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Fuego que nunca se apaga

Fuego que nunca se apaga


Publicación:04-09-2021
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Autor, personaje y lector: la tríada perfecta de la creación literaria: vividas en un solo ser: la fantasía; y un ente irreal: la ficción

El auto gris

Carlos A. Ponzio de León

      

      El hombre observa: el cuadro con el bosque al óleo colgado en la pared: una choza que arde rodeada por árboles de otoño; luego: el reloj de cuco adentro del mueble de madera. ¿Habrán introducido cámaras en ellos? Escucha el caminar de manecillas, descubre la transformación del tiempo. El tiempo es hierba sintética, creación humana como el plástico y el vidrio. Las manecillas saltan de un segundo al otro, siendo perseguidas. Hay un eterno malestar en esa huida. El cuarto alberga sombras fugitivas que transitan de una pared a otra: siluetas de árboles y hierbas alumbradas por las luces de los autos. Un rayo de candil de calle: luz pública a la luz de todos: se asoma hasta un rincón: dejando ver el retrato viejo de una mujer desnuda. El hombre ha movido precavidamente la cortina. 

      La media noche cada vez está más cerca. El auto gris sigue del otro lado de la acera. Lleva estacionado varios días. Pero, ahora, parece que hay un conductor adentro, quizás aguardando una señal, o tal vez al hombre que observa desde el segundo piso de su casa. La expectativa comienza a agotarlo, y él tiene que salir por un garrafón de agua. La que proviene del grifo está contaminada. El sabor a cobre viejo se le cuela por los dientes hasta llegarle a la garganta. Cuando repite, se le viene un sabor amargo, putrefacto, como si quisiera devolver comida. Las piernas comienzan a temblarle. Decide ir a sentarse al sillón. Tal vez ahora pueda dormir algunas horas. Lleva días sin descanso. Pero debe levantarse a lavarse las manos nuevamente. Han comenzado a descamársele. Quisiera lavárselas con alcohol.

      Al abrir el grifo del lavabo, decide no arriesgarse. Se dirige a su recámara. Se tiende en la cama vestido y con zapatos. Comienza su cuenta: uno, dos, tres… al llegar a cuarenta, no sabe si va en orden. Inicia nuevamente. Una mujer hincada en una iglesia. La ha visto antes. Está desnuda. Ella se levanta y comienza a girar el tronco superior en círculos, con los brazos extendidos. Un convento es cubierto por la nieve. Roca que cae por el vacío: espacio convertido en precipicio. Le brotan alas, pero no puede detener su trayectoria descendiente. Una serpiente atrapada dentro del reloj cucú. A lo lejos: una choza donde se celebra una boda. Un trueno que detiene su palpitar.

      El hombre despierta y vuelve a dirigirse a la ventana. El auto gris, sigue ahí. Es evidente que lo observan. Desde telescopios situados en estaciones espaciales que giran a contrarreloj, alrededor del planeta, algunos seres intergalácticos documentan todo sobre su vida. Él no deseaba llegar a ser tan importante. Su capacidad para adelantarse a los conflictos internacionales. Agencias gubernamentales de todo el mundo celebran reuniones para hablar de él. Lo persiguen. Debe huir. Paso precipitado, tropieza con algunos de los libros tirados en el piso. No se duele de los golpes, sino de su sabiduría. Tendrá que encender la luz y unos minutos para escapar. Llevará consigo, además de la cartera, su cámara fotográfica. Regresa a la recámara.

      Destiende la cama. Abre los cajones, saca ropa y la esparce por todo el cuarto. Se desnuda para untarse una crema mágica que lo vuelve invisible. La temperatura, en la calle, es de diez grados, pero él decide no llevar calcetines. Saldrá con la cámara en su mochila y la fotografía de la sala. Aún le queda espacio. ¿Tiene tiempo? Revisa su maletín con papeles importantes: Pasaporte, actas de nacimiento, matrimonio y defunción. Fotografías impresas en blanco y negro. Una pareja durante su noche de bodas. ¿Los conoce de sueños? ¿Es él o su padre? Enciende la luz del baño y se mira en el espejo. Ha envejecido. Desea mantenerse quieto, pero tiembla como burbuja de jabón que flota sobre una poción mágica. ¿Y la mujer? Vuelve al maletín. ¿Murió el cinco de septiembre de 1921? ¿Qué día es hoy? 

      Comienza a recordar. Sus dos celulares. Enciende la luz de la sala. No los encuentra. En la cocina, iluminación cálida. Sobre la mesa de acero inoxidable, los dos aparatos, sin batería. Comienza a recordar. Viajaba en metro. Vómito seco, vómito húmedo, vomito negro, vómito blanco. La pandemia que tampoco acaba. Los policías… La invitación a la ceremonia espiritual de Sam. Celebración con alucinógenos. No le agrada el sabor de la Ayahuasca. Las palabras mágicas, la despedida. Los días y noches de eterna sed. Corre al grifo de la cocina y bebe agua con las manos. La vida comienza a regresar. Desde la ventana observa: el auto gris ha desaparecido.

