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Este es mi Hijo amado, escuchadlo
Publicación:07-03-2020
TEMA: #Religión
Es claro que ya no debemos acudir a ningún otro maestro, porque sólo Jesús "tiene palabras de vida eterna"
Así como el I Domingo de Cuaresma se caracteriza por el Evangelio de las tentaciones de Jesús, así este II Domingo de Cuaresma se caracteriza por el Evangelio de la Transfiguración del Señor, que este año, por tratarse del ciclo A de lecturas, se toma de San Mateo.
Lo que ocurrió sobre ese monte alto, que la tradición ha identificado con el monte Tabor, es algo que no puede decirse con las palabras de nuestro lenguaje humano. Allí Jesús concedió a los discípulos que había elegido, Pedro, Santiago y Juan, una manifestación de su divinidad. Usemos las mismas palabras del Evangelio: "Se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz". Esto es lo que vieron objetivamente. Pero esto evidentemente no es todo. San Pablo con razón dice, refiriéndose a estas realidades: "lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que lo aman" (1Cor 2,9). Lo que esos tres apóstoles vieron es distinto de todo lo que conocemos por experiencia sensible. Jesús mismo habla de "una visión", cuando les ordena: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos".
Examinemos ahora el aspecto subjetivo, es decir, lo que ocurrió en los testigos. Pedro exclama: "Señor, bueno es estarnos aquí". Es un grito de entusiasmo que indica la belleza de lo que están viendo. No desean que acabe: "Si quieres haré aquí tres tiendas, una para tí, otra para Moisés y otra para Elías". Y cuando se oyó la voz que salía de la nube luminosa que los envolvió, ellos "cayeron rostro en tierra llenos de temor". Este es el modo típico de la Biblia de expresar la reacción del hombre ante una teofanía, es decir, ante una manifestación de Dios.
¿Por qué quiso Jesús conceder a sus apóstoles esta visión? Para responder a esta pregunta es necesario fijarnos en la introducción del episodio. El relato comienza con la frase: "Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y los lleva aparte a un monte alto". Rara vez encontramos en el Evangelio una precisión cronológica como esta. Es evidente la intención de vincular la Transfiguración con lo acontecido "seis días antes". Seis días antes había tenido lugar la confesión de fe de Pedro y el primer anuncio de la pasión de Jesús. A la pregunta de Jesús: "¿Quién decís vosotros que soy yo?", Pedro se había adelantado a responder: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Y el Evangelio precisa: "Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mt 16,21).
Con esto se vincula la Transfiguración. El prefacio de la Misa de este II Domingo de Cuaresma da la siguiente explicación: "Después de anunciar su muerte a sus discípulos, Jesús les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección". Y el prefacio de la Misa del día propio de la fiesta de la Transfiguración (6 de agosto) agrega esta otra explicación: "Cristo, nuestro Señor, manifestó su gloria a unos testigos predilectos, y les dio a conocer en su cuerpo, en todo semejante al nuestro, el resplandor de su divinidad. De esta forma, ante la proximidad de la pasión, fortaleció la fe de los apóstoles, para que sobrellevasen el escándalo de la cruz". En ambos casos se subraya la vinculación de este hecho con el anuncio de la pasión y muerte de Jesús.
Pero es obvia también su vinculación con la confesión de Pedro. Pedro había dicho a Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo". Y el punto central de la Transfiguración es precisamente la voz del cielo que confirma esa declaración de Pedro: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo". Jesús había prometido a Pedro: "Lo que ates en el tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt 16,19). Aquí vemos qué significa esa promesa. Pedro había formulado la identidad de Jesús por una revelación del Padre concedida a él y aquí esa revelación es confirmada y compartida por los otros dos discípulos. Cuando se trata de decir quién es Jesús y de exponer su palabra, Pedro y sus Sucesores no pueden decir sino aquello que el cielo confirma.
Y ¿por qué Moisés y Elías? Ellos representan la ley y los profetas. Ante Jesús que manifiesta su divinidad ellos ceden la palabra. En efecto, la voz del cielo dice solo respecto de Jesús: "Escuchadlo". Y cuando acabó la visión "ya no vieron a nadie más que a Jesús solo"; Moisés y Elías habían cesado. Es claro que ya no debemos acudir a ningún otro maestro, porque sólo Jesús "tiene palabras de vida eterna" (Jn 6,68) y él solo es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).
« Redacción »