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Cultural Literatura


El cuarto jinete

El cuarto jinete
Murguía recurrió a la alegoría y a la prosa poética para intensificar la escatología de la condición humana.

Publicación:23-02-2022
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Verónica Murguía recurrió a la alegoría y a la prosa poética para intensificar la escatología de la condición humana

Hay un texto entrañable de Roberto Bolaño titulado “Literatura + enfermedad = enfermedad”. Bolaño lo escribió cuando tuvo la certeza de que su cuerpo maltrecho no resistiría mucho más. En esas páginas se planteó una pregunta capital: ¿puede la literatura conjurar la eterna maldición humana, esto es: superar nuestra condición efímera y mortal? Agónico, pero sin caer en lamentaciones extremas, el escritor chileno recordaba y ponía sobre la mesa varios poemas y muchas citas de escritores que afrontaron este dilema. Sobre Kafka, y siguiendo el juicio de Elias Canetti, contaba “que el más grande escritor del siglo XX comprendió que los dados estaban tirados y que ya nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre”.  ¿En qué consistía esa unión entre el narrador tísico y su escritura? Bolaño no tenía una respuesta definitiva. Unos párrafos más abajo, recitaba el poema de Mallarmé “Brisa marina”, en una traducción de Alfonso Reyes: “La carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído”. Y ese primer verso le despertaba igualmente infinidad de dudas e inquietudes. Quizá la literatura no pueda vencer nuestro destino final, pero sí nos otorga instantes de trascendencia. 

Existe, en contraste, una larga tradición artística (y filosófica) que alienta, ante la incertidumbre que nos depara el futuro, la necesidad de vivir intensamente cada instante, y que probablemente se inició  con el  célebre “carpe diem” (“recoge o aprovecha el día) del poeta latino Horacio. Sin embargo, esta arenga vital comparte la misma raíz de su contraparte: nuestra frágil naturaleza.   Hace poco leí la novela de Verónica Murguía El cuarto jinete, y supongo que fue esta lectura la que me hizo evocar el texto de Bolaño. Murguía recurrió a la alegoría y a la prosa poética para intensificar la escatología de la condición humana. San Juan llamó al cuarto jinete del Apocalipsis como la mortandad y lo describió montado sobre un caballo bayo y en compañía del Hades. Y la autora tomó esa figura para recrear, en un relató polifónico, la epidemia de la peste bubónica que casi arrasó con Europa en 1348. Pero no sólo por el tema del libro recordé a Bolaño, sino por el tratamiento: Murguía realizó un claro homenaje a La cruzada de los niños (1896), de Marcel Schwob:  un maravilloso trabajo de relojería narrativa que llegó a nuestra literatura gracias a la traducción del poeta poblano Rafael Cabrera y la editorial Cvltvra en 1917 (aunque el principal difusor de este peculiar autor fue Julio Torri, a quien Cabrera dedicó su traducción), y se convirtió en escritor de culto para creadores como Borges y el propio Bolaño. 

“A veces sueño que sólo yo quedó vivo en esta ciudad y me despierto sudando, y mi corazón pegado a mis costillas es un pájaro asustado, preso en una jaula”, así se confiesa uno de los personajes mientras contempla cómo París se va convirtiendo en un cementerio de tumbas abiertas.  Las páginas de El cuarto jinete  van construyendo un espejo y nosotros, sus lectores, no podemos evitar mirar en él nuestra circunstancia inmediata. La pandemia nos colocó en una situación análoga al confirmar lo precario que puede ser el equilibrio entre lo conocido y lo desconocido.  A veces me he puesto a pensar cómo han cambiado mis sueños durante estos dos años de contingencia sanitaria. El tiempo ha corrido de manera distinta y seguramente este periodo nos marcará de alguna u otra manera. 

En una nota agregada al final del texto, Murguía consignó  que escribió la novela hace varios años, pero no se animaba a publicarla: “Al terminar de escribir este libro, lo guardé en un cajón y traté de olvidarme de él, con la idea de que una historia acerca de una epidemia como la peste era algo que concernía al pasado y que tenía poco que decirnos ahora. Desgraciadamente, me equivoqué…” El cuarto jinete volvió a cabalgar, pero, tal como entonces aconteció, también confiamos que tras su paso nazcan cosas nuevas. Tal vez por esa razón, al cerrar la última página de la novela, me quedé con  esta frase de la autora: “Me gusta recordar que, después de la peste, el primer signo del final de la Edad Media, llegó el Renacimiento”.

 



« Víctor Barrera Enderle »