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La novedad de lo nuevo…

La novedad de lo nuevo…
Gide es recordado ahora como un transgresor .

Publicación:06-10-2021
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¿Hasta dónde llegan los límites de nuestros gustos estéticos? O, puesto de otra manera, ¿cuál es la frontera de nuestra subjetividad?

¿Hasta dónde llegan los límites de nuestros gustos estéticos? O, puesto de otra manera, ¿cuál es la frontera de nuestra subjetividad? ¿Hasta dónde se extiende y rige la “soberanía” del “yo”? Sospecho que las “murallas” que resguardan nuestra personalidad son estrechas y débiles, y que nos formamos con juicios prestados, gestos imitados  y opiniones ajenas. Y no me parece, por cierto, algo malo. Paul Valery, al leer el Diario de André Gide (libro al que volveré en un momento), sostenía: “El yo más verdadero no es el más importante. Y de hecho, no es el más verdadero. No hay verdad cuando se trata del yo”. En materia de gustos y preferencias cada cual posee el derecho de crear sus propios cánones. El asunto se complica cuando pretendemos imponer nuestros gustos como norma de medición general. Dos son las tendencias más comunes para ese propósito: la primera consiste en ensalzar lo antiguo (o lo clásico) como el único modelo viable para medir y valorar la belleza; la segunda, en contraste, sólo otorga importancia a lo nuevo (muchas veces por el simple hecho de serlo). Los extremos, lo sabemos, suelen tocarse: en ambas se deja de lado la condición histórica del arte y las letras, como si se ponderara una sola esencia de lo estético: ¡vanidad de vanidades! 

Sobre la primera tendencia, encuentro en las páginas iniciales del ya referido Diario, de André Gide (para mayor precisión: en la entrada del 18 de febrero de 1888), la siguiente queja: “¡Ah! Vivimos en un tiempo estúpido que oculta con ropa grosera las formas que los griegos adoraban; ya no entendemos nada de la belleza -el confort la ha matado-, todo acabó con ella -el prosaísmo ha sustituido al entusiasmo. ¡Dios! Qué tiempo más chato, con su materialismo, sin comprender nada de las artes. En cambio, aquellos griegos…” En contraparte y como muestra de la segunda tendencia, veamos estas líneas finales del célebre ensayo que José Enrique Rodó le dedicara a Rubén Darío en 1899: “Yo soy un modernista también; yo pertenezco con toda mi alma a la gran reacción que da carácter y sentido a la evolución del pensamiento en las postrimerías de este siglo…” Supongo que, a lo largo de nuestras vidas, oscilamos entre un extremo y otro. Y eso tampoco me parece mal; de hecho, en una vuelta de tuerca que no deja de tener su ironía: Gide es recordado ahora como un transgresor y perturbador de las buenas conciencias burguesas del siglo XX; y José Enrique Rodó, como un paladín de la cultura y tradición grecolatinas. Al final, no sabemos de qué lado de la historia quedaremos…

Quizá quien mejor entendió esta paradoja fue Chesterton cuando asumió su ortodoxia como una forma de herejía: “Es fácil ser un loco o un hereje. Casi siempre es fácil dejarse arrastrar por la corriente de la época; lo difícil es no perder el rumbo”.  Creo que ahí se encuentra el verdadero desafío: en mantener un equilibrio entre las diversas fuerzas que arrastran las manifestaciones culturales y literarias, y tratar de emitir un juicio propio (aunque éste no salga de nuestra boca ni se haga público). Definirse como lector implica que el veredicto final radica en uno mismo, pero éste no es determinante ni válido de manera universal o unilateral: podrá cambiar con el tiempo (incluso llegar a contradecirse). En pocas palabras, hablo de no dejarse llevar por la novedad de lo nuevo ni por el lustre de las obras consagradas. Poner en duda cada texto leído y, al hacerlo, resignificarlo. Esto no significa una forma de aislamiento ni mucho menos: la literatura y la cultura son procesos sociales que conllevan la participación y la mediación de infinidad de personas, instituciones y soportes. 

En la medida en que nos alejemos de la corriente que alimenta la opinión común, aquella que se decanta por la proclama fácil o por la sentencia de moda, tendremos la posibilidad de acercarnos a la complejidad del universo artístico. Eso no sólo nos convertirá en lectores más avispados, sino en ciudadanos dotados con mejores herramientas para interpretar el presente inmediato. 



« Víctor Barrera Enderle »