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El conocimiento de Dios

El conocimiento de Dios
Encontraréis descanso para vuestras almas

Publicación:04-07-2020
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La frase griega que hemos traducido por "yo te alabo" expresa, al mismo tiempo, alabanza y aprobación gozosa

"Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra". Estas son palabras de Jesús y se dirigen a Dios, el único que merece el título "Señor del cielo y de la tierra". Pero también nosotros las debemos repetir a menudo, y podemos hacerlo sin cambiarles ninguna letra, pues el mismo Jesús nos mandó llamar a Dios "Padre", cuando nos enseñó a orar: "Padre nuestro, que estás en el cielo" (Mt 6,9).

La frase griega que hemos traducido por "yo te alabo" expresa, al mismo tiempo, alabanza y aprobación gozosa. Por eso exige un motivo. Y Jesús lo dice: "Porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños".

Surge inmediatamente la pregunta: ¿Cuáles cosas? Antes de responder a esta pregunta observemos que Jesús está hablando del ámbito del conocimiento, al cual se refieren los términos "sabios e inteligentes" y también "ocultar y revelar". Debemos concluir que el término griego "népios" (niño, infante) que hemos traducido por "pequeño" se refiere a ese mismo ámbito y se opone a “sabios e inteligentes”. Es una metáfora que Jesús usa para designar a los que no han perdido la inocencia a causa de su mucha ciencia. A ellos se refiere cuando dice: "Os aseguro que si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 18,3).

Aclarado esto, vemos que nuestra pregunta es respondida por el mismo Jesús: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Jesús habla del conocimiento del Hijo y del Padre. Es esto lo que se oculta a los "sabios e inteligentes" de este mundo y se revela a los que son como niños. Pero el que lo revela es el Hijo. Para recibir esta revelación hay que "conocer al Hijo"; hay que confesar a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre. Pedro es uno de aquellos a quienes “estas cosas” fueron reveladas. Cuando él confesó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, Jesús le respondió: “Bienaventurado eres, porque esto te lo ha revelado mi Padre, que está en el cielo” (cf. Mt 16,16•17). Pedro fue puesto por Jesús como fundamento de su Iglesia, porque era como un niño.

Al apóstol Felipe le faltaba todavía hacerse como un niño, cuando ruega a Jesús: “Muéstranos al Padre”. Por eso Jesús lo reprende dulcemente: “Tanto tiempo estoy con vosotros, Felipe, y ¿aún no me conoces? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,8-9). Conocer a Jesús: este tiene que ser todo nuestro anhelo y todo nuestro empeño. Así lo declara la Imitación de Cristo recogiendo la experiencia de los grandes místicos: “Sea nuestra principal ocupación meditar en la vida de Jesucristo... Mas el que quiera entender con perfección y sabiamente las palabras de Cristo es preciso que trate de conformar con él toda su vida” (Imit. I,1,1•3).

A esto nos exhorta Jesús: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". El que aprende esta lección es invitado a entrar en la intimidad de Dios y allí descansa su alma, según la promesa de Jesús: "Encontraréis descanso para vuestras almas".



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