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Decisiones y caminos

Decisiones y caminos


Publicación:12-06-2021
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Ella comprendió que nada podía hacer, él siempre tenía la última palabra

La lava dentro del cráter

Carlos A. Ponzio de León

      

      El circo estaba en crisis: las entradas se habían venido abajo -a la mitad- desde hacía dos años. Pero su director seguía siendo un hombre desprendido, quien además dirigía la empresa con diligencia ejemplar. Pagaba generosamente a los empleados y cuando las entradas reportaban un ingreso superior a lo normal, lo repartía proporcionalmente entre él, como empresario, y los miembros del circo que habían participado en la función de esa noche. Además, apartaba una cantidad pequeña para quienes, por alguna razón, no habían podido colaborar en esa función. Su único defecto: su intolerancia a considerar opiniones contrarias a la suya.

      Aquella tarde acudiría como espectador: el gobernador del estado, con esposa e hijos. Así es que deseaba que dos de sus espectáculos más peligrosos, los cuales nunca se presentaban en una misma noche para reducir los riesgos de un accidente, ahora se exhibieran juntos: Se trataban del lanzamiento de cuchillos rodeando el cuerpo de una chica, quien se mantenía quieta, recargada de espaldas en una tarima de madera; y el lanzamiento por medio de arco de una flecha, dirigida a partir por la mitad una manzana sostenida sobre la cabeza de la misma joven. El mismo lanzador para ambos actos.

      Si el gobernador y su familia salían contentos del número que se presentaba esa noche, provocaría que hablara muy bien de estos visitantes que año con año llegaban a instalar su carpa al río seco de la ciudad, haciendo públicos sus comentarios en televisión. Además, le dijo el gobernante al director del circo que compraría boletos para regalar entre los servidores de menor rango al servicio del estado. Eso también representaba una cantidad importante de entradas durante varias funciones. El resultado sería un impulso a las ventas que ninguna campaña publicitaria lograría con tan poco esfuerzo.

      Así es que esa tarde reunió a sus acróbatas, contorsionistas, equilibristas, escapistas, forzudos, hombre bala, magos, malabaristas, mimos, payasos, tragafuegos, tragasables y trapecistas, y anunció al visitante especial que tendrían. Les dijo que había preparado una lista de actividades especiales para esa noche y se las leyó en voz alta, para que supieran quiénes estaban convocados a la función, y a realizar qué actos.

      Los cirqueros enmudecieron. ¿El lanzamiento de cuchillos y el de la flecha en la manzana, durante una misma noche?, se preguntaban. ¿No era demasiado riesgoso? Además, hacía unos momentos, el circo había tenido visitantes especiales. Un grupo de seis adolescentes se había acercado a la arena, introduciéndose dentro de sus confines hasta casi encontrarse con las fieras enjauladas: dos leones y un tigre. Cuando los cirqueros los vieron, corrieron detrás de ellos en persecución, para alejarlos de ahí, tratando de evitar que excitaran a los animales y los predispusieran de forma agresiva para la función. 

      El hombre lanza cuchillos había sido uno de los empleados persiguiendo a los adolescentes, con látigo y sable en las manos. Su hermano menor era el domador de fieras, y esa noche estaría en peligro si los animales se excitaban por la visita inesperada. El hombre lanza cuchillos había quedado muy agitado con la corretiza de casi un kilómetro, y también por el estrés de no saber si los adolescentes responderían agresivamente contra él y su compañero, quienes los alejaron del lugar metiéndoles el susto. Los muchachos terminaron dejando sus bicicletas recargadas en las vallas metálicas que cercaban el circo. ¿Intentarían volver por ellas? Había que estar con los sentidos aguzados por si eso ocurría. El hombre lanza cuchillos ya no contaba con la tranquilidad necesaria para realizar sus actos una hora más tarde, esa noche.

      A su compañera, los mismos cirqueros le dijeron: “No lo permitas; explícale al director que no puedes arriesgarte con los dos actos bajo estas circunstancias”. Ella no estaba dudosa del riesgo; pero conocía el carácter totalitario del jefe, de su intolerancia hacia las opiniones que lo contradecían. Dejó pasar quince minutos y faltando media hora para que iniciara la función, se le acercó al patrón para comentarle de la situación.

      “Órdenes son órdenes”, recibió como respuesta. “Pero, señor, vea cómo está de agitado mi marido. Un accidente nos traería una mala reputación”. “Mira Brenda, no te metas conmigo. Esto mejorará las condiciones económicas de todos, de una vez por todas.” La joven se quedó callada, sin moverse, mirando los ojos enfurecidos del director, pensando en qué más decir. “Me estoy sintiendo mal, señor, creo que el estómago se me está descomponiendo; no sé si podré sostenerme de pie en un rato”. “Si ustedes no aparecen cuando sean llamados; tú y tu marido se van del circo esta misma noche”, sentenció el patrón.

