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La naturaleza y el hombre del futuro

La naturaleza y el hombre del futuro


Publicación:02-10-2022
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Me gusta imaginar que Donald Kellogg no anhelaba cariño, que no requería sentirse necesitado, que no le dolían las separaciones

La agresividad de un golpe…

Carlos A. Ponzio de León

      

      Un chimpancé caminaba por la cocina de la familia Kellogg. Entró a la sala hasta llegar a un sillón verde para dos, en donde optó por sentarse. Se quedó quieto, observando a su alrededor. Una mujer en los treinta ingresó al cuarto y el chimpancé saltó para abrazarla. Había sido adoptado para realizar un experimento. La pareja de psicólogos tuvo primero a su hijo Donald y entonces decidieron criarlo junto al chimpancé. Seis meses de edad separaban al niño del mono Gua. Ambos bebés convivían y eran sometidos por los Kellogg a pruebas de memoria, de reflejos, locomoción, fortaleza, destreza manual, solución de problemas, equilibrio, conductas ante el juego y obediencia, entre muchas otras. Hasta que súbitamente, el par de científicos puso un alto a su ensayo y devolvió el chimpancé al parque de primates de donde había sido extraído, para su rehabilitación animal.

      Los resultados fueron publicados en una revista académica. El ambiente en el que había crecido le permitió a Gua superar al pequeño humano en muchas de las pruebas, pero los resultados pronto mostraron algo evidente: una barrera cognitiva para el animal. No importaba qué tanto entrenamiento recibía, Gua, genéticamente, era un chimpancé y su desarrollo estaba limitado. Gua por aquí, Gua por allá. Gua que iba y se sentaba a la mesa para comer con su hermano Donald. Gua que tomaba de la mano a su hermano Donald. Gua corriendo para abrazar a su madre, la señora Kellogg. Gua junto a su padre, aprendiendo a convertirse en un chimpancé fuerte, frente a cualquier circunstancia. Gua, honestamente, un chimpancé inteligente. Gua, de vez en vez, era golpeado en la cabeza con una cuchara, molestado físicamente por los padres, como requerían los experimentos. Donald también.

      El pequeño Donald comenzó a caminar como su hermano Gua, en cuatro patas, a entorpecer su habla y a emitir los sonidos del chimpancé. Se volvió agresivo, mordiendo y golpeando. Los Kellogg detuvieron su investigación y regresaron a Gua a su parque de origen. El bebé chimpancé, lejos del hogar y en la barbarie de un abandono, murió al año.

      Me gusta imaginar que Donald no resintió la separación del chimpancé, que no desarrolló un apego enfermizo en sus relaciones, que su agresividad desapareció y que:

      En el bachillerato conoció a su primer amor. Bailaron en la graduación y ahí se prometieron amor incondicional. A los veintidós años, Donald combatió en la Guerra de Corea, siendo uno de los soldados norteamericanos que caminaron para luchar en Ichon y regresaron vivos a casa. 

      A los veinticinco contrajo matrimonio en una parroquia de la Iglesia Anglicana, y al año siguiente tuvo a su primer hijo: un varón que llegaría a ser juez de la Suprema Corte. Dos hijos más vendrían al mundo. Donald construyó un imperio en Indiana de venta de autos Ford. A los sesenta y cinco años se retiró del negocio, dejándolo a cargo de su hijo menor. La fortuna le sonrió a Donald con doce nietos con los que renació emocionalmente y volvió a sentirse padre. 

      Donald fue un hombre simple, siempre dispuesto a disfrutar del olor del pasto en su jardín al anochecer, a quien la naturaleza retaba cuando escuchaba el canto de los pájaros, porque él intentaba descifrar qué decía el trinar de las aves, que era como el arrullo de una cascada que se mueve libre por el mundo. Y cuando el rocío del amanecer entraba por la ventana, a Donald le gustaba volver a acomodar su cuerpo junto al de su mujer para dormir media hora más. Sentía su propio despertar como un sol generoso que con las llamas calienta el invierno. 

      Me gusta imaginar también, que un domingo de otoño, en Día de Acción de Gracias, Donald cenó con su familia reunida y luego del postre de patatas dulces, él y sus hijos tomaron un poco de coñac al calor de la chimenea, con los nietos sentados en el piso de madera. Al fondo, la voz de Frank Sinatra proveniente de una consola canturreaba fantasías que todo hombre desea vivir.

      Me gusta imaginar que Donald Kellogg no anhelaba cariño, que no requería sentirse necesitado, que no le dolían las separaciones, ni le dolía el no sobresalir más allá de su pueblo en Indiana.

      Pero todo eso es falso, porque un día, a los cuarenta y tres años de edad, resintiendo su soledad y poco después del fallecimiento de sus padres, entró a un cuarto de hotel y se pegó un tiro en la cabeza. Ese es el verdadero Donald Kellogg, y solo ha quedado en nuestra memoria el hecho de que un día, convivió con un chimpancé como hermano. 

