi primo. De pronto él me comentaba cómo iba el asunto, porque yo estaba sentado del otro lado, junto al sillón. Ya había notado la cara de mi amigo, mirando otras mesas, girando el cuello en señal de despecho. El rostro se la veía maltrecho, con el entrecejo fruncido. Traté de integrarlo a la plática. Pero se tardó en reaccionar. Luego de un rato, comenzamos a platicar los cinco. Mi primo Luis escuchaba. Literalmente estábamos gritándonos por el ruido de la música. Luego, de pronto todo mundo se quedó callado, y la amiga de mi novia y Luis ya estaban platicando otra vez entre ellos. Mi novia, mi amigo y yo, nos metimos en nuestra conversación.

      Al rato, la amiga de mi novia, con su propia mano, estiró el elástico de su minifalda por la cintura, para que Luis se asomara. Supe por él que le enseñó un tatuaje en la ingle izquierda. “Tócalo, si quieres”. Luis la acarició. Todos nos dimos cuenta. Me dijo que la chica le preguntó sobre las modelos famosas con las había trabajado. Él contó algunas anécdotas diseñando campañas publicitarias para transnacionales. Cubría el mercado mexicano. La amiga de mi novia le cuchicheaba al oído. Al tiempo, a mi amigo se le desencajaba la mirada, mi novia le regalaba una sonrisa de consuelo, y yo quería hundirme en la contrariedad.

      A la una de la mañana se acabó la botella y nos retiramos. Mi amigo ya venía con una mirada más alivianada, luego de que mi primo me preguntara: “¿Tu amigo consume cocaína?” Yo me sorprendí, pero le pregunté, aunque estuviera seguro de que no. Mi amigo lo confirmó y así se lo hice saber a Luis. “Entonces, dile a tu amigo dile que esta chica no le conviene”. Ella bajó de la mano de Luis cuando descendimos al estacionamiento. “¿Quieres un raid?”, le preguntó mi novia a su amiga. “Sí, yo me bajo en el camino”, respondió. “Primero voy a la Del Valle, luego a Xochimilco. ¿Te queda?”, le pregunté. “¡Claro!”

      Al salir y tomar González Camarena, di una vuelta en U que estaba prohibida, en sentido contrario. Desconocía esas veredas y del otro lado de la calle había una patrulla. Me detuvo. Luis bajó de la camioneta diciendo, antes que nada: “Ni se bajen, y menos tú, primo”. Caminó con el oficial hacia la parte trasera del auto. Tardaron unos cinco minutos. Escuché cuando volvió a abrirse la puerta trasera. “Enciende el Waze y vámonos”, me dijo Luis subiendo. 

      Al dejar a mi primo en la Del Valle, la amiga de mi novia descendió con él. “Nos vemos el lunes”, le dijo ella a mi novia. Seguimos nuestro camino, en silencio, hasta tomar el segundo piso de Periférico. Luego mi novia encendió el estéreo y su escuchó el sonido del teléfono conectándose por Bluetooth. En Spotify, buscó “Mine”, con Gustaf. A mitad de la canción, le bajé al volumen y le dije a mi amigo: “Lo que es para ti, ni aunque te quites; lo que no, aunque te pongas”.

      

    ¿Cómo escribir un texto creativo?

     Olga de León G.

     ¡En menudo lío pretendo meterme! ¿Qué sé yo de teoría y crítica literarias? Algo. Sí, lo básico, lo aprendido en la carrera, lo leído posteriormente, lo poco que acerca de ambos renglones me interesé en conocer, a través de libros y autores especializados en esas áreas, hace muchos años; leía, para transmitir en clase a mis alumnos. No hay lectura mejor realizada que aquella que desde su inicio tiene la meta de trascender: llegar a otros y usar lo aprendido para recrear, parafrasear o simple y llanamente platicar sobre sus contenidos.

     ¿Cómo crean los grandes escritores? ¿De dónde parten, en qué se inspiran? Sus historias, ¿serán retazos de sus vidas, de quienes los rodean? Y estarán enmarcadas en tiempos y circunstancias, ¿por ellos vividos? Parece sencillo, desde tales perspectivas, escribir. Cualquiera puede contarnos uno o más sucesos que vivió en el día, ¿sí?

     No, la creación no es así. El proceso creativo es un asunto serio. Aun si lo que se crea es una broma, una sátira o una comedia. Crear es poco –o, mucho- más demandante que solo producir. Puesto que una producción se basa en patrones o modelos que se reproducen, aunque es indispensable supervisar, revisar y confirmar la calidad de lo producido… entre otros aspectos del proceso de la producción, cierto.

     Quien crea, una vez lograda la obra: texto escrito, discurso oral, fábula, cuento, obra para teatro, guion cinematográfico, el patrón se archiva en la memoria y tal vez, en años, no vuelva a crearse una obra semejante, por parecida que surja o se logre otra: No existen dos Quijotes, dos Principitos, Dos Hermanos Karamazov, dos La montaña mágica, dos Pedro Páramo, dos Luvina, dos El extranjero, dos Casa de muñecas, dos El árbol, dos Metamorfosis, dos Diles que no me maten, dos El coronel no tiene quien le escriba, dos Cien años de soledad, dos Juego de abalorios, dos El mono gramático, dos Laberinto de la soledad, dos Seis personajes en busca de autor, dos El árbol, dos Versos como los de Pizarnick… La lista puede ser infinita, habrá que poner un punto, o tres suspensivos. 

     Una anécdota, un hecho referido en la prensa, una molestia sufrida en el día a día, una injusticia que vimos cometida contra otros, o vivimos en propia carne, el rostro sucio y sonriente de un niño de la calle, una llamada al celular o teléfono fijo en casa que nos quiebra el sueño a media noche, el enjuiciamiento de quienes gustan de vestirse con la túnica del juez o birrete del Magistrado; también la empatía de quienes nos ven con buenos ojos, la alegría que nos causa o causamos a alguien, sin querer o queriéndolo…

     Todo y nada, pueden ser motivos estupendos para escribir un cuento. Pero, el cuento no puede ser el simple relato, el cuento tiene la altura propia de la obra literaria. Podemos adivinar, informarnos sobre el autor, o especular que lo que nos cuenta, por ejemplo, en: El almohadón de plumas es una historia sobre lo que le sucedió a su mujer, a su esposa. Y estaríamos aún muy lejos de la realidad, pues el lenguaje usado en esa y todas las prosas creativas no tiene nada que ver con la pequeña o trascendente realidad que inspiró a Horacio Quiroga.

     Como lo que inspiró a Rulfo en Luvina o en Diles que no me maten, estupendos cuentos, que sí trascienden y no puede separarse de sus obras: el retrato de la historia, las injusticias y las desigualdades socio económicas. No, no podían estar mejor tratadas que en los cuentos de Rulfo: supo poner el dedo en la llaga… 

     Pues sí, en menudo lío me metí, y tendré que salir, aunque la madeja sobre ¿cómo escribir un cuento?, sigue hecha un lío. Que cada cual lea, lea y lea a muchos y diversas obras literarias. Y luego, solo luego escriban, borren, tachen y enmienden la página, hasta que quede más bella que “la página en blanco”. A veces, se logra: ¡Garbanzo de a libra!



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