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Jesús dio un gemido

Jesús dio un gemido


Publicación:04-09-2021
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Jesús sana al enfermo cargando con su enfermedad. Así se explica el gemido de Jesús

El Evangelio de este domingo se abre con la descripción del itinerario seguido por Jesús en el único viaje que hace fuera de los confines de Israel durante su vida pública. Entrado nuevamente en Galilea, “le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él”.

El hecho está presentado de la manera más escueta posible: los actores que le presentan al sordo y le ruegan por él están indeterminados; el enfermo es completamente pasivo y anónimo; le ruegan a Jesús que le imponga la mano sin indicar para qué. Se entiende que están pidiendo a Jesús que abra los oídos del sordo y le suelte la lengua. Un poco antes el Evangelio de Marcos nos dice que Jesús “curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios” (Mc 1,34) y que en su propio pueblo de Nazaret "curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos" (Mc 6,5). Pero en este caso, a pesar del ruego, Jesús no le impone la mano, sino que hace otros gestos y palabras más elaborados. Nos preguntamos: ¿qué sentido tienen?

“Apartándolo de la gente, a solas, Jesús le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: ‘Effatá’, que quiere decir: ‘¡Ábrete!’”. Entre todos estos gestos, tal vez, el más desconcertante es el gemido que Jesús emite. Con los gestos de meter sus dedos en los oídos del sordo y tocarle la lengua con su saliva Jesús expresa su identificación con él en esos males que padece. El evangelista San Mateo lo entiende bien cuando observa: “Para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: ‘El tomó sobre sí nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades’” (Mt 8,17). Jesús sana al enfermo cargando con su enfermedad. Así se explica el gemido de Jesús. Una vez que ha tomado sobre sí las dolencias del sordomudo ya puede liberarlo de ellas diciéndole: ¡Abrete! “Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente”.

Ese gemido de Jesús es un anticipo de aquel gran grito que él emitió en la cruz antes de morir: “Lanzando un fuerte grito, expiró” (Mc 15,37). En este caso Jesús tomó sobre sí el mayor de todos los males que aquejan al ser humano: la muerte. Sabemos que la muerte, las enfermedades, la violencia, el egoísmo y todos los males que el hombre sufre son consecuencia del pecado. Sufriendo en sí mismo las consecuencias del pecado, Jesús nos libera del pecado y de todas sus secuelas de muerte y destrucción. Esto es lo que expresa San Pablo cuando en forma muy sintética dice: “A quien no conoció pecado, (Dios) lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2Cor 5,21).

Hoy día sufren las consecuencias del pecado los enfermos, los ancianos, los indigentes, los niños sin hogar, los abortados como víctimas inocentes del placer egoísta. Por eso con todos ellos se identifica Jesús: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40.45).



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