 Hoy quiero preguntar retóricamente…

Olga de León G.

    

    Preámbulo

    “A mi hija y su bebita preciosa”

      A falta de tiempo… Y tiempo.

      A falta de versos y poetas.

      A falta de prosa creativa y soñadora.

      A falta de sueño, y de sueños.

      Iré pintando cuadros mágicos

      de azules diversos, cielos inalcanzables,

      naves como algodones espaciales,

      que viajan más allá del horizonte. 

      Y lejos, muy, muy lejos,

      donde solo habitan seres increíbles:

      personajes oníricos, hadas y ángeles,

      todos están de fiesta, ¡por Alexia! 

      Ayer, acariciado sueño. 

      Hoy, ¡un regalo del cielo!

Brindo, con la copa plena de amor, 

por nuestra bella hija y la adorable nieta.

Dando voz a padres amorosos que nunca dejan (amos) de serlo, me pregunto, sin esperar respuesta… 

      ¿Por qué tantas cosas nos atemorizan? Nos da miedo pensar en la muerte, ¿por qué?, si morir es parte de la vida. Se muere el niño y aparece el púber, luego llega el adolescente, y apenas aprendemos a entenderlo, cuando ya es un joven que dejará la juventud por el compromiso de volverse adulto… Poco a poco se van muriendo unos y nacen otros, es la ley de la vida. ¡Lo sé! Y, sin embargo, también me asusta.

      A partir de entonces, de la edad adulta, los años corren con el viento sacudiéndose el oro de los sueños y la plata de las lunas de la ilusión, como si soñar e imaginar estorbase, para vivir a plenitud. El tiempo mostrará el error en que caemos. Mas será tarde, quizás demasiado, para enmendar la ruta y las decisiones tomadas. O, con mucha suerte, tendremos una nueva oportunidad por lo que nos quede de vida.

      Pienso que somos los animales racionales más irracionales y egoístas del planeta Tierra. Creemos que todo nos lo merecemos solo nosotros y los demás deberían darse cuenta de ello y entendernos. ¡Hágame usted el favor!

      ¿A qué se deberá que algunas personas son (o somos) tan complicados para las relaciones familiares, incluso en ciertos casos también para las sociales? A tal grado, que un chimpancé podría ser más natural y empático no solo con sus semejantes, sino también con los humanos, según he leído… ¿Será así, o es mera ilusión y fantasía? ¡Acépteseme la absurda comparación!

      Por qué hay hermanos que cuando se ven, nunca llegan a ningún acuerdo. Por qué discuten; por qué siempre están enojados o molestos. ¿Será que se les olvida que vienen de los mismos padres? Pobres padres, cuánto sufren o sufrieron por verlos así, disgustados. Lo sé ahora que hace muchos años, soy madre, tengo hijos y ellos son hermanos.

      ¿Por qué algunas personas no saben perdonar a quien los ofende alguna vez, y quizás sin intención de hacerlo; como tampoco, esos mismos, piden jamás una disculpa por haber ofendido o faltado al respeto a la independencia y libertad del otro? Y aquí si no me incluyo, pues me reconozco siempre que lo soy, responsable, y me disculpo verdaderamente por la falta cometida.

      Quién más sabio será, el que se humilla, sin ser necesario que lo haga, o quien ofrece disculpa por algún agravio que no él ni ella cometió, sino otro. Existen seres maravillosos que sin que sean ángeles ni santos, se les parecen tanto a unos y otros. 

      Con frecuencia, sueño que habrá o llegará el día en que todo será fabuloso y fantástico, pues ese día, seremos hermanos amorosos y empáticos, todos. Que las guerras desaparecerán, las armas no existirán ni habrá barreras o límites para ir de un lado al otro. Que nadie nunca más dirá: esto es mío, en referencia a los bienes materiales… No tendría necesidad, todos lo sabrían y lo respetarían.

      ¿Por qué no podemos vivir libres y en paz? ¿Por qué nos domina el poder y no el amor? ¿Por qué los hombres tienen que ser dominantes o dominados? ¿Por qué no inventamos un mundo mejor, un mundo de ensueño que salga de la imaginación y la creatividad de los grandes próceres de un mundo sin guerras ni fronteras?

      Tantas más preguntas retóricas se me van quedando en el tintero. Quizás otro día, otra ocasión, iré sacando mis dudas que no son dudas, sino afirmaciones y características de una personalidad que sigue fraguándose, como que sigue creciendo y soñando. ¡Eso creo, y espero así suceda!, aunque fuere un día como hoy, u otro cualquiera; en esta u otra dimensión: ¡Que la realidad supere al sueño!

      

      

      



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