banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Imitar a Cristo

Imitar a Cristo
Toda nuestra preocupación debe ser contemplar a Jesús y reproducir en nosotros su condición de Hijo de Dios.

Publicación:01-08-2020
++--

El Evangelio de hoy nos narra el conocido episodio de la multiplicación de cinco panes y dos peces con los cuales Jesús alimentó en el desierto a una multitud

Después del discurso parabólico, que nos acompañó durante tres domingos, en el Evangelio de Mateo sigue una sección narrativa que comienza en Mt 13,53: "Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí". El Evangelio de hoy nos narra el conocido episodio de la multiplicación de cinco panes y dos peces con los cuales Jesús alimentó en el desierto a una multitud.

Los discursos del Evangelio de Mateo se clasifican como material didáctico, pues transmiten principalmente palabras de Jesús. Pero no menos didáctico es el material narrativo, donde se nos muestra la actuación de Jesús. En efecto, Jesús, el Hijo de Dios encarnado, es la realización de la naturaleza humana en su máxima perfección. Toda la perfección del ser humano consiste en imitarlo a él. Por eso el gran apóstol San Pablo, después de instruir a los recién convertidos, les da esta norma: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo" (1Cor 11,1). Observemos entonces la conducta de Jesús en este episodio.

Jesús se retira en la barca con sus apóstoles a un lugar desierto con la intención de estar solo con ellos. Pero no lo consigue, porque la gente concurre a pie desde los pueblos, de manera que al desembarcar "vio una gran multitud". Su objetivo fue frustrado por el entusiasmo de la gente que ha oído que él cura a los enfermos. ¿Cómo reacciona Jesús? Observamos que él no cede a ningún movimiento de impaciencia. Esto nos revela algo mucho más profundo de la Persona de Jesús: él no busca su propio interés, sino el interés de los demás. Por eso, "al ver a la multitud tuvo compasión de ellos y curó a sus enfermos". El único impulso que Jesús tiene es ponerse en la situación del otro -esto es la compasión- y socorrerlos. San Pablo demuestra haber meditado profundamente la vida de Cristo cuando escribe a sus destinatarios: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo... Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás" (Fil 2,5; 1Cor 10,24).

La multitud permanece con Jesús todo el día. Al atardecer los apóstoles dicen a Jesús: "Estamos en lugar desierto y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer". Los apóstoles piensan que cada uno debe velar por su propio interés: ir a las aldeas y comprarse de comer. Jesús les enseña que cada uno debe procurar el bien del otro, que ellos deben dar de comer a la gente: "Dadles vosotros de comer". Esta debió haber sido la preocupación de los discípulos. Esta es la preocupación de Jesús: mandó que la gente se acomodara en el pasto y partiendo los cinco panes y los dos peces lo dio a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. Se saciaron todos.

Finalmente observemos la oración de Jesús: "Alzando los ojos al cielo, pronunció la bendición...". Alzar los ojos al cielo es su modo de comunicarse con su Padre. Es lo que hace cuando resucita a Lázaro: "Jesús alzó los ojos a lo alto y dijo: 'Padre, te doy gracias por haberme escuchado'" (Jn 11,41). Es el gesto con que comienza su oración final: "Alzando los ojos al cielo, dijo: 'Padre, ha llegado la hora'" (Jn 17,1). Con esta misma confianza filial debemos orar también nosotros. Toda nuestra preocupación debe ser contemplar a Jesús y reproducir en nosotros su condición de Hijo de Dios.



« Redacción »