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Ganancias y pérdidas
Publicación:28-08-2021
TEMA: #Agora
Malabares atónitos, ingrávidos, figuraciones maravillosas en el aire: alquimia de círculos fabricados por pelotas descoloridas
Monedas rápidas
Carlos A. Ponzio de León
Malabares atónitos, ingrávidos, figuraciones maravillosas en el aire: alquimia de círculos fabricados por pelotas descoloridas, de plástico, que se elevan y caen al enorme recipiente de oro: El asfalto iluminado por el sol. El vagabundo atina con una mano y luego con la otra. Olvida su enfermedad, pero recuerda el desaliento final. Hay una sospecha mutua en las miradas que se cruzan. El conductor no cree que el malabarista en silla de ruedas realmente sea un parapléjico. El paralítico no cree que el hombre al mando del vehículo se gane la vida honestamente. Ambos han sido reinsertados en sus labores divinamente, por ruegos a imágenes de humanos alados. Ambos contrajeron Covid-19 y los dos sobrevivieron. Hay una fecha inconclusa: “A la vuelta”. Ramificación de palabras tantas veces escuchadas. Pero hay un interés mutuo. Genuinamente desean volver a encontrarse, en ese mismo sitio, a la misma hora, al día siguiente.
El rocío de la mañana regresa con el nuevo día. El desequilibrio es la constancia. Pan y café soluble en una mesa: Química del desengaño. La maravilla de frutas frescas, azúcares santificados por la naturaleza, en la otra. La presión atmosférica es la misma en ambos lados. Uno de ellos es un pedazo de alcurnia: gomosidad económica de un valiente cercano, consanguíneo. El otro, un encanto del desencanto violento. La velocidad a la que se aproximan es incierta. Uno va de prisa por el agua fría en la regadera; el otro tiene un compromiso con el vapor y lo caliente. “Soy un abandonado”. Lastimosa certidumbre que enciende una lámpara de queroseno. La luz cambia del encanto al desencanto. Sombras de verduras: ¿Se podrán comer? En la Alhambra hay certeza, luego un beso frío y todo al desperdicio. Llanto y llanto del otro lado. Rufianes amorosos: tolerancia al abandono. Vacío que se llena con palabras, con vocablos inexistentes: Soy un “desabandonado”.
Morosidad del santo. No se escucha ruido en el trayecto de su auto. Hay una química en el sabor del mango que se ha quedado y desconcierta. Del otro lado de la ciudad: hay que aprender un nuevo truco para cobrarle su venganza a la vida. “Tanto me debe”. “Tanto le debo”. Ambos hombres se fabrican mutuamente, a través de las palabras, de la inocencia de sus sueños y de la embriaguez helada de los cuervos. Sopla la marea de los sueños matutinos. El agua llega hasta sus corazones. Por la esquina se asoman unos ojos. ¿La mirada de una patraña interesada? El otro hombre conduce con el despilfarro de unas monedas en el cenicero. Este empuja las ruedas de la silla, con la muerte a cuestas. Se acerca a la realeza de los sueños. A punto de encontrarse están el insomnio y la frescura. Naturaleza humana digna de pedestales. Cada uno se ha infiltrado en el inconsciente del otro. Hay un compromiso que nace en las entrañas.
Acelera. Domina su cuerpo, sus venas, y la eterna soledad de su trabajo. En la esquina de la calle, se desmorona el hilar de los minutos, de las historias fabricadas con amor al prójimo, con la pasión de sueños irrealizables. Concuerdan el insomnio y la locura. El agua refinada está ausente en la botella de plástico; su lugar lo ocupa líquido de un color amargo; alguien comienza a emborracharse. Desfilan los viajes mentales al monte y la nostalgia. Se desconciertan las nubes por el lento caminar de sus recuerdos. Su tránsito llega a las entrañas. En la cúspide, aquel día tocó el techo del infierno. Necesitaba ascender más allá; pero a la vez, estar de vuelta en tierra. Inmolado, enloquecido, sin emitir sonido, cae del precipicio. Ahora el fuego está en su corazón. Es el epicentro de sus movimientos. Inunda sus entrañas. El motivo: el viento. Reencuentra el cielo. Siente su venganza adormecida. El moho del metal en la silla de ruedas es su veneno. Atraviesa el pantano inundado por los cocodrilos de la muerte. Se coloca en medio de la calle. Por dentro llora y el llanto ya no se detiene.
