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Del carbón al diamante

Del carbón al diamante


Publicación:23-01-2021
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La abuela había sacado un hermoso sueño de su viejo baúl, que no pudo realizar cuando joven, como quien extrae agua dulce del fondo del mar

 El vestido azul turquesa

 Olga de León G.

      

      Cuando coseches maíz echa tortillas o vende elotes asados o esquites desgranados, no quieras hacer puchero si estás en penurias y falta de dinero.

Tal le decía la abuela a su nieta al verla llorar porque no podría comprarse un vestido nuevo para la fiesta de sus amigas.

Entonces, la abuela sacó de un baúl donde ella guardaba sus más preciados recuerdos, un lienzo de seda azul turquesa y le dijo a la joven: mira qué hermoso pedazo de tela tenemos aquí. Con él te haré un hermoso vestido y no habrá otro igual en el baile, pues no será de fábrica ni tienda donde venden, por lo menos, uno o dos de cada talla, iguales.

No muy convencida la nieta le sonrió a su abuela. La joven adolescente quería uno de marca como los que usaban sus amigas del Cole. A donde había entrado gracias a una beca que a su madre le ofrecieron en el trabajo, y que la hija se encargó de conservar por sus excelentes calificaciones obtenidas cada semestre y cada año.

Pero, eso ella no lo entendía, estaba estudiando en un colegio que costaba mucho para los modestos ingresos de su familia. Hasta aquel día, en que vio con toda claridad que su vestido no podría proceder ni de una lujosa tienda, ni de renombrado diseñador.

El día de la fiesta llegó. Una amiga y su novio pasaron por ella. Al verla salir de su casa con aquel hermoso vestido, la amiga casi se arrepiente de haber llevado al novio, pues a este se le salían de su órbita el par de ojos coquetos que tenía.

Llegaron al salón y como era de esperarse, no había demasiada gente, pues era una fiesta para unos cuantos, dada las condiciones de restricción que aún marcaban las autoridades de salud, por la pandemia.

La joven del vestido color turquesa bailó toda la noche y disfrutó de ser el centro de las miradas femeninas y masculinas. Nadie se percató de que a cada giro que ella daba, un mechón de canas le brotaba y su rostro se iba transformando. Primero fueron los brazos que le engruesaron un poco, luego las piernas le empezaron a flaquear.

Hasta que el rostro se le arrugó por completo y ya no tuvo fuerzas ni ánimo para seguir bailando. Se separó del chambelán que la acompañaba y fue a sentarse a un rincón donde nadie más estaba sentado.

Miró estupefacta los rostros asombrados de toda la gente sobre la pista y en otras mesas, que por fin se habían dado cuenta de la terrible mutación que había sufrido la joven del vestido de seda color azul turquesa.

Mas he aquí, que ella no había notado nada raro en sí misma, solo un cierto cansancio que atribuyó a haber estado bailando sin parar, por más de tres horas. Así que con interno orgullo, pensó: hoy he sido la joven más afortunada del mundo… Y, continuó musitando: “Y todo gracias a mi adorada abuela que supo confeccionarme el vestido más lindo y distinto de todos los de mis amigas, aunque los de ellas fueran de algún importante almacén y de gran diseñador.

Apenas había terminado de agradecer sinceramente en su pensamiento a la abuela: canas y arrugas desaparecieron como por arte de magia. Nadie se atrevió a volver a mirarla, pues temían que fuera su envidia la que hubiese causado el temporal hechizo en la joven Adela.

La abuela había sacado un hermoso sueño de su viejo baúl, que no pudo realizar cuando joven, como quien extrae agua dulce del fondo del mar. 

Dinero triste

Carlos A. Ponzio de León

      

      Se trataba del tipo de hombre que presumía la tarjeta de vídeo que empleaba su computadora: una que poseía características que iban más allá de los requerimientos estándar empleados por los usuarios comunes. 

      Solía vestir pantalones guangos desde hacía seis meses, ya que había bajado quince kilos pues la pandemia lo tenía con hambre y sin empleo: no podía darse el lujo de ir a comprar ropa nueva, si no podía asegurar sus gastos en comida y el pago de la renta durante un año.

      Cada día despertaba a las siete de la mañana, realizaba una hora de ejercicio en su recámara, tomaba el baño y al salir, se sentaba en trusa en el único sillón de su hogar, listo para tomar un té negro. Al concluirlo, colocaba su celular recargándolo en la taza vacía y se alistaba para videograbarse con la cámara, desempeñando el ejercicio de actuación que le correspondía realizar ese día. 

