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El mandamiento de mi Padre

El mandamiento de mi Padre
“Yo soy el buen pastor”.

Publicación:24-04-2021
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Ya podemos responder a la pregunta que nos hemos hecho: el mandamiento que Jesús recibió de su Padre es que entregue su vida por la salvación del mundo

“Yo soy el buen pastor”. Esta conocida afirmación de Jesús acerca de su identidad está repetida dos veces en el Evangelio de hoy. Esta circunstancia da su nombre a este IV Domingo de Pascua: Domingo del Buen Pastor. Así se llama en los tres ciclos de lecturas, porque en cada uno de ellos se leen partes del discurso de Jn 10 en que Jesús desarrolla la alegoría del buen pastor. Como es sabido, desde hace 40 años este domingo se destina a orar en todo el mundo por el aumento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Hoy día se celebra la XL Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. El Mensaje que el Santo Padre dirigió a toda la Iglesia en este día tiene el tema: “He aquí a mi siervo, a quien elegí; mi amado, en quien se complace mi alma” (Mt 12,18; cf. Is 42,1).

“Esta es la orden que he recibido de mi Padre”. Con estas palabras concluye el Evangelio de hoy. Nos preguntamos: ¿Cuál es esa “orden”? En realidad, la palabra griega que está en el original es “entolé” y su traducción más literal es “mandamiento”. Con el cumplimiento de este mandamiento demuestra Jesús su amor al Padre, como lo dice a sus discípulos en la víspera de su pasión: “Ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el mandamiento que el Padre me dio” (Jn 14,31). Si damos una mirada de conjunto a toda la vida de Jesús y queremos resumirla en una sola palabra no debemos esforzarnos mucho, pues ese resumen ya está hecho por el mismo Jesús. En efecto, nuestra mirada se focaliza en la escena final de su vida y en su última palabra: “Jesús dijo: ‘Cumplido’. E inclinando la cabeza entregó el espíritu” (Jn 19,30). La palabra “cumplido” suena en el original griego: “tetélestai” y tiene asonancia con la palabra “entolé” (mandamiento). Lo que Jesús quiere decir con esa última palabra que resume toda su vida es que el mandamiento de su Padre está “cumplido”. Puesto a hacer ese resumen de la vida de Jesús, San Pablo dirá: “Tomó la condición de siervo... y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,7.8).

Ya podemos responder a la pregunta que nos hemos hecho: el mandamiento que Jesús recibió de su Padre es que entregue su vida por la salvación del mundo. Y no sólo por la salvación del mundo en general, sino por la salvación de cada uno en particular, de manera que cada uno pueda decir con verdad: “El Hijo de Dios me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gal 2,20). Lo habría hecho igual, aunque no existiera más que yo en el mundo. Esto le vale el amor de su Padre: “Por eso me ama el Padre: porque doy mi vida”. Ahora podemos entender la alegoría del buen pastor.

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas”. Debiendo elegir entre su propia vida y la vida de las ovejas, el buen pastor elige la vida de las ovejas. Lo hace porque ama las ovejas, y porque ama al Padre que le ha dado este mandamiento. Jesús continúa la exposición de la alegoría con el tema del asalariado a quien las ovejas no pertenecen. Éste no está dispuesto a dar su vida por las ovejas, sino que al ver venir el lobo las abandona y huye. A éste –dice Jesús- “no le importan nada las ovejas”. Al asalariado no le importa la vida de las ovejas; lo que le im-porta es su salario.

Hasta aquí Jesús ha hablado de “las ovejas”. Pero ahora dice claramente: “mis ovejas”. Él difiere del asalariado, porque a él las ovejas le pertenecen: “Yo soy el buen pas-tor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí”. ¿Por qué le pertenecen? Porque las ha comprado. Ellas estaban destinadas a la muerte y él comprandolas les dio nueva vida. ¿Qué precio pagó? El precio de una oveja es limitado; pero el precio de un ser humano, ¿quién puede pagarlo? No puede pagarlo otro hombre. Ya lo decía uno de los salmos: “No puede un hombre redimirse ni pagar a Dios por su rescate; es muy caro el precio de su vida, y nunca tendrá suficiente” (Sal 49,8-9). Sólo un hombre que es Dios podía ofrecer ese precio: “Habéis sido rescatados... no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo” (1Pe 1,18.19). San Pablo agrega: “¡Habéis sido bien comprados!” (1Cor 6,20; 7,23).

“Yo soy el buen pastor”. Con esta afirmación Jesús revela su identidad divina. En el A.T. a menudo se usa esta alegoría a propósito del Dios de Israel: “Yahvé es mi pastor...” (Sal 23,1). Ahora Jesús asegura que ese pastor es él mismo. Es una revelación de su divinidad. Pero él es también “el cordero sin tacha y sin mancilla”. Jesús es entonces pastor y cordero; Dios y hombre. Por eso sólo él pudo pagar el rescate suficiente que nos da la vida eterna.

En el A.T. se llamaba a Dios: “Pastor de Israel” (Sal 80,2) y es seguro que los que escuchaban a Jesús entendían que, al atribuirse este título y decir “mis ovejas”, se refería a Israel. Él no niega que se esté refiriendo a Israel, “este redil”; pero extiende los límites del rebaño a toda la humanidad: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor”. El mismo Juan se hace eco de esta dimensión universal de la redención cuando escribe: “(Jesucristo, el Justo) es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1Jn 2,2).

Los presbíteros son parte del rebaño de Cristo. Pero ellos han sido elegidos y llamados para ser en medio del rebaño de Cristo sacramento vivo del “buen Pastor”. Por medio del sacramento del Orden, a aquellos que Dios elige y llama, les encomienda el ser pastores diciéndoles: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15.16.17). Hoy día oramos para que no falten al pueblo de Dios aquellos pastores que hagan presente a Cristo, el buen Pastor.



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