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La misión encomendada por Cristo

La misión encomendada por Cristo


Publicación:10-07-2021
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"Instituyó Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios"

Después que el evangelista San Marcos narra los primeros milagros obrados por Jesús, anota el resultado que era de esperar: "Una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él" (Mc 3,8). De entre éstos Jesús eligió a algunos y los llamó: "Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él" (Mc 3,13). Se trata de una elección y una vocación. El Evangelio precisa el número de los llamados e indica la finalidad de esta llamada: "Instituyó Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios" (Mc 3,14-15).

En los capítulos sucesivos vemos que se cumple esa primera finalidad: "estar con él". Es cierto que Jesús aparece rodeado por una multitud que escucha su palabra; pero cuando él termina su enseñanza esa multitud vuelve a sus casas. Los Doce, en cambio, permanecen con él. Y nadie puede entrar en este grupo por propia iniciativa; la iniciativa la tiene exclusivamente Jesús. Él llama al que quiere él. El endemoniado de Gerasa a quien Jesús liberó y dejó en su sano juicio "le pedía estar con él" (Mc 5,18), quería ser del número de los que están siempre con él; "pero no se lo concedió" (Mc 5,19).

"Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos". En este momento comienza a realizarse la segunda finalidad de la llamada: "enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios". Por medio de las dos palabras claves: "llamar (vocare)" y "los Doce" el evangelista pone este momento en continuidad con el relato de la vocación.

¿Quiénes son los "espíritus inmundos"? Ciertamente no se trata de inmundicia física, porque un espíritu no tiene un cuerpo que pueda ensuciarse. Tampoco tiene que ver directamente con la impureza sexual, por el mismo motivo, y porque los espíritus no tienen sexo. Lo "inmundo" en la Escritura designa a aquello que por alguna razón está inhabilitado para estar en la presencia de Dios. El que tocaba un cadáver, aunque el cadáver estuviera absolutamente limpio, no podía participar en el culto; por este motivo se dice que está inmundo. Los leprosos no podían ni siquiera acercarse a la gente, y menos aun al culto, y quien los tocara quedaba en esa misma imposibilidad; por eso ellos tenían que ir gritando: "Inmundo, inmundo". Entre todo lo que existe no hay nada más opuesto a Dios que los demonios; se puede decir que ellos están afectados de inmundicia en el grado máximo y de modo irreversible. Debemos concluir que “espíritus inmundos” es otro nombre para decir “demonios”. De hecho, resumiendo la misión realizada por los apóstoles, el Evangelio dice: "expulsaban a muchos demonios".

Jesús los manda con una serie de instrucciones: "Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón; ni pan ni alforja ni dinero en la faja... calzados con sandalias...". Lo único que se permite es el bastón y las sandalias. Esto recuerda el atuendo con que había que comer el cordero pascual: "Lo comeréis así: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies y el bastón en vuestra mano..." (Ex 12,11). Es la actitud del que tiene que ponerse en camino de prisa, recordando que así tuvieron que comer los israelitas la primera Pascua en la noche en que escaparon de Egipto. La misión a la cual Jesús manda a los Doce reviste la misma urgencia.

No se puede llevar nada más: ni pan ni alforja ni dinero. San Mateo, refiriendo este mismo episodio, insiste: "No os procuréis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas..." (Mt 10,9). Quiere recalcar que esta misión no es como las empresas de este mundo, para las cuales esos recursos son necesarios. Esta misión es de otro orden. Para esta misión los apóstoles van provistos de un recurso celestial: el poder que Jesús les da. Ellos estaban conscientes de esta diferencia, como se observa en los Hechos de los Apóstoles. Cuando Pedro y Juan encuentran a la entrada del Templo a un paralítico que les pide limosna, es decir, precisamente aquello que ellos no podían llevar, Pedro le responde: "No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar" (Hech 3,6). Cuando abundan el oro y la plata, entonces al poder de Dios queda bloqueado y la misión encomendada por Cristo pierde su carácter y su eficacia. Esta es una constante en la historia de la Iglesia, de manera que adquiere rango de ley general. El mandato de Cristo no puede violarse sin graves consecuencias.

En seguida Jesús se refiere a la acogida que pueden tener los enviados. En el caso favorable la recomendación es breve: "Cuando entréis en una casa quedaos en ella hasta marchar de allí". Es más desarrollada en el caso desfavorable: "Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies en testimonio contra ellos". No se indican aquí las consecuencias de ese testimonio; pero en la versión de Mateo Jesús advierte: "Yo os aseguro que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad" (Mt 10,15). Todos sabemos que el castigo de Sodoma y Gomorra fue proverbial.

Jesús les advierte que serán rechazados, porque esto es lo que sufrió él mismo y "el siervo no es más que su Señor" (Jn 15,20). En el episodio anterior el Evangelio de Marcos había relatado el rechazo que Jesús sufrió, no en cualquier pueblo, sino en su propio pueblo: Nazaret. En realidad, el resumen de toda su vida se puede expresar en estas palabras del Prólogo de San Juan: "Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Esto es lo general. Pero agrega una excepción: "A cuantos lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1,12). No tenemos otro modo de recibirlo a él hoy que recibiendo a sus enviados: "El que a vosotros recibe a mí me recibe" (Mt 10,40). Y la recompensa es la misma: hacerse hijos de Dios.



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