      La función inició con payasos malabaristas y música infantil y alegre. La sonrisa de los hijos del gobernador se dibujó inmediatamente. Luego siguieron el hombre bala y los trapecistas, los leones y el tragasables. Cuando se acercaba el turno del hombre lanza cuchillos, el director del circo fue a buscarlo. “¿Cómo te sientes, muchacho?”. “Listo”, respondió con una pierna temblándole de los nervios. El director le tocó el hombro para decirle: “Dejemos sus actuaciones para mañana”. El joven y su mujer sintieron que la lava del volcán comenzaba a subir de regreso, por entre los árboles de la montaña sin quemarlos, retrocediendo para meterse dentro del cráter de donde había salido horas antes.

      

La carretera

Olga de León G.

Todos los que vivieron la despedida de los novios, después de la boda, se sorprendieron al ver que él despreció volar en avión, como tenían planeado y con los boletos para viaje redondo comprados con anticipación.

- Mi amor, vayámonos en avión, serán menos de tres horas, dejemos el auto aquí en casa de mis padres. 

Él, con el rostro iluminado por el brillo de sus ojos en una mirada que irradiaba casi hasta el pensamiento y sus sentimientos de hombre pleno, orgulloso y feliz, le dijo:

- No te aflijas mi vida, soy un excelente conductor y mi auto es prácticamente nuevo, no tiene ni tres meses que lo saqué de la agencia.

No se diga más: ¡seré tu piloto! Iremos disfrutando del paisaje y haremos las paradas que tú quieras. Ya verás que lo disfrutarás.

- Y, ¿dónde dormiremos?

- … donde nos alcance la noche o el cansancio, allí dormiremos… en el primer pueblo que encontremos…Además, siempre podremos localizar alguno, en “google” o en el mapa…

Ella comprendió que nada podía hacer, él siempre tenía la última palabra; subió al auto y con una mirada triste le dijo adiós a la familia y los amigos que allí estaban, para ir al aeropuerto. No fue así.

Los primeros cuatrocientos kilómetros, le parecieron interminables; la carretera lucía su asfalto brillante por el sol intenso, y muy larga, una recta con apenas algunos abultamientos de pequeñas subidas. A los lados, casi el desierto: pajonales que el viento llevaba de aquí para allá, y que a ratos los regresaba, algunas nopaleras sin tunas y huisaches, estos eran los únicos árboles, ni muy altos ni frondosos; también se veían las grietas en la tierra, prueba irrefutable de la prolongada sequía: fue de lo que ambos se percataron primero.

Luego, la carretera se quebraría en dos, tuvieron que elegir tomar una, sin estar seguros de que los llevaría a donde esperaban pernoctar y almorzar por la mañana. 

Ella iba hablándole, contando nimiedades, solo con el propósito de mantenerlo alerta al camino, que no se fuera a dormir por lo monótono de la noche en esa carretera. Al poco tiempo de seguir, por esa recta -a ratos- y curvas en algunos tramos, comprendieron que el trayecto había dejado de ser carretera desde cien kilómetros atrás, ahora era un camino de terracería, y notaron que ningún otro auto, camioneta, camión o tráiler transitaban por allí, ni delante ni atrás de ellos.

  Llevaban cuatro horas y media de transitar en el auto, se habían detenido solo en una gasolinera y allí mismo, usaron los baños y compraron algunas botanas, agua, café y refrescos para el camino. Y continuaron por donde él eligió seguir, en la bifurcación que ahora les quedaba bastante atrás.

El camino, como antes la carretera, parecía no tener fin. Manejando, se adentraron por una especie de oasis: árboles y más árboles, pinos y abetos los rodeaban y pareciera como si fueran a comerse a su pequeño auto.

Por fin, tras otros cien kilómetros, vislumbraron iluminación. De inmediato, renació en ambos la esperanza de encontrarse próximos a alguna ciudad o pueblo donde podrían dormir, al menos unas seis horas.

Luces que provenían de reflectores y lámparas los fueron guiando hasta llegar a un enorme claro en el bosque, que era el centro previo a una serie de construcciones un tanto extrañas, de estilo entre gótico y arabesco que rodeaban a la construcción principal… lo que dedujeron por el tamaño y la altura de esta frente a las otras diez o doce: quedaron extasiados, no daban crédito a que comunidades o pueblos así, existieran en su país.

Una vez, que uno de los que traía en mano una lámpara, les indicara alto y se acercara para abrirles las puertas… apenas si unos segundos antes, se miraron a los ojos y leyeron el mensaje del otro idéntico al suyo: “vámonos”, salgamos de aquí…

      El avión llegó a tiempo. Ya los esperaban de regreso, padres y hermanos: los llevarían a comer al restaurante de siempre, al que le gustaba más a la pareja.

      Bajó solo ella, corrió a abrazarlos y les dio la triste noticia: lo habían retenido a él, a cambio de dejarla libre a ella. El amor no tiene razones, ni límites.



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