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Deseos de Fin de Año

Deseos de Fin de Año


Publicación:31-12-2023
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La primera condición

Carlos A. Ponzio de León

      

      Cuatro adolescentes nos encontrábamos sentados sobre las escaleras adornadas con piedra y cristales. Escaleras que descendían de la entrada principal de la casa a la cochera donde cabían dos autos bajo el techo que por dentro era, a su vez, el piso de la recámara principal de la casa. Cuatro adolescentes en Paseo de los Misterios, estudiantes de bachillerato alrededor de los quince. Tocábamos juntos: guitarra eléctrica, bajo eléctrico, batería y teclado. Nos habíamos inscrito en un concurso de música. "Me preguntaron cómo nos llamábamos", nos dijo Jaime. "¿Qué les dijiste?". "No se me ocurría nada y me preguntó la ñora que dónde vivíamos. En Satélite, le dije. ¡Ah, pues al sur! Entonces le dije que nos pusiera El Sur". Así fue como surgió el nombre del grupo.

      El día del concurso cargamos con los instrumentos musicales, incluyendo la batería. La madre de Jaime nos llevó a la cita: una escuela secundaria en algún punto en Monterrey. No tengo idea del lugar exacto.

      Cada instrumento tuvo su historia, pero desconozco detalles. Seguramente habrá llegado primero la guitarra eléctrica de Jaime y luego el bajo de su hermano, Antonio. Fabricio tocaba la batería usando un tecladito de tres octavas que contaba con colchones de plástico que, al ser golpeados, producían los sonidos de los tambores. Todo lo conectaban a las bocinas de un estéreo que tocaba discos LP y casetes. El cable del bajo iba a una bocina, mientras que los de la guitarra y el teclado-tambor se conectaban a la otra. Sonaban bien; me parecía. Luego me sumaría yo. Les expresé mi interés y a los pocos días me invitaron a pasar a la casa. Sus padres habían comprado un teclado de cinco octavas. Yo ya tocaba piano. En ese momento me puse a escribir canciones. Llegamos a contar con veinte: un poco más: diez de Jaime, diez mías, alguna de Antonio y otra de Fabricio.

      "¿Cuál vamos a tocar en el concurso?, le pregunté a Jaime. "Vita", me dijo. "¿La mía?", le pregunté sorprendido; me sentí elogiado. "No nos vamos a arriesgar a que nos plagien una mía", me respondió. Comprendí.

      La batería también la adquirieron los padres de Jaime y Antonio. Todos los instrumentos eran de ellos... y la batería habría de ser el último en llegar. De algún lado supieron que en la colonia vivía un tipo que vendía instrumentos. Fuimos a su casa, se le dio un adelanto y ahí nos tuvo, semana tras semana preguntando si ya estaba lista la dichosa batería. "La estoy fabricando", nos decía, "con los fierros de la cama". A esa edad, hubiéramos podido asegurar que así era. Pero ahora supongo que esperó ciertas condiciones favorables en la aduana; entonces fue a Laredo, Texas, y de allá la trajo.

      Nos la entregó un sábado por la noche. La batería durmió en casa de Fabricio y a las siete de la mañana ya estaban sonando los tambores y platillos: se escuchaban por toda la cuadra. Ese domingo, por primera vez, ensayamos completos con los cuatro instrumentos.

      No pasaron muchas semanas más para que llegáramos al concurso de música. Tuvimos que estar tres horas antes de que comenzara la pasarela. Fuimos los segundos en orden. Yo fumaba; era el único que lo hacía. ¿Será importante comentarlo? En fin, ese vicio lo dejé en su momento y fui libre, como cuando se desencadena uno del alcohol, del azúcar, la grasa o las drogas. 

      Ahora no sabría describir la forma en que sonábamos en aquel entonces. Baste decir que no contábamos los tiempos. Éramos una marea que llega hasta las rodillas; un soldado quieto que de pronto hace un movimiento brusco; un desperdicio de talento. Los temas de esa pieza los emplearía finalmente para componer una obra que muchos años después, ya adulto, me estrenaría la Sinfónica de Minería.

      No quedamos en primer lugar. Bueno... no puedo asegurarlo, pero no creo que hayamos alcanzado algún lugar. Regresamos decepcionados del jurado y continuamos con nuestros ensayos. Era el verano de 1989 y practicábamos diariamente, dos o tres horas corridas y en ocasiones repetíamos durante la mañana como en la tarde.

