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Cultural Literatura


Estrella de puntas achatadas o crónica de una disputa

Estrella de puntas achatadas o crónica de una disputa
Flores tiene razón cuando advierte que su ensayo va más allá de la relación epistolar entre el poeta y el narrador

Publicación:31-03-2021
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Me resulta difícil y problemático, por tanto, calificar la relación de Octavio Paz y Carlos Fuentes como amistosa

 Hace unos días cayó en mis manos el ensayo Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad, de Malva Flores. El libro, acucioso y necesario, pero también parcial y a ratos hagiográfico, tiene la virtud de abrir el abanico de las interpretaciones, convirtiéndose, así, en el registro indirecto de la vida literaria mexicana de los últimos 70 años. Parte del encuentro de los autores, en los albores de loa años 50 (cuando Paz ya había publicado El Laberinto de la soledad y Fuentes afirmaba su vocación literaria), y va marcado su propia periodización, basada en los encuentros y desencuentros; las rupturas siguen, más o menos, estos acontecimientos: la publicación de La región más transparente en 1958 (detonada por la caricaturización del poeta en el personaje de Manuel Zamancona), la Revolución cubana un año más tarde,  el proyecto de la revista Libre en 1970, y culmina con la campaña de desprestigio orquestada desde Vuelta  contra el narrador. 

Flores tiene razón cuando advierte que su ensayo va más allá de la relación epistolar entre el poeta y el narrador y retrata al México contemporáneo; se equivoca, sin embargo, al enfocar su relato como la biografía intelectual de dos escritores excepcionales, paladines de la literatura y enemigos del afrentoso nacionalismo trasnochado y de las burocracias culturales. Las conductas de Paz y Fuentes (con todo y sus contrastes y asimetrías) respondían, por el contrario, al proyecto de nación impuesto a partir del alemanismo y sus estrategias y disputas (aunque diferentes y por momentos opuestas) apuntaban al mismo objetivo: consolidar un campo literario donde gobernara sin trabas la figura de autor. Remover el nacionalismo literario para imponer un universalismo vertical y centralista.  Su búsqueda (y obsesión): la modernización de la profesión literaria. El resultado: el reforzamiento del sistema. Parece paradójico. No lo es.  Me explico: esta aspiración no llevó a la autonomía de las actividades culturales y artísticas, sino a la subordinación de quehaceres y la imposición, desde el centro, de una sospechosa jerarquía de valores estéticos y al establecimiento de una legislación literaria basada más en las relaciones personales que en los criterios estéticos. Me pregunto de nuevo: ¿quiénes son los protagonistas de esta historia? ¿Dos escritores? ¿Dos corrientes literarias? O, en contraparte, ¿no será acaso el proyecto de empode-ramiento personal el que termina por llevarse el rol protagónico de estas líneas? Me inclino por la última opción. 

La ensayista es incisiva en su lectura del contexto; pero también es parcial: instala una oposición binaria, donde Paz es colocado por encima de las circunstancias, y Fuentes como víctima directa de ellas. Doy un ejemplo: tras el triunfo de la Revolución cubana en 1959, el joven narrador es descrito como un entusiasta e ingenuo admirador del nuevo régimen, mientras que al poeta se le retrata como un sabio que mantiene las sospechas. Esto no significa, sin embargo, que el autor de Libertad bajo palabra fuera un paladín de la democracia, sino más bien un defensor de los privilegios de la clase intelectual. Más que por el cambio social, su lucha era por mantener y reforzar los lugares de enunciación de la elite letrada (un sistema más cercano al PRI que a Castro, para decirlo en pocas palabras). De ahí su obsesión por crear una revista que agrupara a escritores afines a su proyecto. Sin embargo, ¿cómo lograr la autonomía en un campo literario donde los lectores no son tomados en cuanta? La respuesta se tendría que buscar en las alianzas políticas y empresariales. 

Me resulta difícil y problemático, por tanto, calificar la relación de Octavio Paz y Carlos Fuentes como amistosa. No alcanza la categoría de amistad literaria porque entre ellos no se dio la interlocución en condiciones equitativas. El poeta siempre asumió el rol paternalista sobre el narrador. Y este ensayo no hace sino remarcar esta condición asimétrica. 

A pesar de la abundante documentación, se echan de menos las referencias a críticos como Jorge Aguilar Mora, por citar algunas críticas imprescindibles a la hora de hablar de la relación de Octavio Paz con la historia. Otro ejemplo del desequilibrio:  en muchas páginas se subraya la vinculación de Fuentes con el echeverrismo, pero poco o nada habla de la relación de Paz con el salinato. Lo anterior, sin embargo, no le resta importancia al ensayo de Malva Flores. Es importante leerlo, pero también discutirlo (y creo que no hay mejor homenaje para un ensayo que ese).  Esta “estrella de dos puntas” se ha ido achatando con el tiempo y nos ha dejado ver ahora la consecuencia de su pálido brillo: hemos heredado el reforzamiento de la burocracia cultural; así como un sistema de legitimación basado más en las relaciones de poder que en el talento. 

Finalmente, y como suprema ironía, los empeños de estos escritores nos dejaron un campo literario donde lectores y críticos no suelen ser tomados en cuenta (salvo para la nota o la reseña halagüeña). 

En estos días de renovaciones y cuestionamientos, el mejor homenaje que le podemos hacer a estos autores fundamentales es el regreso a sus obras y no a sus conductas. 



« Víctor Barrera Enderle »