      No había abandonado su sueño de llegar a programar un software de edición de vídeo con el que un día, según pensaba, se volvería rico; sino que ahora había añadido la actuación a su baúl de anhelos. Pensó que sería una manera fácil de ganar dinero durante la pandemia.

      En sus propias palabras, percibía que el sector del entretenimiento no se encontraba en crisis ante el covid-19, a diferencia de muchos otros. Las series de televisión seguían y Netflix continuaba presentando estrenos con bastante frecuencia. La novedad, para él, era el haber encontrado en internet un curso de actuación de seis horas y media en el que: él sentía que se estaba desempeñando muy bien hasta ese momento. Y cada vez que estaba a punto de oprimir el botón de grabación de la cámara de su celular, pensaba durante unos segundos: en Ross, Chandler y Joey, (los personajes de la serie Friends), a quienes creció admirando durante su adolescencia.

      Ahora, cerca de los treinta, podía imaginarse atendiendo a castings de teatro, de cine y de televisión. Se visualizaba en cualquier teatro de la ciudad cuando acabara el confinamiento, o actuando al aire libre: en la calle, en un parque, o en algún set de televisión, según los conocía a través de las películas. No le aturdía el que aún no pudiera resolver el tema de quién podría tomarle las fotografías para su book actoral, no era algo que lo mortificara en lo más mínimo. Podría llegar a algún acuerdo con su amigo fotógrafo: ofreciéndole el servicio de mantenimiento de computadoras durante un año, facilitándole algunos juegos de vídeo gratis o, quizás, hasta regalándole programas piratas de software. ¿Qué tanto esfuerzo podría involucrar oprimir el botón del obturador de una cámara fotográfica? Click, imagen a la PC y listo: Retoque aquí, retoque allá: Cinco minutos más y ¡pum!: su imagen, su porte, su sensualidad.

      Lo que quizás le preocupaba un poco era el tema de la repetición de las escenas en cine: tener que reproducir un diálogo o un movimiento: exactamente igual que en la toma anterior, pero ahora, para la cámara colocada en otro ángulo. Además, parpadeaba con demasiada frecuencia, lograba notarlo en sus propias grabaciones. Comenzó a ver algo en su complexión y otro tanto en la postura natural de su cuerpo y de sus brazos, que, ahora pensaba: lo delataban como ingeniero en sistemas, más que como galán de la industria del entretenimiento. Su introversión no dejaba de mostrarse frente a la lente, quizás debido a su espalda encorvada.

      Decidió realizar una consulta en Google. Buscó pruebas de personalidad y encontró un paquete gratuito que incluía también la lectura del horóscopo personal. Por la noche recibió el diagnóstico en su correo electrónico. Mostraba bajo nivel de extroversión. Profesiones recomendadas: DJ, sistemas computacionales y ciencias. Profesiones no recomendadas: Deportes, funciones de liderazgo y actuación. El pronóstico para ese año: Cambio de carrera.

      Se le vinieron los ánimos hasta el suelo helado. Necesitaba otra opinión. Se le ocurrió consultar el tema con un amigo que, más que conocimientos de actuación, sentiría un poco de envidia al saber que emprendía una nueva aventura. El amigo lo llevó al pozo de agua. Le dijo, al ver uno de los vídeos: Mueves los brazos como si estuvieras practicando algún tipo de natación.

      Al día siguiente inició su rutina, pero al sentarse en el sillón, recién bañado, con su taza de té humeante, le fue inevitable encorvar su espalda aún más de lo normal. Meditó sobre el tema durante veinte minutos, con la mente en blanco, sin dar un sorbo a su bebida. “Bueno, será el último ejercicio que haga para el curso”. Encendió el celular y se grabó hablando: en el estado de ánimo más honesto y depresivo que hubiera visto jamás. La retroalimentación del instructor fue concisa: Tu talento está en lo fuera de lo común, para desempeñar papeles depresivos; los dramas, lo tuyo. Te pongo en contacto con una castinera. 

      De inmediato le asignaron representante y dos meses después fue contratado, primero para realizar papeles de relleno en comerciales, y luego de unas semanas, le vino lo fácil: un papel de reparto: el marido alcohólico y estéril de una prostituta que ofrece servicios a domicilio en una motocicleta. Tienen un hijo que nunca saben de quién es, pero naturalmente: no de él.

      El dinero y los aplausos no tuvieron fondo. Su carrera se volvió el hechizo mágico de su libertad estruendosa, incluso durante los largos y terribles meses de la pandemia que azotaba al mundo… pero, ya no a él.

      



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