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La lectura en México

La lectura en México
El problema, por lo tanto, se mantiene prácticamente intacto

Publicación:24-02-2020
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El librero, poeta y editor mexicano nos comparte su visión acerca del fomento a la lectura en nuestro país

México.— Durante mucho tiempo se ha hablado del problema de la precariedad de lectura en nuestro país, no obstante hasta la fecha no existe un análisis formal que ahonde seriamente en este asunto y que además ofrezca soluciones plausibles. Lo que ha prevalecido en este asunto es un voluntarismo protagónico, una autorreferencialidad de carnaval escenográfico y hasta un altruismo burocrático y monolítico.

      El problema, por lo tanto, se mantiene prácticamente intacto. O sea que la falta de un estudio riguroso, poliédrico y revelador, y de acciones sistematizadas y evaluaciones pertinentes, se ha disfrazado con un ánimo festivo y redentor; con alaracas de feria insustancial.

      En realidad no se realiza una prospectiva sería, profusa, que busque llegar a la úlcera medular del asunto, porque muy pronto, e incluso a simple vista, se identificaría que el origen del problema se encuentra entronizado en el ámbito de las aulas escolares.

      Aunque por otra parte, y de manera paradójica, es importante apuntar desde un principio del análisis la consideración verificable de que en México, después de todo, sí se lee, porque si no se leyera, simplemente no existirían librerías, ni la amplia gama de periódicos, ni bibliotecas y además el comercio en la acera pública de ediciones apócrifas no sería redituable.

      El origen del libro tal y como ahora le conocemos ya elaborado en serie se remonta hacia la época de la imprenta de Gütemberg alrededor del año de 1440. Este invento favoreció el brote del protestantismo en Alemania, porque Lutero pudo en 1517 imprimir en lengua vernácula sus tesis, en donde sostuvo la idea sediciosa de que cada quien interpretara las Sagradas Escrituras según sus propias luces; ese es el origen del liberalismo moderno. Al apartarse de la autoridad canónica de Roma, el protestantismo consideró como su máxima autoridad directamente a la Biblia.

      El liberalismo —que es hijo del protestantismo— secularizó este imperativo atribuyendo una consideración redentora al libro. Alonso Quijano en su lectura individual, al orientarse con sus propias luces, se extravió al tomar al pie de la letra las alegorías de las novelas de caballería. La apoteosis del libro se produce en el siglo de la luces con la llamada Ilustración enciclopédica y la revolución francesa, la edad de la Razón, con el paradigmático Voltaire.

      Eludiendo la estrecha inspección de la Inquisición, algunos clérigos decimonónicos en México agitaron su pensamiento leyendo las ideas prohibidas de los enciclopedistas. En el XIX se bifurcó el liberalismo, por un lado surge la cabeza ideológica del comunismo materialista y por el otro flanco el capitalismo sin escrúpulos. En la segunda década del siglo XX, José Vasconcelos trató de redimir al pueblo con la edición y distribución masiva de libros clásicos. Andrés Iduarte hacia 1962 prodigó de epítetos superlativos los libros gratuitos de la SEP.

     

Lectores, la solución

Ahora con el internet realmente ha empezado el proceso crepuscular de la galaxia de Gütemberg.

      Ahora bien, la lectura es un ejercicio anterior al libro impreso. La letra impresa del siglo XV es muy posterior a la palabra oral. Es decir que la palabra de viva voz ha sobrevivido a todas las mudanzas de la palabra dibujada o impresa, desde las tablillas de arcilla de los sumerios en los orígenes de la civilización, hasta la era vanguardista de los dispositivos digitales. Los más antiguos profetas sabían que el origen de las palabras procede de Dios, en tanto que los modernos eruditos de la lingüística se abisman en la duda y no consiguen ponerse de acuerdo al respecto. Tampoco se trata de jubilar simplemente las espesas dudas de la vanguardia, y reemplazarlas con las certezas indubitables y radiantes de la más remota tradición. Pero de algo sirve considerarlas.

      El liberalismo institucional en su recalcitrante renuncia de las luces clarividentes de la tradición, terminó por idolatrar el recipiente de los textos, es decir: el libro como objeto.

      No descartamos —en el análisis de esta vicisitud— la posibilidad de que la negligente postergación de atender con eficacia concreta los problemas de lectura sea redituable para algunos poderes fácticos enquistados en el Sistema. Las precariedades y la anorexia de lectura crea una especie de sonambulismo en la población, lo cual es visto con avidez por los industriales de la demagogia.

      De cualquier forma, el pueblo se defiende de la manera que puede. Consideremos que a un mexicano le sale mucho más caro leer que a un francés, o a un "gringo". A un mexicano le cuesta más trabajo ganarse los pesos y, luego por las horas dedicadas al trabajo, se reduce terriblemente su tiempo de lectura. Ante esta adversidad hay personas que desarrollan una sorprendente intuición, y la limitante de comprar libros providencialmente, los pone a salvo de la ediciones oficiales que apuntan a un soterrado adoctrinamiento o bien los libra de las bochornosas chabacanerías y dislates de la superación personal.

      Como se aprecia con claridad, el problema de la lectura no es nada sencillo, y más bien ostenta una complejidad muy interesante, después de todo. Lo que sí es un hecho incontrovertible es que la solución no radica solamente en las estructuras institucionales, sino que va a derivarse estrictamente de los propios lectores.




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