      El punto álgido vino cuando los padres de Jaime y Antonio apoyaron una idea escalofriante: dedicarnos por completo a la música, como grupo. Sin contrato con disquera, sin mánager, sin prueba de que aquello fuera a despegar. Mi padre se opuso contundentemente, o más bien: simplemente se opuso y a esa edad, uno no suele dar pasos sin el consentimiento de los padres. No se es tan libre como se desea. Así es que continuamos nuestros estudios.

      La lección fue simple: Sé libre... o muere.

¡Feliz Año Nuevo!

Olga de León G.

Extraño los días en que lograba reunir a las familias de ambos, en la casa de Paseo de los Misterios, de Cd. Satélite. Incluso con algunos amigos y sus hijos, y dos o tres amigos de nuestros hijos que iban a saludarnos y estar un rato en casa. ¡Qué días aquellos! Cuánta dicha. Todos reunidos, algunos venían de otras ciudades o incluso, de otros países Y venían especialmente para que pasáramos esas fechas reunidos, juntos, en la casa de la hija mayor de Amparito y Jesús. Y seguimos con vida los seis hermanos, después de cincuenta años de desaparecidos nuestros padres; naturalmente, con el consabido menoscabo de nuestra salud, dados los años transcurridos.

La familia de donde provengo era de costumbres sencillas. En Nochebuena y Navidad, no se acostumbraba tomar alcohol, excepto una copa o dos de Tinto o Rosado, según el platillo. El fin de año podía haber algo más para beber. Pero, con moderación. Eran Celebraciones familiares. Las pasábamos en casa, no de fiesta en ninguna otra parte, nuestros padres lo celebraban en casa, con nosotros, sus hijos y las dos hermanas solteras de papá; una, la mayor; la otra, la quinta hija, mientras nuestro padre había sido el último hijo, el número 13 de mi abuela Delfina Garza de León y el abuelo, Tiburcio de León.

Por todo lo que recuerdo de mi infancia, adolescencia y juventud, es que hoy, sí, hoy, en este año que está terminando, quiero dedicar unas palabras a mis hijos, quiero recordarles algo que bien saben, porque tantas veces se los he dicho: "de la nada, nada se hace". Son lo que fui de niña y lo que me inculcaron mis padres. Son lo que ustedes por sí mismos han desarrollado y aprendido a ser, a partir de su padre y de mí, y de su iniciativa propia. Los veo en casa, su casa por siempre, aunque no la habiten de diario, y me siento feliz de verlos bajo un mismo techo, con sus vidas propias y sus sentimientos y emociones fraternales y filiales de siempre. Y, ahora, además, con una nieta que nos ha regalado Dios: la bella princesita Alexia. ¡Qué más puedo pedir! Nada. 

Ya no tengo nada más qué enseñarles. Solo les pido, de serles posible, dos cosas; primera: nunca olviden de dónde vienen. Y vayan a paso firme por sus respectivas sendas, con la seguridad de que siempre estaremos con ustedes: en su pensamiento, en sus corazones y hasta en sus anhelos, y en los más íntimos deseos de trascender, porque les es posible, como que fueron hijos bien amados y arropados con mucho cariño y con cada cuento que creó mi imaginario, y les relaté mientras se iban quedando dormidos, viajando al mundo de los sueños y las fantasías. Y, segunda: jamás se den la espalda, no olviden que son hermanos, hijos adorados de este par de viejos que se van quedando atrás, porque pronto, antes de que lo puedan entender y aceptar del todo, ya no estaremos como materia corporal... pero nunca nos iremos del todo.

Y, hoy, daremos gracias con un brindis muy especial, dedicado este año al jefe de la familia, a Dios, antes que, a cualquiera, y a la madre Naturaleza, por concedernos seguir con vida y todos reunidos. Y sí, también, por las gracias recibidas durante el año, que nos permitieron llegar hasta este último día de diciembre de 2023, con la salud, la alegría y el entusiasmo suficientes para degustar un delicioso platillo... y por la mañana casi medio día, un buen pozole verde o sabroso menudo rojo norteño, según el gusto de cada uno. Cena y comida que habremos cocinado mi hija, mi cuñadita (la hermana menor de mi esposo) y yo, todas reunidas en casa, cada una concentrada en el platillo o guiso que elegimos preparar.

Terminando de escribir la última línea, recordé un trozo de otro cuento que escribí hace cuatro años, y que viene como anillo al dedo, para hoy:

"Luego de unos segundos, un niñito señaló hacia afuera, nadie le prestó atención; había visto un anciano que caminaba con gran dificultad, se alejaba hasta perderse en el horizonte. El bebé lloró desconsolado: vio su futuro en perspectiva". (Olga de León. Periódico El Porvenir. Secc. Cultural. 29.XII.2019).

¡Feliz Año Nuevo, a punto de llegar, 2024! 

 



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