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Hago nuevas todas las cosas

Hago nuevas todas las cosas


Publicación:08-09-2024
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Dios dispuso que este milagro se conservara en el Evangelio, aunque sólo lo relata Marcos

La ciencia bíblica ha demostrado que el primero de los Evangelios Sinópticos -Marcos, Mateo y Lucas- que vio la luz fue el de Marcos y que Mateo y Lucas, aunque escribieron sus respectivos Evangelios independientemente, ambos tenían ante los ojos el de Marcos y tomaron de este escrito la trama, los eventos principales del ministerio público de Jesús y, sobre todo, el género literario «Evangelio», que también es seguido por Juan. La gran creación de Marcos es este género literario, que es esencial al cristianismo. Se puede decir que el cristianismo es un movimiento religioso que cristaliza en un Evangelio, es decir, un relato sobre la vida, obras y enseñanza de Jesús de Nazaret, confesado como Hijo de Dios y Dios verdadero.

El hecho de la vida de Jesús que nos relata el Evangelio de este Domingo XXIII del tiempo ordinario es la curación de un sordomudo: «Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él». Jesús curaba a muchos enfermos y el evangelista ya lo ha dicho, antes haciendo diversos resumenes de su actividad: «Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios» (Mc 1,34); «Jesús curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarlo» (Mc 3,10); «No podía hacer allí (en su propio pueblo) ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiendoles las manos» (Mc 6,5); «Dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaban quedaban salvados» (Mc 6,56).

El evangelista nos relata también curaciones particulares que interesan por alguna razón especial: la curación de la suegra de Pedro (Mc 1,30-31), de un leproso (Mc 1,40-41); de un paralítico (Mc 2,3-12); un hombre con la mano paralizada (Mc 3,1-5); el exorcismo del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-19); la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,22-43), etc. La curación que nos presenta Marcos en el Evangelio de este domingo es uno de estos casos particulares que interesa al evangelista destacar. Debemos tratar de descubrir por qué. Adelantemos que los otros dos evangelistas Mateo y Lucas no lo entienden así y ninguno de los dos incluye este episodio en su propio escrito. Debemos decir que Mateo incluye en su Evangelio el 90% del Evangelio de Marcos y que Lucas incluye el suyo 55%. Ninguno de los dos incluyó este episodio.

Entremos en el relato de Marcos. En primer lugar, la presentación del enfermo es confusa: «Un sordo que hablaba con dificultad». Lo normal es que un sordo sea mudo y que no hable en absoluto. La expresión griega es una sola palabra compuesta: «moghi-lálos» = «de escaso hablar». Esta palabra es única en el Nuevo Testamento. ¿Qué interés tiene? El interés es que se usa también una sola vez en el Antiguo Testamento griego en una de las profecías de la venida del Señor: «No teman; he ahí el Dios de ustedes... Él mismo vendrá y los salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos... la lengua de los moghiláloi será nítida...» (Isaías 35,4.6). Por medio de este término extraño, el evangelista quiere insinuar que esa profecía se está cumpliendo en Jesús.

«Le ruegan que imponga la mano sobre él». Le hacen ese ruego, porque este era el gesto habitual con el que Jesús sanaba a los enfermos. Pero Jesús no hace eso, sino una serie de otros gestos: «Le metió sus dedos en los oídos y escupiendo le tocó la lengua» (De saliva no dice nada el Evangelio). Podemos decir que estos gestos son la expresión máxima de la «condescendencia» de Dios. La condescendencia de Dios es su adaptación a nuestro lenguaje humano, como lo enseña el Catecismo: «En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas» (Catecismo, N. 101). Podemos ver que Jesús -si se puede decir- va más allá: se expresa con el sordo con el «lenguaje de signos». En efecto, metiendo sus dedos en los oídos del sordo hace el gesto de la apertura y escupiendo hace el gesto de arrojar fuera la traba de la lengua y, para que el sordo entienda más fácilmente, le toca la lengua. De todas maneras, Jesús pronuncia una palabra eficaz, que debió ser tan impactante, que el evangelista la conserva en su tenor original: «"Effatá", que quiere decir: "¡Abrete!"». Lo que Jesús ha hecho es un gesto expresivo de un efecto, acompañado por una palabra eficaz.

Dios dispuso que este milagro se conservara en el Evangelio, aunque sólo lo relata Marcos, porque, no sólo nos revela la condescendencia de Jesús con el sordo, sino también porque Él nos ha dejado así una descripción real de lo que son los Sacramentos que había de instituir para comunicarnos, no ya la audición o la vista o la salud corporal, sino la gracia divina. Los Sacramentos son un signo, acompañado de una palabra eficaz que realizan en el alma el efecto significado. Lo dice San Agustín de manera admirable respecto del Sacramento del Bautismo: «¿De dónde viene tanta virtud al agua que toque el cuerpo y purifique el corazón, si no es porque es la palabra la que lo hace?... Quita la palabra y ¿qué es el agua sino agua?» (In Ioan. Tract. 80,3). De la misma manera, metiendo sus dedos en los oídos del sordo, Jesús no quiere abrirlos con ese gesto, sino con ese gesto acompañado de la orden «Abrete»; ni tampoco soltar la lengua del mudo con el gesto de escupir y tocarle la lengua. Con esos signos quiere significar el efecto que su palabra obrará.

Hermosa es la conclusión de los presentes: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Aquí no dice "moghi-laloi", sino "a-laloi"). Jesús ha vuelto el hombre a su estado pleno, como está bien. Y de esta manera la exclamación de la gente dice sobre Él lo mismo que repite el Génesis sobre Dios en el relato de la creación: «Vio Dios que estaba bien... Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» (Gen 1,4.10.12.18.21.25.31). El ser humano y toda la creación perdieron su bondad original por el pecado del hombre. Jesús vino a liberar al ser humano del pecado y a devolverlo a su santidad original. De esta manera, Él lo hace todo bien. A esto se refiere la frase del Apocalipsis: «Mira que hago nuevas todas las cosas» (Apoc 21,6).

Felipe Bacarreza Rodríguez

 



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