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He venido para que tengan vida

He venido para que tengan vida


Publicación:30-01-2021
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Los presentes, incluidos los primeros apóstoles, ignoran quién es Jesús

La primera actividad pública de Jesús consiste en enseñar. Tiene lugar un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm, que era la más importante de la región de Galilea en ese tiempo: “Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado, entrando en la sinagoga, enseñaba”. El primer verbo está en plural: “Llegan”, porque se refiere a Jesús con sus cuatro primeros discípulos: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Pero cuando se trata de enseñar, el verbo es singular, pues sólo Jesús enseña: “Enseñaba”.

El Evangelio no nos dice el contenido de esa enseñanza, aunque conocemos el resumen de ella: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Cada uno de estos conceptos tuvo que ser desarrollado largamente por Jesús. Cuando Jesús afirma: “El Reino de Dios está cerca”, eso quiere decir que él mismo ya está en el mundo, que él, sin abandonar el seno de su Padre, se ha hecho uno de nosotros. Si con la creación Dios comenzó algo nuevo, aquí hay una novedad mucho mayor. Es lo que observan los presentes cuando lo oyen hablar: “Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!’”.

Los presentes, incluidos los primeros apóstoles, ignoran quién es Jesús. Por eso, se preguntan: “¿Qué es esto?”. Pero hay en la sinagoga alguien que sabe quién es Jesús y que precisamente se pone a gritar en medio de la concurrencia: “Sé quién eres tú: el Santo de Dios”. Si este fuera un hombre normal, no podría saber eso, sino por especial revelación divina, como lo declara Jesús cuando Pedro hace la misma afirmación: “No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17). Pero en este caso, el Evangelio describe a aquel hombre así: “Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar”. El que sabe quién es Jesús es ese espíritu inmundo y él se expresa a través de aquel hombre.

El espíritu inmundo tiene desde el principio el proyecto diabólico de introducir la muerte en el mundo, como lo afirma el libro de la Sabiduría refiriéndose al pecado de Adán y Eva: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero, por envidia del diablo, entró la muerte entró en el mundo” (Sap 2,23-24). Ese mismo espíritu comprende que allí, en esa sinagoga de Cafarnaúm, está el que declara haber venido para librar al hombre del dominio de la muerte: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Por eso expresa su total oposición: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret?”. De paso, nos informa que esos espíritus son muchos: “Nosotros”. Ellos no tienen nada que ver con Jesús, como no tiene nada que ver la muerte con la vida. Pero, estando Jesús al mundo, el triunfo es de la vida. Ellos presienten que su dominio ha tocado a su fin: “¿Has venido a destruirnos?”.

La respuesta a esa pregunta está dada por la intervención de Jesús: “Jesús, entonces, le conminó diciendo: ‘Cállate y sal de él’. Y agitándolo violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él”. Esto que ocurrió en la sinagoga de Cafarnaúm con ese hombre –fue liberado del diablo- es lo que ocurre con toda la humanidad: “Sabemos que... el mundo entero yace en poder del Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido... Este es el Dios verdadero y la Vida eterna” (1Jn 5,19•20).



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