      

Los últimos estertores del día

Olga de León G.

Empezaba a preocuparse: no dormir durante más de setenta y dos horas continuas, la habían alertado de que algo no andaba bien con ella. Decidió buscar ayuda profesional especializada, un psicólogo, o mejor aún, un psiquiatra; este le indicaría algún medicamento que le induciría el sueño… y al mismo tiempo la trataría con terapia para indagar sobre el trastorno que le impedía dormir.

Un año atrás, antes de que enfermara, su vida transcurría en apariencia, normal y con satisfacciones plenas: dormía ocho horas y media, diariamente. Por las noches, después de su rutina de ejercicio o caminata, según el día de la semana que fuera, se duchaba, iba a la cocina, tomaba un refrigerio ligero y leía un poco: cuento, poesía o relato. 

     Nunca leía más de cinco o seis cuartillas cada noche; por eso, no iniciaba una novela. Necesitaba una fuerte motivación además de una recomendación especial de alguien en quien confiar: por su buen criterio como lector, y como amigo que conociera sus preferencias y grado de conocimiento sobre textos creativos y arte. 

     En fin, si no estaba segura de continuar con una lectura al día siguiente y al otro, hasta terminarla, no empezaba, por eso no eligió leer novela sino cuento, poesía o un texto corto, cada noche. Algún día empezaría a leer, o mejor aún, a escribir, una novela.

     Y, tres meses antes de su primer colapso, empezó a leer una novela: novela corta, o cuento largo, según la clasificación y comentario del editor, y no pudo parar de leer, o aquí debería decir, de escribir, durante más de tres días consecutivos. 

     Al cuarto día, su hija que sabía, pero no hasta qué grado, que ella sentía pasión por la lectura y la escritura de textos creativos, realmente se alarmó cuando al visitarla la encontró, a las cinco de la tarde, en piyama, con el cabello despeinado, como quien ni se ha bañado ni peinado en varios días y con profundas ojeras… pero, sin perder su sonrisa de siempre, aunque como mueca que se le hubiese congelado por mucho tiempo y vuelto un rictus simbólico de lo que algún día fue su sonrisa.

     Y, nada habría sucedido, la hija nada habría hecho, si no fuera porque cuando la saludó con un beso en la frente, la mujer se defendió haciéndose hacia atrás y preguntándole: ¿Quién es usted? Qué hace en esta casa, cómo entró, quién le abrió la puerta…

     - Madrecita, ¡qué pasa!, por qué me preguntas todo eso…

     - La escritora, sumergida en su texto creativo, nada respondió. Fue como si nada hubiese escuchado… Siguió golpeando el teclado y a ratos releyendo parte de lo antes escrito. Hasta que, por un momento, paró de escribir y como quien se toma un respiro, se levantó, caminó dando vueltas en el cuarto, primero fue hacia adelante, como si se fuera a salir por las puertas de la sala… Pero, no, esa no era su idea, retornó varios pasos atrás y giró a su izquierda para caer suavemente sobre la alfombra.

     - Habría jurado que mi madre no era la mujer que caminaba en medios círculos y buscaba alguna salida que no encontraba, o no era por donde deseaba irse. Y, no se fue, no en ese momento. Volvió a su escritorio y al teclado… Pero, no volvía a escribir sino a leer.

     Sentada ya, ante el ordenador, pensaba: la que interrumpió mi escritura, no fue un ente real, solo se trató de uno de mis personajes. Sí, no caeré en este juego del personaje sobre personaje, o novela sobre novela. Sé que no he dormido, pero nada me pasa, estoy bien.

     A la mañana siguiente, después de días de escribir y por fin, iniciar una novela que desearía leer sin parar, hasta terminarla, la escritora amaneció sobre la alfombra… No estaba muerta, solo estaba dormida; profundamente dormida, al lado de casi ochenta cuartillas a renglón y medio que alguien imprimió para que ella las leyera, las revisara y viera si eso, era publicable o no.

     La escritora ahora era lectora y correctora, y halló en este nuevo oficio, una forma decente de cobrar algo de efectivo como editora. Mas eso no la hacía feliz.

     Feliz fue cuando creyó que ella había escrito la novela que ahora editaba: “Cosa de dormir”. O cuando se enteró de que su hija preocupada por su salud, le sacó cita con un psiquiatra, clara señal de que tenía alguien a quien ella le importaba.

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     Autor, personaje y lector: la tríada perfecta de la creación literaria: vividas en un solo ser: la fantasía; y un ente irreal: la ficción.



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