El conductor alcanza a divisarlo. Pide compasión para su corazón herido, solicita ayuda al cielo, algo que lo cure, que lo aleje de su ansiedad, que lo despida de sus horas solitarias. Acerca su mano al cenicero. Los campos son testigos de un hechizo. Una tortura. Dos seres inermes. De pronto: un socavón de movimientos provocado por el viento y por la prisa. ¿Qué representa el viento para ellos? En ese momento, la sensación de que han logrado la felicidad en plenitud, hasta sentirse listos para morir. La incandescencia de los edificios desaparece. Cuerpo insolado. Bocanada de aire sucio: inmersa entre las venas, en la nostalgia. Cambio de luces. Y el conductor no para…
Recordando a mis muertos
Olga de León G.
Todos los días lo mismo: apagar la alarma del despertador, levantarse aún entre dormida y a medio despertar; unos pasos hacia el baño, luego ir por toalla y la ropa del día… un duchazo con agua caliente y enjuague con agua fría: la vida empieza a sentirse.
Cincuenta y tantos años atrás mi tía en la cocina espera con el desayuno listo. Cómo hacen los mayores para dormir tan poco y levantarse tan temprano era una de las preguntas que cada día yo me hacía al recibir la sonrisa amable de la Tía Lola sentada en uno de los lados de la mesa nunca en la cabecera.
Ser responsable y tener buenos hábitos es como respirar, solía decirnos, a veces añadía: un poco de amor por lo que haces y para quién lo haces también ayuda. Si dejas de respirar mueres. No como colocar signos de puntuación. Nadie muere por sus ausencias ni el mundo será una torre de Babel si se saben expresar las ideas con palabras precisas y nexos y equivalencias justas. Se puede escribir sin pausas y que todo esté bien escrito y sea comprensible y comprendido por cualquiera que sepa leer. Lo estoy haciendo ahora y pretendo que cuánto diga tenga un solo sentido y cualquiera pueda entender lo mismo que quiero comunicar cuando escribo como ahora lo hago.
Ya lo veremos y sabremos si lo logramos o caemos muertos en el intento.
Salimos de casa a las seis y media de la mañana mi hermano y yo. Él a dejarme en la parada y esperar hasta que me suba al camión y yo rumbo a la preparatoria donde la primera clase empieza a las siete con treinta minutos de la mañana. Una hora de sueño más para el maestro sentado frente a nosotros delante de su escritorio simulando escuchar a la alumna de siempre que dicta la clase de Química de memoria tal como está en el libro sin omitir comas ni puntos y comas ni puntos aparte… así con ese prodigio de memoria hasta terminar el capítulo. Terminamos la preparatoria. Iniciamos la carrera y la terminamos.
Aquella mañana no parecía distinta todo siguió su curso habitual después de cinco años en la facultad, salvo por la casa que era otra y la ciudad también y sus habitantes todos habitándola… y la tía Chelo en la suya sola porque la tía Lola ya había fallecido.
Una aciaga sombra recorría la casa nueva y nadie lo había notado hasta que el ambiente se sintió pesado y el aire se enrareció porque la parca ya rondaba a sus anchas… Y hacía cálculos para cuándo dejar huérfanos a esos seis hermanos. Por fin después de mucho sufrimiento y de andar de un médico a otro el padre murió y la pobre esposa la dulce madre huérfana una vez más se quedó: siempre fue como la hija mayor el pajarito alegre que regalaba luz y música en el hogar hasta que él la abandonó sin querer hacerlo solo por mandato de Natura que se llevó al menor de los hijos de Delfina y papá Tiburcio. Así sucede a veces y muchas veces más…
Esta Pandemia del siglo veintiuno va dejando ahora estela de tragedias por doquier y a los que el contagio no toca… la tristeza y la melancolía los enferma más allá de sus humanas fuerzas. Nadie tiene respuestas. Todos hacen preguntas y no hay quién las conteste por eso ya mejor no preguntan solo se miran; aunque no se miraran al rostro miran el alma ajena… y la comprenden.
Las familias fueron creciendo y expandiéndose después de muertos los abuelos. Y de las calles de Modesto Arreola y de Aramberri hasta la calle de la Barca en Mitras Sur las hermanas de mi padre fueron a afincarse.
Esa casa olía a azucenas a jazmín a rosas de todos los colores que el arcoíris pinta a hojas de naranjo y a hierbas de olor que del patio pasaban a las ollas y cazuelas… A deliciosos guisos como cabrito en salsa a tamales y buñuelos en invierno y a agua de limón y naranjada o Jamaica en primavera y verano.
El domingo se engalanaba cada semana con la visita de las primas, las sobrinas y algún pariente más. Y los hijos mayores del único hermano varón disfrutaban cada domingo mientras vivieron con las tías… ¡Cuánto los amamos a todos!
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