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Jesús nació en una familia

Publicación:26-12-2020
TEMA: #Religión
Cada niño en el seno de la familia está destinado a cumplir una misión que Dios le encomienda en el momento de crearlo
El domingo que cae entre Navidad y Año Nuevo la Iglesia celebra la solemnidad de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. El Hijo eterno de Dios, según el designio de amor de su Padre, tenía que hacerse hombre para asumir todo lo humano y salvar al hombre. Pudo hacerlo apareciendo como un adulto, como lo presenta el Evangelio de Marcos: “Por aquellos días vino Jesús de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Mc 1,9). Pero esta presentación pronto fue necesario completarla con otros aspectos de su misterio. El más importante de esos aspectos es el hecho de que el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo y nació de ella como miembro de una familia. Cuando Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María ella no era una mujer sola, sino una mujer casada con José. Jesús nació entonces en una familia. Si esta circunstancia no hubiera sido decisiva para nuestra salvación el Evangelio de Lucas y el de Mateo no la habrían destacado. El Hijo de Dios no sólo asumió y redimió a todo ser humano, sino también la institución necesaria para el desarrollo armónico de todo ser humano: la familia.
Jesús es la Palabra de Dios hecha carne. En él Dios nos dice todo lo que nos quiere decir: mirando y escuchando a Jesús recibimos la comunicación de Dios. Lo que Dios nos quiere decir sobre la familia lo asimilamos observando la vida familiar de Jesús y escuchando lo que Jesús dice acerca de la familia.
El Evangelio de hoy nos relata el momento en que el Niño Jesús es presentado por sus padres a Dios en el templo de Jerusalén: “Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor”. Toda la familia emprende este largo viaje desde Nazaret a Jerusalén –aprox. 100 km-, con el fin de cumplir la ley del Señor. Podemos imaginar las relaciones de amor que existen entre ellos. Allí cada uno busca no su propio interés, sino el interés de los demás. Entre ellos tres existe una verdadera comunidad de vida y amor. Es imposible imaginar que uno de ellos pudiera ser infiel al otro o que hiciera prevalecer su propia satisfacción. A través de este espectáculo de amor, en el que la Palabra de Dios es actor principal, Dios nos revela su proyecto sobre la familia: comunidad de vida y de amor en la que cada uno busca el bien del otro con olvido de sí mismo. Esta es norma de conducta de todo cristiano: “Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás” (1 Cor 10,24). ¡Con cuánta mayor razón se observaba en la Sagrada Familia!
Pero Jesús reveló la voluntad de Dios sobre la familia también con su palabra. Lo hizo dandole un fundamento firme y estable. Ningún hombre de buena voluntad que lea el Evangelio puede negar que Jesús quiso volver el matri-monio al proyecto original de Dios, es decir, a la forma como Dios lo estableció al principio. Cuando le preguntan en qué circunstancias puede el hombre divorciarse de su legítima esposa, Jesús responde: “¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y mujer, y que dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne’? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19,4-7). El fundamento de la familia es la unión de un hombre y una mujer que “ya no son dos, sino una sola cosa”. Todos los discursos en favor de la familia son vanos, si al mismo tiempo se debilita este fundamento.
Cualquier persona bien informada reconoce que en nuestro tiempo la familia, que ha sido la base de la sociedad humana desde sus inicios, está amenazada. En muchos países del mundo la familia ha dejado de ser una institución estable y ha quedado entregada a las fluctuaciones humanas. El Santo Padre, en su reciente carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, dice: “Un ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad... Fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual” (N. 6). El Papa invita a rezar el Rosario por la familia, porque está convencido de que no serán los esfuerzos políticos ni ideológicos ni de otra índole humana los que la salven, sino sólo una intervención de lo Alto que ilumine las mentes.
El Evangelio de hoy relata el misterioso encuentro de esta pareja de esposos jóvenes que llevan su hijo al templo con el anciano Simeón y con la profetisa Ana. El primero llama al Niño “Salvación de Dios... luz para iluminar a las naciones y gloria de Israel”; y la segunda “alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”. Nadie podría sospechar que este Niño pequeño con el tiempo llegaría a ser eso. Por eso “su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él”.
Cada niño en el seno de la familia está destinado a cumplir una misión que Dios le encomienda en el momento de crearlo. A través de las múltiples circunstancias de la vida irá alcanzando su destino. Si los padres pudieran ver lo que sus hijos llegarán a ser “quedarían admirados”. De todas las circunstancias, la familia es la más decisiva para que cada uno alcance su plenitud y pueda realizar su propia misión en esta tierra. Por eso es importante que se conserve en la forma que Dios la proyectó y creó. Destruirla es destruir la sociedad.
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