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Hamlet en Kyiv

Hamlet en Kyiv


Publicación:17-04-2022
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. “Palabras, palabras, palabras…”. Oídas en reuniones, cumbres y declaraciones, leídas en informes, directivas y comunicados

“Palabras, palabras, palabras”, responde el príncipe de Dinamarca cuando le preguntan qué está leyendo. Parece que Shakespeare les hizo un valioso regalo a los detractores, competidores y enemigos de la Unión Europea, tanto de fuera como de dentro. Sienten que el bardo­ inglés creó para ellos la fórmula literaria que encarna la duda paralizante de Occidente. “Palabras, palabras, palabras…”. Oídas en reuniones, cumbres y declaraciones, leídas en informes, directivas y comunicados.

En las democracias, los autoritarismos ven lo mismo que en Hamlet: debilidad, ensimismamiento, indeterminación. Por eso desde Moscú se veía factible un paseo de tanques triunfal hasta Kyiv, como un remake de la primavera de Praga. Las orugas de los carros armados avanzarían por la alfombra de “palabras, palabras, palabras”, amparadas en la permisividad que hasta ahora se han encontrado en otros escenarios donde también se ha vertido sangre. Y no será porque las alarmas, a veces de manual, no se hubieran encendido antes y no precisamente ayer.

El simulacro ruso de democracia se convirtió en un ejemplo del que otros tomaban nota, mientras hoy tratan de distanciarse con el silencio, la ambigüedad o el esperpento, como Matteo Salvini, al que llamaron buffone a la cara en la frontera polaca junto a Ucrania. Hemos presen­ciado a distancia cómo se reescribe el pasado, se asfixia la oposición política, se controla la libertad de expresión, se señalan a oenegés como agentes extranjeros, se destruye la prensa independiente, se modifica la Constitución para adaptarla a una presidencia casi vitalicia, se hace de la Ad­ministración una estructura de poder vertical, se toleran los asesinatos selectivos –ya sea con plomo, polonio o novichok –, a la vez que se asienta el terror a disentir y la apatía. Putin ha creado un país gogoliano de almas muertas, la fórmula perfecta para­ la estabilidad, aunque ajena a lo huma­no.

Los Hamlets reunidos en Bruselas o en Oslo –debieron de pensar en el Kremlin– son buenos para conceder premios, eso sí. Que si ahora el Sájarov a Navalni o a la oposición bielorrusa, que también nos tendió la mano en busca de ayuda, que si ahora un Nobel de la Paz al periodista Dimitri Murátov, el mismo que ahora no puede utilizar en Nóvaya Gazeta la palabra guerra para nombrar la guerra.

Mientras, a este lado, se ponen en el mismo saco a su medio, con reporteros asesinados por hacer su trabajo, con los canales Potemkin oficiales. En el 2013, preguntaron a Margarita Simonián, redactora jefe de RT, por qué necesitaba Rusia su propia cadena internacional de noticias. Su respuesta: “Por la misma razón que nuestro país necesita un Ministerio de Defensa”. La comparación es elocuente. El cese de sus emisiones no soluciona nada, pero es un reconocimiento a los periodistas rusos que ahora se enfrentan a quince años de cárcel por cuestionar su Gobierno. Pienso también en Anna Politkóvskaya.

Pero volvamos a Hamlet. Personajes como él nos ayudan a pensar(nos). Tan ricos y complejos son que cada época, cada sociedad y cada lector ven a través de ellos el mundo, su pasado y su futuro. En tiempos soviéticos chirriaba un héroe reflexivo que escudriñara todo cuanto le rodeaba para discernir entre verdad y falsedad. La revolución comunista era una energía colectiva, no individual. Los conflictos personales, un anatema. Se dice, además, que a Stalin no le gustaba la obra por los posibles paralelismos que se podían­ establecer entre Elsinor y el Kremlin. ¿Acaso le verían­ a él como un usurpador de Lenin? En cambio, otros aprecian en los defectos hamletianos virtudes que acercan al personaje con la esencia –imperfecta, mejorable, contradictoria– de la democracia, considerada como un camino abierto donde uno se permite convivir con lo inesperado, como la elección de un popular comediante como presidente.

Cada día en democracia genera nuevas posibilidades, algo­ que un gobernante auto­ritario nunca permitirá, ni dentro de sus dominios ni en las naciones que cree hermanas. Lo dijo claramente Vasili Grossman: “La relación entre personas de nacionalidades diversas enriquece la convivencia, la hace más colorida, pero la condición­ necesaria para ese enriquecimiento, la primera, es la libertad”.

Frente al autoritarismo­ la resistencia más po­derosa es ser. La valentía de Hamlet es diferente a su manera. Consiste en recordar que siempre hay una disyuntiva, ser o no ser, y que se puede elegir. De hecho, a riesgo de su vida, acabó por deponer al rey asesino. Es lo que Zelenski recordó ante el Parlamento británico. Lo demás es silencio.



« Redacción »