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Jesús, que está aquí

Jesús, que está aquí


Publicación:21-08-2022
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Uno de nuestros santos de más reciente canonización es San Carlos de Foucauld. La suya es una de las grandes historias de conversión del siglo XX

Uno de nuestros santos de más reciente canonización es San Carlos de Foucauld. La suya es una de las grandes historias de conversión del siglo XX; una conversión como la del hijo pródigo.

El punto decisivo de su vida fue ir a Nazaret y vivir ahí como ermitaño, en oración, imitando la “vida oculta” de Jesús.

En una de sus cartas, él escribió: “Estoy con María y José, en la casa de Nazaret, como un hermano menor sentado frente a mi hermano mayor Jesús, que está aquí, de día y de noche, en la Sagrada Hostia”.

Me encanta ese pasaje. Hay una intimidad tan hermosa, un espíritu de amistad tan maravilloso en esas palabras…

El punto esencial es éste: Jesús quiere tener esa misma relación personal, tan hermosa e íntima, con todos y cada uno de nosotros en la sagrada Eucaristía.

Desde el principio, Dios ha querido estar en comunión con los hombres y mujeres que él ha creado.

Él habló con Adán y Eva en el jardín del Edén, en medio del frescor de la tarde. Le habló a Moisés desde la zarza ardiente, y condujo a su pueblo en su salida de Egipto, avanzando delante de ellos bajo la forma de una columna de fuego. Les habló a los profetas y habló también a través de ellos. Y, finalmente nos ha hablado a nosotros, en su palabra hecha carne.

Ustedes y yo formamos parte de este grandioso misterio, de esta hermosa historia de salvación. La Carta a los Hebreos nos dice: “Rodeados, como estamos, por la multitud de antepasados nuestros…”.

Esto es cierto. Si pudiéramos levantar el velo, nos daríamos cuenta de que estamos en compañía de los ángeles y los santos, que están en todas partes y en torno nuestro; si tuviéramos disposición, escucharíamos los cánticos celestiales.

Lo cierto es que, al ir recorriendo los senderos de nuestra vida cotidiana ordinaria, vamos avanzando en la presencia del Dios vivo y en presencia de esta gran multitud de testigos.

La Eucaristía nos abre los ojos para ver esta realidad, nos da una perspectiva católica del mundo.

¡En cada Misa el cielo y la tierra se encuentran sobre el altar! El cielo se abre y la tierra se eleva, cuando le ofrecemos los dones de la creación a nuestro Creador.

En ese momento, en cada Misa, ustedes y yo estamos también ofreciendo nuestros propios corazones, nuestras propias vidas. Estamos orando con los ángeles, cantando con ellos el cántico que ellos entonan: “¡Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los ejércitos!”

Éste es el milagro habitual que vivimos en cada Misa. Nuestro Creador viene a nuestro encuentro, viene a alimentarnos con el pan de la vida, a darnos el sustento para nuestra peregrinación a lo largo de este mundo.

Deberíamos estar viviendo cada día con un asombro eucarístico.

Al darnos la Eucaristía, Jesús nos da una visión para ver el mundo y para percibir nuestro lugar en él. Y en ella nos da también una misión para nuestra vida.

Cada celebración de la Eucaristía termina con un envío: ¡Vayan en paz, la Misa ha terminado! ¡Vayan y anuncien el Evangelio! ¡Vayan a glorificar a Dios con su vida!

Lo que empieza dentro de los muros de la iglesia debe continuar fuera de esos muros. Estamos llamados a compartir con nuestro prójimo ese don que recibimos en la sagrada mesa.

Jesús prometió que estaría verdaderamente presente en el pan y el vino de la Eucaristía. Pero también prometió que estaría presente en la carne y en la sangre de nuestro prójimo, especialmente en la de los pobres y de los que sufren. “Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”, nos dijo él.

La perspectiva que Jesús nos da por medio de la Eucaristía nos llama a servir a nuestro prójimo como lo serviríamos a él.

Jesús solía decirles a sus discípulos: “¡Vengan a ver!” Hagámosle esa misma invitación a la gente:

¡Vengan nuevamente y vean el milagro de la Misa! ¡Vengan de nuevo, y vean cuánto los ama Jesús!

Jesús está aquí y ahora, con nosotros, tan verdaderamente presente como cuando caminaba con sus apóstoles en Galilea.

Entreguémosle nuestra vida así como él entregó la suya por nosotros. ¡Y permitámosle cambiar nuestros corazones y hacer de nosotros una nueva creación por el fuego de su amor así como él cambia el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre!

Que santa María, en cuyo seno se encarnó Nuestro Señor, despierte en todos nosotros un renovado asombro ante el misterio de su amor en la sagrada Eucaristía. VN



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